Hace 10 días la Iglesia católica santificó al arzobispo salvadoreño Oscar Romero. En la ceremonia, el papa Francisco vistió el cinturón litúrgico manchado de sangre que san Romero llevaba cuando fue asesinado el 24 de marzo de 1980. El día anterior a su muerte, el arzobispo había pronunciado un sermón en donde instaba a los soldados salvadoreños a desobedecer las órdenes de sus superiores:
“Quiero hacer un llamado a los hombres del ejército y a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice ‘No matarás’. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: cesen la represión”.
Para la misma fecha partió una Caravana de casi tres mil personas desde Honduras con destino a EEUU. Hombres, mujeres y niños van en búsqueda de la paz y de empleos. Las ciudades y los campos hondureños se han vuelto tierras de asesinatos a todos aquellos que aspiran a una vida mejor, a quienes quieren educar a sus hijos. Hace casi 40 años San Romero pidió que cesara la represión contra el pueblo. La matanza continúa y todo indica que no cesará.
Al igual que en otras regiones de América latina, EEUU y el resto del mundo, la desigualdad, la pobreza y la injusticia están a la orden del día en el triángulo norte de Centro América (Guatemala, El Salvador y Honduras).
Mientras los peregrinos caminan hacia la frontera sur de EEUU, llegó en forma sorpresiva a Panamá y a México el secretario de Estado de EEUU. En el caso de Panamá, le dio órdenes al presidente Juan Carlos Varela que desacelerara sus negociaciones comerciales con China Popular. Al presidente mexicano (a quien le queda un mes en el poder político) le ordenó que detuviera la Caravana que ya entró a territorio azteca. Los hondureños no pretenden entrar a EEUU en forma ilegal. En su gran mayoría buscan refugio en el país del ‘sueño americano’.
El secretario Mike Pompeo conoce muy bien las causas que promovieron la Caravana. Sabe muy bien como y quiénes originan los ‘problemas humanitarios’ pero todo indica que no tiene idea alguna de cómo controlar los efectos. Desde hace más de 150 años EEUU interviene directamente en los asuntos internos de México y Panamá, pasando por Centro América. La Caravana tiene su origen inmediato en el golpe de Estado en Honduras en 2009 y en el fraude electoral de 2017. EEUU tiene mas de siglo y medio explotando a Honduras y su gente. Cada vez que el pueblo quiere establecer un orden, Washington interviene militarmente y pone fin a los proyectos de desarrollo. La represión no cesa y los muertos se acumulan. EEUU es la fuente de las armas, entrenamiento militar y finanzas para esta barbarie. En el corazón de Honduras se encuentra la base militar norteamericana Palmarola creada para reprimir a todos los pueblos centroamericanos, comenzando por Nicaragua, El Salvador y Guatemala. En el siglo XXI se ha convertido en el cuartel central desde donde se reprime a los propios hondureños. En EEUU los hondureños también son reprimidos.
Las estadísticas hablan solas: miles de campesinos masacrados, centenares de activistas de derechos humanos muertos y decenas de periodistas asesinados. En EEUU los políticos dicen que las víctimas de las masacres son violadores. El presidente Trump ordenó cerrar la frontera y quiere movilizar el Ejército de ese país para enfrentar a lo que llama demagógicamente la ‘invasión’. ¿Convertirá la frontera entre México y EEUU en ríos de sangre?
Resucitará San Romero para pedirle a EEUU que cese la represión en su propia frontera. Washington y el centro financiero de Nueva York se llevan todas las riquezas del pueblo hondureño. Las empresas bananeras, las madereras, las azucareras, las mineras y otras incontables propiedades de trasnacionales norteamericanas no descansan extrayendo riquezas. La mano dura militar y la corrupción de la oligarquía da como resultado la migración. Trump (antes que él, Obama, Bush, Clinton y un largo etcétera) derrama lágrimas delante de los trabajadores norteamericanos acusando a los centroamericanos de ser los culpables de sus males.
Se oye el grito de San Romero: “¡Cesen la represión!”
Por: Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA
Last modified: 29/10/2018