Durante los últimos días, quienes participamos de los espacios del movimiento feminista y seguimos los debates teóricos de eso que viene a llamarse izquierda nos hemos visto asediadas por toda una serie de artículos y publicaciones que tratan de desentrañar cuál sería el sujeto político del feminismo. Aún con diferencias obvias, una no puede menos que señalar el irónico e irritante parecido que este conflicto tiene con el que nos ocupaba hace algunas semanas, a saber: la búsqueda, al más puro estilo Indiana Jones –épica, viril y heroica–, del sujeto político de la lucha de clases. Un apunte general debería ser válido para ambas polémicas: los sujetos precisan de la praxis, se constituyen en la lucha conjunta y a partir de las experiencias concretas compartidas. No existe identidad esencial alguna que reclamar sin la materialidad de las prácticas.
Varios de los argumentos esgrimidos en el debate sobre sujeto político son, en mi opinión, reduccionistas y problemáticos, y obvian muchos de los debates necesarios e incluso ya presentes en el movimiento (como la descolonización de nuestro feminismo o la articulación de alianzas con sectores laborales feminizados en lucha) para limitarlo todo a una o dos problemáticas. Plantean quizá ideas elementales que pueden encajar con presupuestos ideológicos de muchas mujeres, pero a costa de reducir planteamientos teóricos ricos y complejos en un par de frases tuiteables descargadas de todo potencial de comprensión y movilizatorio. Por el contrario, creo que debemos entender este debate como indisolublemente ligado al momento actual de crisis global y cambio sistémico, y al modo en que funciona y se reproduce la opresión patriarcal realmente existente. Sólo así lograremos comprender el papel que juega el movimiento feminista internacional y adoptar tácticas y estrategias coherentes que nos incluyan a todas.
ALGUNAS TRAZAS PARA EL ANÁLISIS
A lo largo de los próximos párrafos voy a tratar de justificar que, en el actual periodo de acumulación por desposesión, las mujeres constituimos un sector estratégico de la clase. O, dicho de otro modo, que nos encontramos en disposición de ser un sujeto político estratégico en la lucha contra el Capitalismo [1]. Esto no es así por una suerte de mal entendida acumulación de opresiones ni por ninguna identidad original dada por el Capitalismo ni, mucho menos, por la biología, sino que responde a una combinación de factores diversos que nos colocan en una posición estratégica a desplegar en la actual fase de expansión capitalista neoliberal. Trataré de explicarlo y de ver qué implicaciones tiene esto para las prácticas y discursos del movimiento feminista.
La contradicción Capital/vida, acentuada en los últimos años con el renovado recurso a la acumulación por desposesión tras la quiebra de 2007/2008, pone a las mujeres en una situación especialmente complicada. Las políticas de ajustes estructural que destrozan los precarios Estados del Bienestar de la periferia europea y que ya antes asolaron los países del Sur Global nos ponen en condiciones de hablar de una crisis de la reproducción social, que afecta a todos los aspectos de nuestras vidas y ataca a todos aquellos reductos que todavía no han sido incorporados a la lógica del beneficio. Las principales afectadas por esto somos aquellas cuyo rol es precisamente el reproductivo en un sentido económico amplio: las mujeres. En este contexto, las resistencias femeninas (no necesariamente articuladas como feministas en el plano consciente) se revelan como fuertes palancas de transición. Para explicar esto me apoyaré en un concepto que considero especialmente útil: el de conciencia femenina.
A finales de los años 80, durante el periodo de auge de la historiografía feminista y de la Historia de las Mujeres, la hispanista Temma Kaplan encontró que las explicaciones marxistas y feministas clásicas no le eran útiles para comprender los repertorios de acción colectiva adoptados por mujeres en determinados contextos de conflicto social. Es entonces cuando desarrolla el concepto de conciencia femenina, que hace referencia a la asunción por parte de las mujeres del deber de cumplir con nuestro rol social [2]. La conciencia femenina crea un sentimiento colectivo de derechos y obligaciones, fruto de la interiorización del papel de las mujeres en la división sexual del trabajo. El resultado es la identificación generalizada de las propias mujeres con el trabajo reproductivo que les ha sido asignado y la asunción colectiva del deber de preservar la vida.
La conciencia femenina es por tanto, en origen, una conciencia conservadora, puesto que no busca la transformación de la sociedad ni de las relaciones de género sino la ejecución de las tareas que se derivan de éstas. Al aceptar dichas tareas, sin embargo, las mujeres con conciencia femenina reclaman los derechos que sus obligaciones llevan consigo, y el impulso colectivo necesario para asegurar estos derechos puede llegar a desarrollar una fuerza que acabe politizando las redes de relaciones de la vida cotidiana. Cuando parece que está en juego la supervivencia de la comunidad, las mujeres activan sus redes de relaciones para combatir a aquellos o aquello que creen que interfiere en su deber de conservar la vida como saben. Al colocar la necesidad humana por encima de otras exigencias sociales y políticas, y la vida por encima de la propiedad, los beneficios privados e incluso los derechos individuales, la conciencia femenina crea la visión de una sociedad que todavía no ha hecho su aparición. Es, por tanto, una conciencia de transición, con implicaciones políticas radicales y capaz de hacer dar saltos de conciencia a amplias capas de mujeres.
En el curso de la lucha por llevar a cabo el papel que la sociedad les ha encomendado, algunas mujeres chocan frontalmente con un sistema, el capitalista, que es radicalmente contrario a la vida. Esto no es algo transversal ni inherente a la identidad individual de mujer, puesto que no todas las mujeres se ven atravesadas en la misma medida por la experiencia de la desposesión: son las mujeres de las clases subalternas las que más dificultades encuentran para reproducir la vida y, por tanto, las que más a menudo se ven abocadas hacia repertorios de acción radicales. El recurso por parte de las clases altas a nodrizas, niñeras, amas de leche y otras figuras similares ha descargado históricamente a las mujeres pudientes de las responsabilidades del trabajo reproductivo y de cuidados, articulando mecanismos distintos para su construcción social como mujeres. El mercado privado actual de compra-venta de servicios, junto con la feminización de las redes migratorias y las denominadas cadenas globales de cuidados, responsabilizan no a las mujeres como clase o grupo social homogéneo, sino a determinados sectores de mujeres, del mantenimiento global de la vida.
La colisión de la conciencia femenina de las mujeres de determinada extracción de clase con la sociedad realmente existente hace que su lucha por llevar a cabo el trabajo reproductivo y de cuidados, generalmente enmarcado al ámbito doméstico y de las relaciones privadas, irrumpa en el espacio público, dotando de un sentido político a las redes de reproducción.
¿QUÉ IMPLICACIONES TIENE ESTO PARA EL MOVIMIENTO FEMINISTA?
En su reciente libro Dos siglos de feminismo, Cinzia Arruzza y Lidia Cirilo apuntan una idea interesante: las mujeres no existimos como sujeto político permanente, sino que este sujeto se constituye puntualmente en aquellos momentos en que la condición social mujer es percibida por quienes la ejercen como causa principal de opresión y discriminación [3]. Nos encontramos en uno de esos momentos.
Tomando las palabras de Nancy Fraser, “en la actual ola de fermento feminista, muchas que antes habíamos sido mujeres de un modo establecido nos convertimos ahora en mujeres en el sentido muy distinto de colectividad política discursivamente autoconstruida” [4] Es en cierto modo un proceso de autoenunciación colectiva, en el que las mujeres nos encontramos, nos juntamos y nos reconocemos las unas en las otras a partir de la pretendida transversalidad de la opresión compartida.
De manera sintomática, las reivindicaciones que articulan este fenómeno son dos: el derecho al propio cuerpo (protestas por el derecho al aborto en el Estado Español, en Polonia, en Irlanda o en Argentina) y contra la violencia sexual y los feminicidios. Es decir, violencias que nos afectan, aunque con materializaciones diversas, a todas las mujeres. Quizá el ejemplo más obvio sea el de la campaña internacional #MeToo, que aunque en Francia permitió revitalizar puntualmente el feminismo de base y a nivel general ha supuesto una herramienta para dar voz a miles de mujeres, surge inicialmente de macroestrellas del mundo de Hollywood.
Hay aquí dos riesgos profundamente ligados entre sí, que voy a tratar de desglosar:
1. Existe un cierto redescubrimiento de algunos de los postulados del feminismo radical de los 70, en lo respectivo a la violencia sexual y bajo el eslogan es una guerra (de los hombres contra las mujeres, a la que las mujeres debemos responder). Esto, aparte de la simplificación que implica, tiene el peligro de derivar en respuestas punitivistas y de corte represivo-autoritario, en un feminismo legalista que busque castigar el delito en vez de transformar las bases estructurales de las violencias. La forma en que se ha articulado la respuesta social a los casos más mediáticos de violencia sexual parece advertirnos en este sentido. Quizá el caso más evidente sea el de las movilizaciones espontáneas y masivas contra la libertad provisional de los cinco autores de la violación en grupo de San Fermines, donde la crítica a la judicatura y a las consideraciones machistas del auto confluía con sectores movilizados contra la figura misma de la libertad provisional y por un endurecimiento legal de las condenas.
2. La articulación de un discurso que privilegie y totalice la vivencia individual del ser mujer por encima de otras realidades sociales diversas, negando la complejidad de las experiencias de opresión e imponiendo el mito de la hermandad universal de mujeres (de la sororidad como sentimiento primario [5] en favor de aquellas que ya tienen ganado el acceso al espacio público y a los círculos de poder. Esto es: una elitización del feminismo, autocentrado en la identidad y en las luchas por la representación, que no dé respuesta a los problemas de las mujeres migrantes, racializadas, trabajadoras, o procedentes del Sur Global, todas aquellas que no tenemos acceso a la autopromoción individual ni al ascenso social, cuyas condiciones de vida sólo pueden mejorar mediante políticas que defiendan la reproducción social, aseguren la justicia reproductiva y mejoren las condiciones laborales.
Esto no significa que estos movimientos no sean importantes, pero tenemos que ser capaces de movernos en un equilibrio entre la creación y promoción de nuevos modelos de representación, con la entrada en el escenario de mujeres fuertes y capaces de constituirse como referentes culturales (porque la representación sí importa) y un programa que nos incluya a todas. En este sentido, la decisión tomada por la Comisión 8M en el encuentro estatal celebrado recientemente en Gijón, de dedicar una parte importante del próximo encuentro al debate programático –o de reivindicaciones y contenidos– parece apuntar en el buen sentido. Porque este ponernos a las mujeres en el centro, este Now the women y The future is female tiene necesariamente que pasar por un empoderamiento colectivo enfrentado y radicalmente distinto a la idea de empoderamiento individual a través del éxito personal que nos vende el neoliberalismo y que sólo es posible a costa de la subordinación de otras mujeres.
¿CUÁLES ES, ENTONCES, LA CLAVE?
El feminismo global ha desempeñado otras veces un papel compensatorio o de distracción para el neoliberalismo, que despliega estrategias de purple washing o de reconocimiento formal de derechos que esconden un aumento de la desigualdad económica en el mundo. Reconocer que los antagonismos de género, en vez de constituir una división primaria, están insertos en las dinámicas de la reproducción social y que forman parte de un sistema global donde se articulan y combinan con otros factores, puede ayudar a dar luz sobre las relaciones opresivas entre mujeres y las diferencias entre nosotras, algo para lo que el feminismo radical no proporciona una explicación adecuada.
Nos encontramos no sólo en un momento de irrupción del movimiento feminista mundial, sino también de lo que podríamos llamar una feminización de la protesta. Desde el movimiento Stop Desahucios y las PAHs en el Estado Español, las movilizaciones contra Trump en Estados Unidos y contra Bolsonaro en Brasil, las ocupaciones ecologistas en Francia o Alemania, o las luchas por la soberanía alimentaria y la defensa del territorio en América Latina y el sudeste asiático, los ataques sistemáticos contra el mantenimiento de la vida están abocando a las mujeres a enfrentarse colectivamente a autoridades políticas, económicas o incluso físicas (como la policía y el ejército), impulsadas por el origen legítimo de sus demandas y avanzando a partir de la experiencia hacia niveles de conciencia política más desarrollada.
El uso de la conciencia femenina como herramienta analítica nos permite comprender el papel de las mujeres como vanguardia estratégica en luchas de un enorme potencial transformador a lo largo de todo el mundo. Y esto pasa mientras, paralelamente, el movimiento feminista se consolida como vector movilizador fundamental en muchos países, capaz de irrumpir en momentos de fuerte reflujo y de disolución de los vínculos sociales portando intuiciones profundamente anticapitalistas.
He aquí, por tanto, la clave: construir un feminismo que no hable sólo de feminismo, que ponga la reproducción de la vida en el centro y que lleve el lema nuestras vidas valen más que sus beneficios hasta sus últimas consecuencias. La campaña internacional por la huelga feminista para el 8 de Marzo nos ha descubierto a las mujeres el enorme valor (en el sentido más estrictamente económico) que nuestra sola existencia genera. Durante los últimos meses, el movimiento internacional de mujeres se ha ganado el mérito de no ser más un cúmulo de reivindicaciones sectoriales, dotándose de una dimensión estratégica y de un cierto horizonte de ruptura. Hay, por supuesto, muchas otras cosas. Las luchas por la redefinición de las identidades y por el acceso a los espacios simbólicos de poder son importantes en tanto que garantes de visibilidad y potenciadoras de un trato justo, pero reducir el movimiento feminista a esto sería negar el potencial transformador del mismo.
Ésta es la potencialidad que encierra actualmente el movimiento feminista: la de enfrentarlo todo. Que estas potencias lleguen o no a desarrollarse, constituyéndose como elementos de ruptura del normal funcionamiento de las cosas, dependerá entre otros factores de nuestra capacidad para empujar en ese sentido.
Por: Julia Cámara
[1] Laia FACET: “Mujeres: sujeto estratégico”, Viento Sur, 11/08/2017, https://vientosur.info/spip.php?article12902 [2] Temma KAPLAN: “Conciencia femenina y acción colectiva: el caso de Barcelona, 1910-1918”, en James S. AMELANG y Mary NASH (eds.): Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, 1990. [3] Cinzia ARRUZZA y Lidia CIRILO: Dos siglos de feminismo, Sylone, 2018 [4] Nancy FRASER: Fortunas del feminismo, Traficantes de Sueños, 2015. [5] Julia CÁMARA: “Sororidad y conciencia femenina: qué hermandad de mujeres para qué propuesta política”, Viento Sur, 09/08/2017, https://vientosur.info/spip.php?article12891Last modified: 03/01/2019