(Cebaldo) Por estas bandas ha llegado la primavera, la estación de las flores, del despertar de tantas cosas. Del sentir nuevos olores y sabores. Yo me he acostumbrado a estos cambios de estación, ya son parte de mi piel y de mi memoria y de mis días. Se alargan los días, el Sol que quiere estar más tiempo con nosotros. Las gruesas ropas de la estación fría se guardarán, el invierno se va… Pero esta primavera es extraña.
Ahora observo a los árboles que empiezan a vestirse, a las pájaros en las ramas, desde mi ventana. Desde el balcón de nuestro apartamento.
(Jorge) Aunque no caiga nieve en San Joao da Madeira, allá en Portugal, ya eres un humano de cuatro estaciones Cebaldito. Aquí en Panamá seguimos siendo de dos, verano y temporada de lluvias… ¡Cuánto nos marca el clima, la geografía! Y cuánto lo hará también esta situación que todos estamos viviendo.
(Cebaldo) No podemos o no debemos salir de la casa porque ha llegado de forma casi sorpresiva una epidemia, que dicen es una pandemia. Y como forma de solidaridad, como una extraña forma de amar, nos piden quedarnos en nuestros hogares porque tenemos que cuidarnos entre todos.
Hay miedo, es normal sentir miedo. Percibimos lo frágil de nuestras sociedades, de las comunidades humanas. Y al mismo tiempo cuán fundamental y básica la naturaleza ¡Qué falta nos hace aquí encerrados!
(Jorge) Ahí es cuando valoramos un parque; un solo árbol incluso. Como va el asunto esta Luna Llena va a encontrar a más de la mitad de la humanidad aun encerrada en ciudades. Qué insólito, qué extraño e inaudito… Y “aislados” sí, pero a la vez con una fuertísima lección de que somos archipiélagos.
(Cebaldo) Cuando pensar solo en uno, en nuestro propio ombligo, parece ser regla o una orden o una ley, esta crisis lanza un mensaje: la única salida posible es por vía de la comunidad, de la reciprocidad, de sentir que formamos parte de un todo, de algo mayor. Responsabilidades compartidas. Todos dependemos de todos.
Y vivirlo me lleva a mi aldea, donde desde la construcción de una vivienda a la siembra, es tantas veces una tarea comunitaria. La salud es un deber de la comunidad, de todos. Y las alegrías eran celebradas entre todos. Me acuerdo de las mujeres en los días cuando a una niña el cuerpo le indicaba que la vida es fecunda; durante varios días la cuidaban contándole historias, dándole baños. Y los hombres salían a buscar leñas y productos y plantas necesarias para cada día y para la ceremonia ritual de la pubertad, al final. Me acuerdo que cada noche era de fiesta para nosotros. ¡La aldea entera celebraba la alegría de una familia!
Igual otros ritos, otras fiestas, otras alegrías: siempre compartidas y vividas por grandes y pequeños.
(Jorge) Tras la pandemia, ¿Despertaremos finalmente hermano? ¿O será que volveremos a las rutinas y comodidades conocidas? “La enfermedad sino te mata, te despierta”, cantaba Facundo. ¡Quieran la Musa y los dioses que de esta salgamos a algo mejor, y no de vuelta a los trillados caminos a los despeñaderos!
Lo que me preocupa es la persistencia de esa suerte de “herencia espiritual de Francisco de Orellana” que todos llevamos dentro, en particular y muy adentro de sus carteras personajes de la élite mercantil. Francisco de Orellana, el que buscando el mítico El Dorado destrozó vidas y conciencias y motivó que en las crónicas de su viaje delirante quedase escrito:
“Habiéndonos comido nuestros zapatos y sillas de montar
hervidos con algunas hierbas, nos pusimos en marcha
para llegar al reino del oro”
Pero ¿sabes compadre? Tengo una justificada y muy terca esperanza. ¡Siempre podemos ser seres humanos fabulosos! Mujeres y hombres, grandes y pequeñitos también: gente que de no haber sido por ellos, seguiríamos en las cavernas. La clave es que esos saltos, esos cambios, deben ser colectivos. De pequeños grupos si quieres, pero en colectivo…
(Cebaldo) Ya te pusiste filosófico Coqui. Es por el encierro. Y está bien. Yo sigo rememorando a mi lejana Ustupu.
Cuando llega el viaje final, cuando un comunero emprende su ultimo viaje por los ríos sagrados, toda la aldea vive ese viaje. Es una parte de la historia de la comunidad que llega a su fin, que se convertirá en memoria colectiva. Memoria de todos. Y por eso van pasando a casa del difunto, a conversar, a escuchar el Masar Igar, el canto del poeta mayor, el canto que acompaña a todo aquel que empieza a cruzar los ríos sagrados. Que se canta no solo al que se fue sino a los vivos, para que la solidaridad continúe, para que agradezcamos a la tierra y a su fecundidad, a la aldea y sus historias. El dolor es comunitario al igual que la alegría y la memoria.
Todo esto pasa por mi cabeza en estos días de cuarentena, donde muchos nos vamos reencontrando con nosotros mismos, pero también con la comunidad, aunque estemos físicamente solos…
Ojalá después de esta crisis donde perderemos tal vez hasta seres queridos – y mucha gente sus certezas materiales -, no perdamos la base de nuestras vidas, el alma, el burba que decimos los kunas… ¡Que tras ésta no sea la crisis moral la que nos agarre!
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Por: Cebaldo Inawinapi y Jorge Ventocilla
Abril 2020
Página web: www.inawinapi.com
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Last modified: 07/04/2020