Resignificación de las transiciones energéticas. Algunas perspectivas latinoamericanas

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Introducción

Este artículo resume el diálogo que se llevó a cabo en septiembre de 2022 por iniciativa del Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo y de otros grupos y redes sobre transiciones energéticas. Quienes participaron[1] coincidieron en el análisis de las iniciativas dominantes, que solo están profundizando los problemas ambientales y los conflictos sociales en los territorios de América Latina. El diálogo propuso entonces resignificar las propuestas dominantes para una transición energética.

Durante la conversación, se llegó a un consenso sobre al menos tres puntos clave.
En primer lugar, las principales iniciativas de transición energética tienden a perpetuar el colonialismo inherente a la era fugaz de los combustibles fósiles, en lugar de abordar las contradicciones fundamentales de la energía. Esto se observa, por ejemplo, en dos estrategias principales en las iniciativas de transición predominantes. La primera implica dedicar enormes recursos al mero intento de cambiar las fuentes de energía, sustituyéndolas por otras supuestamente «renovables», como el hidrógeno verde o la energía eólica. La segunda estrategia consiste en intentar mejorar la «eficiencia» de la producción y el consumo mediante tecnologías digitales. Adoptar estos enfoques sin cuestionarlos, como si pudieran resolver las crisis energéticas, es tan incapacitante y destructivo para la vida, la soberanía, la abundancia y la comunidad como las prácticas de la era de los combustibles fósiles.

En segundo lugar, una transición energética efectiva debe reconceptualizar la energía. Esta transformación tiene que implicar cambios culturales y políticos más profundos, que valoren de forma adecuada los ciclos permanentes de calor y la luz del sol, así como los movimientos resultantes del aire, el agua y la biomasa. En vez de concebir la energía como un conjunto efímero de pozos petrolíferos y oleoductos, líneas de transmisión y cables submarinos, minas de carbón y gigantescos parques solares y eólicos, debemos volver a verla como un patrón perdurable que incluye los arroyos que fluyen, los flujos de nutrientes del suelo a los alimentos de nuestras comunidades y las acciones de nuestros propios cuerpos. Al hacerlo, podemos entender la energía como algo intrínsecamente conectado a nuestras vidas y a su reproducción.

Por último, dado que los perjuicios del actual sistema energético se dejan sentir en toda la sociedad, el proceso de resignificación de la transición debe involucrar a una amplia variedad de comunidades. Actualmente, se están explorando diversas estrategias organizativas que involucran a colectivos de diferentes orígenes, desde mineros del carbón a comunidades antiextractivistas, desde las poblaciones rurales a los citadinos de toda la vida. Todos ellos se reúnen en debates compartidos sobre los cambios políticos y sociales más amplios y las nuevas políticas necesarias para liderar la transición energética.

Una concepción más razonable de la energía

El actual sistema fósil de extracción de petróleo, minas de carbón y su infraestructura asociada, junto con la estructura social colonial que lo respalda, es considerado por Tatiana Roa Avendaño, de Censat Agua Viva, en Colombia, como una excepción en la historia de la humanidad. Los combustibles fósiles poseen características inusuales: una alta densidad energética y facilidad de transporte y uso en comparación con otros recursos como la madera. Además, durante más de un siglo y medio, se ha mantenido su bajo costo al ignorar gran parte de los daños ambientales y sociales que causan. Sin embargo, no se puede esperar que estas características se encuentren en otras fuentes de energía en el futuro. Intentar obtener el mismo rendimiento de las llamadas energías «renovables» requeriría la apropiación de cantidades de tierra y vida inimaginables, lo cual generaría injusticias sin precedentes. Entonces, es crucial dejar de enfocarnos únicamente en nuevas fuentes de energía que ya sabemos que son incapaces de llenar el lugar que hoy ocupa el petróleo en nuestra sociedad.

Por el contrario, es importante reconocer que la energía está intrínsecamente ligada a las relaciones humanas y a los ciclos naturales, como la alimentación, los nutrientes, la luz solar, el viento, los ríos y las tormentas, que han sustentado a las comunidades a lo largo de la historia. Los seres humanos mismos son una forma de energía, ya que nuestros cuerpos generan movimiento y han sido agentes de cambio en el mundo durante milenios. A pesar de que la era de los combustibles fósiles ha ocultado esta realidad al enfocarnos en una energía basada en la explotación inmediata de petróleo y carbón, es necesario volver a una concepción más razonable de la energía que reconozca estos ciclos naturales y promueva una relación sostenible con ella, incluso cuando los combustibles fósiles desaparezcan. La transición energética requiere abandonar la idea de buscar formas «renovables» de alimentar la antigua infraestructura energética del capitalismo industrial, con sus gasoductos, torres de alta tensión y creciente demanda. También implica rechazar la fantasía de que simplemente cambiando de energía fósil por energía no fósil se resolverán de un modo automático la crisis climática y las crisis derivadas del colonialismo.

El caso del hidrógeno ofrece una importante ilustración. Como señala Gabriela Cabaña, del Centro de Análisis Socioambiental (CASA), en Chile, ha sido durante mucho tiempo un vector energético clave en sectores difíciles de electrificar, por ejemplo, el refinado de petróleo y la producción de acero y fertilizantes. El hidrógeno, aunque parece un combustible respetuoso con el clima, plantea desafíos significativos. En la actualidad, la mayor parte se produce a partir de combustibles fósiles, lo cual genera emisiones de gases de efecto invernadero. La alternativa propuesta es producir hidrógeno verde a través de la electrólisis con energía renovable, pero esto requiere grandes inversiones y terrenos asequibles. En Chile, se están instalando infraestructuras solares en áreas ya estresadas ecológicamente, tratándolas como tierras de sacrificios para la economía industrial. Sin beneficiar a las comunidades afectadas ni abordar la pobreza energética, el enfoque se centra en la exportación. En este país, los planes actuales implican la construcción de trescientos gigavatios de infraestructura de «energía renovable» para la producción de hidrógeno en 2050, frente a los dieciséis gigavatios actuales, destinados en su mayor parte a Europa, adonde se lleva en buques alimentados por combustibles fósiles, para mantener industrias y sistemas de transporte antiguos que ahora buscan una imagen «verde», mientras los costos ambientales y sociales recaerán principalmente en Chile.

Tampoco los programas de «eficiencia» promovidos por las tecnologías digitales pueden lograr una auténtica transición energética. Como señala Verónica Villa, etnóloga que trabaja en México con el Grupo ETC, las nuevas tecnologías informáticas, con su infraestructura física de servidores, centros de datos, equipos 5G y líneas de transmisión eléctrica, en realidad incrementan el consumo de energía. En 2017 se estimó que para 2025 los nuevos procesos de creación de datos, manipulación e intercambio de información entre personas y máquinas, y entre las propias máquinas, consumirían una quinta parte de la electricidad mundial (Anders, 2017). Por ejemplo, la agricultura digitalizada, basada en el uso masivo de datos y tecnologías como la inteligencia artificial, drones y blockchain, requiere una infraestructura energética y de datos estupenda, y busca aumentar la eficacia de un sistema agrícola dependiente de los combustibles fósiles en lugar de reemplazarlo.
Este tipo de «transición» socava de manera activa las fuentes de las transiciones alternativas que el planeta realmente necesita. Las más interesadas en la agricultura digital son las grandes corporaciones de la agroindustria como Bayer Monsanto, junto con corporaciones de maquinaria como John Deere, fabricantes de fertilizantes como Yara, compañías farmacéuticas veterinarias, empresas de carne y proteínas alternativas como JBS y Tyson, proveedores de materias primas agrícolas como Cargill, minoristas como Walmart, procesadores de alimentos como Nestlé o PepsiCo y las empresas emergentes de entrega de alimentos como Uber Eats o Deliveroo. Estas compañías se están apresurando hacia la digitalización de la cadena alimentaria en colaboración con los titanes de los datos, como Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft, Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi. Además, los fondos de inversión, como BlackRock, Vanguard y State Street, que buscan destinos rentables para las enormes reservas de efectivo que administran para sus inversores adinerados, también están mostrando un gran interés en invertir en la transformación digital de la producción y circulación de alimentos, desde las semillas, la tierra y los combustibles fósiles hasta el transporte de alimentos, su entrega en supermercados y la manipulación digital de los consumidores a través de la publicidad dirigida individualmente (Grupo ETC, 2022).

Las infraestructuras digitales actuales favorecen los intereses empresariales en lugar de promover la soberanía tecnológica o comunitaria. Requieren recursos y energía inaccesibles para la mayoría de las comunidades. Además, aunque siempre se insta a la gente a tomar el control de sus datos, los datos procesados y las infraestructuras digitales corporativas son demasiado grandes para que una sola comunidad pueda controlarlos. La desconexión entre las necesidades de la comunidad y las nuevas tecnologías digitales se manifiesta también en la velocidad alta, que beneficia principalmente a las empresas y los Estados y favorece la individualización y la vigilancia a gran escala. Como señala Villa, la solución al hambre y a los desafíos agrícolas no radica en una mayor recopilación y procesamiento de datos, ni en alta velocidad ni en una mayor eficiencia mecanizada. Se requieren enfoques basados en la soberanía alimentaria, derechos comunales, apoyo a los pequeños agricultores y lucha contra la especulación y el control de la agroindustria. La nueva mecanización digital no es parte de la transición energética necesaria. Por el contrario, la prioridad debería ser construir el poder político necesario para evitar el acaparamiento de tierras y el uso acelerado de bienes naturales. Las herramientas digitales actuales están diseñadas para centralizar datos y servir a las máquinas de inteligencia artificial corporativas, no para promover una vida comunitaria saludable y los ritmos lentos de pensamiento colectivo.

Un cambio social y cultural más amplio

El trabajo de activistas latinoamericanos como Roa Avendaño, Cabaña y Villa muestra por qué las «soluciones», como los proyectos corporativos de energías renovables a gran escala o las nuevas tecnologías de la información, en muchos sentidos no hacen más que reforzar las crisis energética y climática que pretenden abordar. En la actualidad, no existe una transición energética, sino solo una expansión energética. Su trabajo nos invita a redefinir lo que entendemos por «transición energética» para tener más en cuenta el colonialismo, el extractivismo, la explotación, el significado de la tierra y el territorio y la historia de la infraestructura de los combustibles fósiles. Sugiere que, en lugar de limitarse a sustituir una fuente de energía inviable por otra o a desplegar nuevas máquinas para que las antiguas sean más «eficientes», la transición implica lo que Roa denomina un «cambio social y cultural» más amplio. Como subraya Cabaña, la transición tiene que ver con el poder, la soberanía y una «transformación total de nuestras sociedades, una transformación de nuestras relaciones que es infraestructural y, por tanto, también política».

Para ello es necesario ir más allá de las preguntas habituales sobre la transición energética. Por ejemplo, la cuestión acerca de cómo luchar contra el extractivismo y, al mismo tiempo, hacer frente a una demanda mundial de energía de ochenta gigajulios por persona para una población mundial de 7800 millones. En lugar de dar por sentados el nivel y la estructura de la demanda energética mundial a la que se refiere la pregunta, quienes participaron en el encuentro coincidieron en que es más útil tratarla como el «resultado de una arquitectura específica, de una organización política y económica concreta» que puede cambiarse. Como señalan Cabaña y Roa, es muy posible satisfacer las necesidades de todas las personas con una huella energética significativamente menor, sobre todo si se reduce el consumo de energía y se da mayor prioridad a las necesidades públicas básicas que al uso de energía de lujo. La alternativa —mantener constante la demanda energética global agregada creada durante la era de los combustibles fósiles e intentar satisfacerla con electricidad derivada de parques eólicos y solares— no hace más que abrir nuevas fronteras al extractivismo. El concepto abstracto de «demanda energética», añade Villa, necesita siempre desglosarse para que los ciudadanos tengan derecho a plantearse cuestiones concretas sobre para qué se va a utilizar la energía en cuestión, y por quién. Las cifras abstractas de demanda energética, observa Roa, ocultan los mil millones de personas que no tienen acceso a la electricidad. También ocultan las razones por las que esas personas han sido expulsadas o empobrecidas por el actual sistema energético, tanto en el campo como en las ciudades. En Colombia, por ejemplo, muchas familias están conectadas a la red eléctrica pero no tienen acceso a la electricidad porque no pueden pagarla. En este sentido, sugiere Cabaña, puede ser útil pensar la política energética menos en términos de eficiencia, y más con un foco en la suficiencia. Es decir: en lugar de preguntarnos cómo satisfacer eficientemente una demanda cada vez mayor, ¿qué pasaría si nos preguntáramos cuánto necesitamos? La eficiencia sin suficiencia no reduce el impacto a largo plazo, porque se crean efectos rebote que aumentan el estrés sobre los ecosistemas, por muy eficientes que lleguemos a ser. «Si no regulamos hacia una menor demanda futura, no podremos salir del círculo vicioso en el que estamos».

Conclusiones

¿De qué otras formas podríamos repolitizar el lenguaje para hablar de energía? ¿Cómo podemos entender mejor la transición como un cambio cultural? Y lo que es más importante, ¿de qué manera se está llevando ya a cabo sobre el terreno el proceso de resignificación de la transición energética?
Quienes participaron en el debate de septiembre coincidieron en que las perspectivas de un cambio radical van de la mano de los esfuerzos por implicar y conectar comunidades con orígenes y situaciones muy diversas en debates compartidos sobre el futuro. En Colombia, por ejemplo, explica Roa Avendaño, los movimientos sociales tienen un historial de articulaciones multisectoriales en la lucha contra el extractivismo que ha implicado esfuerzos por conectar a grupos indígenas, afro y campesinos tanto con organizaciones ecologistas como con trabajadores de los sectores del petróleo, el carbón y la electricidad.

En estas articulaciones, siempre ha estado presente la tensión sobre qué hacer con proyectos extractivos. Debe entenderse que el objetivo de la discusión no es presionar por el cierre inmediato de los proyectos mineros o energéticos, sino atreverse a pensar más ampliamente en la transformación de un sistema energético que ha generado tantos conflictos entre las comunidades. ¿Qué preocupaciones comparten los distintos grupos? ¿Y cómo facilitar un debate que entienda la transición energética como un cambio social y cultural radical que afecta la alimentación, la movilidad, la construcción de ciudades, el diseño de edificios, el despilfarro energético y mucho más?

En la misma línea, Cabaña recuerda que las justificaciones que se utilizan actualmente para sacrificar territorios en nombre de una «transición energética» son las mismas que se han utilizado durante siglos. «Muchas personas que solo hoy empiezan a preocuparse por los impactos presentes o futuros de la crisis climática son precisamente aquellas que no se han visto afectadas por anteriores oleadas de devastación ecológica causadas por la expansión del capitalismo». Como resultado, a menudo ignoran esta continuidad histórica. Por eso, es importante, al debatir la transición energética, «volver siempre a las comunidades que llevan siglos resistiendo el avance del colonialismo y las fronteras de la expansión» y fomentar el diálogo entre ellas y otras comunidades. Lo que se necesita es un enfoque político que promueva la solidaridad entre el Sur global y el Norte, permitiendo mantener una conversación honesta.

Referencias

Andrae, A., 2017. «Total Consumer Power Consumption Forecast». Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/320225452_Total_Consumer_Power_Consumption_Forecast, consultado el 3 de julio de 2023.

Grupo ETC, 2022. «Los barones de la alimentación 2022. Lucro con las crisis, digitalización y nuevo poder corporativo». Disponible en: https://www.etcgroup.org/files/files/barones_de_la_alimentacion-resumen-web.pdf, consultado el 3 de julio de 2023.

Por: Verónica Villa,* Tatiana Roa Avendaño,** Gabriela Cabaña,*** Larry Lohmann****

* Etnóloga, Grupo ETC,  México. E-mail: [email protected]

** Ambientalista, Censat Agua Viva, Colombia. E-mail: [email protected]

*** Antropóloga social, investigadora de las políticas energéticas y fundadora del Centro de Análisis Socioambiental (CASA), Chile. E-mail: [email protected]

**** Investigador, The Corner House, Reino Unido. E-mail:[email protected]

[1] Participaron Verónica Villa de México, Tatiana Roa Avendaño de Colombia, Gabriela Cabaña de Chile, Cecilia Chérrez de Ecuador y Larry Lohmann del Reino Unido.

Ilustración: Arcadio Esquivel

Tomado: ecologiapolitica.info

Last modified: 18/08/2024

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