Cuando yo era un niño, jugábamos al lobo en el bosque. Había un momento y un espacio precisos para jugar e imaginar. Había que correr para no ser atrapado y devorado por el lobo. Otro momento y espacio donde la imaginación era también indispensable, se daba cuando nos reuníamos en alguna esquina del barrio para contar cuentos de miedo. Entonces era la Silampa, la Tulivieja, el Hombre del Saco o los duendes los que nos aterraban de regreso a casa y todos corríamos para estar seguros en nuestros hogares.
Nosotros crecimos en un entorno que estimulaba la imaginación. Crecimos rodeados del juego colectivo y sin construcciones gigantescas de cemento, sin artefactos electrónicos. Con escuelas que aún no eran prisiones y en contacto directo con la naturaleza. Tuvimos un hogar seguro y amoroso con sus propias problemáticas de la época.
Los niños que hoy se crían en algunos albergues (palabra que sugiero cambiar por jardín, porque brinda más posibilidades), no tienen la misma suerte. Aparte de que no tienen un hogar donde los cuiden como en una verdadera familia, tienen miedo a otros lobos que su imaginación no necesita crear, porque existen. Su bosque es realmente aterrador y no tienen a dónde correr para esconderse.
Como mediadores que trabajamos en procesos culturales con niños y jóvenes, nos sumamos a las voces que condenan los abusos y violaciones de los derechos de los niños, pero dejaremos a los expertos sobre infancia que hagan su trabajo, confiando en que lo harán bien. Nosotros quisiéramos dar otra mirada a la problemática actual de los niños en los albergues. Aprovechar la coyuntura para hablar de otro escenario que también ha sido descuidado, no solo en estos lugares, sino en todo el país.
Si observamos con atención la forma en que está configurada la sociedad, descubriremos que ha sido planificada para los adultos. Para garantizar los negocios, la industria, la economía, la administración institucional, la movilidad, el urbanismo, etc. Todo está diseñado para los adultos. Más allá de los parques y sus juegos, que no son tampoco ninguna oferta para estimular la creatividad, tenemos un país sin museos para niños, sin bibliotecas para niños y jóvenes, y sin infraestructuras culturales alfabetizadas para ellos.
Si el país completo, incluyendo las calles, los barrios, los parques, incluso las escuelas, no está planificado para cuidar a nuestros niños, no es difícil imaginar las carencias que debe haber en los albergues (jardines o Centros Integrales de Infancia y Juventud, como deberían llamarse). Nuestros niños viven en un país de cemento, de construcciones complejas (léase monstruosas), que no proporciona salud mental ni creatividad a los niños y jóvenes. Proveer de espacios necesarios para mejorar la calidad de vida de nuestros niños parece ser un gasto innecesario.
En el año 2011 se presentó el Plan de Atención Integral a la Primera Infancia (PAIPI), que empezó a construirse a finales del 2009. Pese a algunas contradicciones en su base conceptual, nada que no se pueda discutir y volver a reformular, como el concepto de que un niño es un ser consumidor, refiriéndose a los insumos de primera necesidad a los que tiene derecho; más puntuales y no sin menos importancia era la mirada al niño como un ser que aprende y comunica. Algo importante del documento, que, repetimos, es un buen referente que se puede rescatar (ya sabemos que en este país lo que hace un gobierno el siguiente lo entierra, aunque sea bueno), es que apunta a ver a los niños como ciudadanos y sujetos de derecho.
El PAIPI, nos parece importante destacar, era un instrumento de articulación de política de Estado con el niño como protagonista. Aunque se trabajó pensando en la primera infancia, lograba consolidar -desde la base social de derecho- varios instrumentos legales e institucionales que asumen a los niños como sujetos de derecho; además de ser una plataforma institucional que sustenta la atención integral a la primera infancia. Tenía diez productos estrella que nos parece siguen siendo lineamientos esenciales para una plataforma operativa que hace falta.
Volviendo a la situación de los albergues, aparte del personal que en algunos de estos lugares nunca debió laborar, porque carece de idoneidad y, sobre todo, afecto y cariño por los niños, existen grandes escollos, como la falta de articulación interinstitucional que permita la verdadera inclusión desde la planificación intersectorial, para que la calidad de los servicios y de los insumos en los albergues sea monitoreado profesionalmente desde el Estado, y no solo dotarlos de subsidios.
Ya lo han dicho los expertos en infancia y juventud: se requiere con urgencia un sistema de protección integral de la infancia y la juventud; aparte de esto, los retos de una política pública de atención integral para los niños y las niñas es uno de los verdaderos desafíos de cualquier gobierno para demostrar un verdadero desarrollo. Un país que no cuida a sus niños es un bosque de lobos.
Por: Carlos Fong. Escritor
Last modified: 20/02/2021