45 grados centígrados y subiendo. El desierto de Baja California curte a sus hijos y tiempla el carácter de los pioneros. Tania es una chamaquita de 16 años. Toma el camión hacia la preparatoria como otros muchachos de su edad pero el día de la huelga de los maestros, ella da un paso adelante. Le indigna el hambre de sus maestros que enseñan y comparten en clases las lecturas del periódico de Flores Magón. Tania se indigna y es una mujer de 27 años a la que la policía le acaba de partir la cabeza con una pedrada. Ni siquiera se limpia la sangre y como en un reflejo, rápidamente se agacha para levantar la misma piedra y la avienta de regreso con todas sus fuerzas.
“Decidimos oponernos a que entrara la máquina.” El 16 de marzo, la policía se metió en el predio de Salvador Mena, ejidatario afectado por el proyecto de instalación de Constellation Brands en Mexicali. La empresa transnacional cuenta con 40 plantas productoras y comercializadoras de bebidas alcohólicas y maneja más de 100 marcas dentro de las cuales se encuentra Grupo Modelo y Corona Extra. En el kilómetro 8.5 en la carretera San Felipe, fuerzas federales y estatales rodearon la propiedad portando antimotines para desalojar a los propietarios. Apresaron a cinco de los manifestantes, miembros del colectivo Mexicali Resiste, del que Tania también forma parte. 10 personas fueron golpeadas. Ellos denuncian el saqueo del agua legitimado por prácticas añejas donde el gobierno facilita la entrega de recursos y la explotación laboral.
En Mexicali una manifestación es algo muy raro. La única queja recurrente es por los recibos de luz eléctrica. La gente los paga con resignación en una ciudad donde el aire acondicionado es una necesidad, no un lujo. El precio de un kilowatt en 321 pesos mexicanos (unos 16 dólares americanos) supera el promedio del país, esto a pesar de que en Mexicali se encuentra instalada la planta Termoeléctrica que recibe gas importado de los Estados Unidos. Beneficiar al país vecino y sus inversores por sobre campesinos, indígenas o jornaleros, se ha vuelto una práctica legítima desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1992. Se traicionaron las luchas por la tierra de Emiliano Zapata y el dominio de recursos nacionales defendido por el presidente Lázaro Cárdenas.
“Fue en diciembre de 2015 que el gobierno estatal quería hacer negocio con el agua.” Aprobaron la Ley Estatal de Aguas que facilitaba la inversión extranjera junto con la Ley de Asociaciones Público y Privadas (2014). De esta forma, si el negocio fracasa, la pérdida la absorbe totalmente el gobierno local. Desde 1902, el valle de Mexicali se destinó al desarrollo de compañías extranjeras como la Colorado River Land Company. El delta del río Colorado que baña a Baja California siempre ha estado en disputa entre México y Estados Unidos. Primero el algodón, luego las empresas golondrinas, después el veneno de los agroquímicos empleados por las granjas gringas, y ahora la sed para más de 3 millones de habitantes en Baja California.
En un despertar ciudadano que sucedió en enero de 2016, varios ciudadanos se apostaron en las inmediaciones del congreso local instalando campamentos para luchar por el agua. La cervecería demanda agua pura. Según Tania, el gobernador se beneficia de la construcción de plantas desaladoras en San Quintín, Ensenada y Rosarito para cubrir la demanda de agua para las industrias y no para garantizar el derecho al agua de los ciudadanos. “Es todo un negocio redondo que no está resultando porque los estamos evidenciando”, afirma la activista.
Cuando adolescente, Tania asistió a las reuniones de un colectivo que formaba pensamiento bajo los principios de la Cuarta Internacional con formación trotskista. Todo aquello le resultaba aún indescifrable, pero le dejó sembradas inquietudes que podría desarrollar años más tarde. Tania recuerda mucho a la maestra Gema López, en un tiempo donde apenas escuchaba hablar de capitalismo o lucha antimperialista. Hoy las cosas han cambiado. Tania lanza la piedra en el ejido teniendo claro que su lucha es contra el desgobierno, la corrupción, y la indiferencia. “El gobierno ve nuestra vida como una mercancía. El gobierno ve incluso en el agua, formas de explotar que se valoran por encima de la vida humana. He visto cómo se han desplazado a comunidades, se han asesinado a personas a fin de beneficiar a un pequeño grupo, y además, hombres.”
Tania se fue para Guadalajara a estudiar la carrera de artes visuales. Regresó a Mexicali con una conciencia clara. Siendo joven y universitaria vivió la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa ocurrida en 2014. En la memoria colectiva de los mexicanos, Ayotzinapa es el eco de la masacre estudiantil del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Pero además está la represión y violación de las mujeres de Atenco en 2006, que acentúa el miedo.
—Tania ¿qué pensaste cuando aventaste esa piedra?
—Recuerdo bien que dije: “¡No se pueden salir con la suya!”. Me vi la sangre. Aquí tengo entumida la carne. (Muestra los cinco puntos con que le cosieron la herida en la cabeza). Están acostumbrados a desarrollar estos proyectos en contra de la vida de las personas. En todas las manifestaciones que he participado no ha sido para triunfos. Lamentablemente, siempre una tragedia nos saca a las calles. Estamos perdiendo tantas veces.
Tania nunca votó para elegir presidente, en México no es obligatorio. Defendió el voto cuando creyó que se produjo fraude en las votaciones de 2006. Esa fue una desilusión. Consideró educarse más en política porque el activismo se construye con cada jornada. “Como activistas, con lo que más batallamos es con la indiferencia de la gente”. Es una indiferencia contra la tierra en la que viven, con su comunidad, los alimentos que ingieren, el agua que se vende.
Cuando uno de los sobrevivientes a la masacre de Ayotzinapa visitó Mexicali, Tania lo escuchó. Alcanzó a sentir el horror de ser perseguido por el Estado que dice que te va a proteger, y que administra tu tiempo y tu dinero. ¿Dónde está la salida? se pregunta Tania, porque en el terror del sobreviviente está el terror de otros mexicanos, de las mujeres asesinadas que incrementó en 47% según la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Pero algo se está moviendo en Mexicali. Por primera vez habrá una marcha conmemorativa del día internacional de la mujer para exigir acciones en contra de la violencia de género. La mujer nueva y la moral sexual de Alejandra Kollontai es uno de los libros que acompañan a Tania, obsequio de una compañera.
El día que le partieron la cabeza, Tania y sus compañeros gritaban: “Fuera Gobierno corrupto”, “Costellation go home”, “El agua no se vende, se defiende”. Se reagruparon varias veces desde las 7 am en casa de Los Mena hasta pasadas las 15h00. Recolectaron piedras cercanas al predio. 150 uniformados escoltaban la maquinaria. Los activistas delimitaron el predio con cinta. Abogados alegaron documentos de ambas partes. La Comisión local de derechos humanos se presentó en el lugar para impedir el desalojo de los propietarios y de los manifestantes. Los policías se reían. No dejaron entrar a los paramédicos y los heridos en la confrontación fueron impedidos de salir y buscar atención médica inmediata y oportuna. Los medios locales e internacionales reprodujeron la fotografía de Tania en plena confrontación.
—No le di a nadie porque agarré una piedra muy grande.
—¿Te has dado cuenta de que representas la resistencia en Mexicali?
—¡No! Todavía me quedo pensando. Nos enviaron mensajes de España y Cuba, de agencias
informativas y organizaciones civiles. Vieron la imagen de la piedra y de la sangre. Esa imagen no soy no más yo. Somos todas las personas que este año recibimos golpes morales. Es que no soy yo. Y veo la imagen y reconozco a mis compañeras y compañeros. Y hemos perdido cosas en la vida: relaciones amorosas, la relación con los hijos, tiempo entregado en la lucha por el agua y una vida digna. Sabemos que tenemos derecho a vivir en paz, sin que te exploten a ti o a la madre naturaleza.
—¿Eres anarquista?
—Me han dicho que soy anarquista. Yo siento que me falta mucho por aprender. Lo que pasa en Mexicali es el reflejo de un hartazgo. Hemos hecho mesas de diálogo con el gobierno. Nos hemos sentado al “tú por tú” a hablarles a los diputados. Nos damos cuenta que no nos escuchan. Que están como bultos y no les importas. ¿Dispuestos al diálogo? ¡Ni madres! Y hay ciudadanos que se lo creen. Eso es lo que veo cuando vuelvo a mirar la imagen de la piedra y de la sangre.
Y no se ve como las demás muchachas agringadas en su estética, rubias y blancas. Sus cabellos negros se tornan violetas y brillantes. Su piel es prietita, sus ojos oscuros, y a veces le preguntan si es del sur de México, de Chiapas o Oaxaca, estados mayoritariamente indígenas. Por eso le preguntan: ¿Qué hace luchando por una tierra que no es de ella? Replica con seguridad: ¡Y por qué no! El agua es un derecho. Mi cuerpo es el lugar donde más batallas se dan. Reconozco mi semblante indígena, dice Tania como mirándose en un espejo y extiende la mirada sobre el horizonte de la vida transcurrida.
A menos de 10 calles de la línea fronteriza que divide México y Estados Unidos, la familia de Tania tiene un pequeño estudio fotográfico ubicado en el centro histórico de la ciudad que apenas tiene 115 años de fundación. Su padre, químico farmacobiólogo es originario de Guanajuato y su madre, trabajadora del hogar, viene de Guadalajara. Ambos tienen más de 60 años. Ella, una de las mellizas, una de cuatro hermanos que nacieron en Mexicali. La familia Gallaga ha sido amedrentada en su hogar sin importar que hubiera niños. Una bomba molotov explotó contra las ventanas. Esa noche, la mamá de Tania le imploró que reconsiderara su militancia.
—¡Ya párale! ¿Qué tal si te matan? No vas a lograr nada de la gente.
Pero Tania cuenta que su mamá también se contradice: Si todos nos uniéramos, las cosas serían diferentes.
Han sido varios días de enfrentamiento. Visitas al juzgado. Toma de declaraciones. Peritajes médicos. ¿Cómo te sientes Tania? –le pregunto viendo los puntos cosidos en su cabeza.
—Orgullo y ganas de vivir en paz aunque pronto no va a ser.
Por: Gabriela Ruiz Agila
Mexicali – Baja California – México
Last modified: 09/03/2018