Los refugiados climáticos y los pueblos desplazados son los que llevan la peor parte de la violencia ambiental.
“Vivimos con el miedo constante de los impactos adversos del cambio climático. Para una nación de atolón de coral, el aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos más graves se ciernen como una amenaza creciente para toda nuestra población. La amenaza es real y seria, y no tiene ninguna diferencia con respecto a una forma lenta e insidiosa de terrorismo en nuestra contra”
A raíz de los atentados de París, los líderes mundiales están cerrando sus fronteras a los refugiados y tomando medidas enérgicas contra la participación de la sociedad civil en las negociaciones climáticas futuras. En los últimos 15 años, la guerra contra el terrorismo ha permitido el aumento de los poderes del Estado, mientras que ha puesto freno a los derechos fundamentales, en especial de seres humanos racializados que son marcados como amenazas. Mientras tanto, la violencia en contra de la mayoría de la humanidad – incluyendo la devastación causada por el cambio climático en lugares como Tuvalu – continúa en la impunidad internacional.
Tuvalu es una de las decenas de Islas-bajas del Pacífico amenazadas por una inmersión total con el calentamiento catastrófico que hace que los niveles del mar se eleven drásticamente. Más de una quinta parte de la población de Tuvalu ya han sido obligados a huir y el Gobierno de Tuvalu ha instado a la ONU a prestar atención al inminente desastre en la Isla. A pesar de tener las emisiones más altas del mundo per cápita, el vecino de Tuvalu, Australia, se ha negado hasta ahora a aceptar a los tuvaluanos como refugiados climáticos.
Es evidente que la falta de respuesta de Australia y otros gobiernos Occidentales al cambio climático se reproduce en su negación de humanidad con aquellos que son producto de nuestro mundo desigual; millones de personas se consideran prescindibles como la tierra, el aire y el agua que las élites y sus amigos corporativos están cavando y contaminando.
Refugiados Climáticos en el COP21 de negociaciones sobre el clima
Hace dos años, la tormenta más fuerte jamás registrada, tocó tierra en las Filipinas. El Tifón Haiyan dejó 6 mil muertos y 4 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Este mes, una coalición de sobrevivientes publicó un comunicado de aniversario para el mundo:
“En el segundo aniversario de Yolanda, las velas encendidas ya no son suficientes. Debemos organizar y escalar acciones, fortaleciendo nuestras redes para presionar a nuestros ineptos gobiernos y a las 200 corporaciones gigantes que acumulan riqueza desde la contaminación del carbono hasta la explotación social…Ahora es el momento de poner fin a la crisis climática. Que el mundo sepa – nuestra supervivencia no es negociable”.
De acuerdo con el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno, un promedio de 26,4 millones de personas, por año, han sido desplazadas de sus hogares debido a los desastres ambientales. Esto es el equivalente a una persona desplazada cada segundo; y la probabilidad de ser desplazado por un desastre climático es 60 por ciento más alto de lo que era hace cuatro décadas.
A pesar de que las agencias internacionales y los políticos declaran rutinariamente que el clima y la migración son dos de las mayores crisis que tiene el planeta hoy en día, una propuesta para apoyar a los refugiados climáticos se ha caído de las conversaciones sobre el clima COP21 de las Naciones Unidas en París. Una de las principales recomendaciones del Grupo Asesor sobre el Cambio Climático y Movilidad Humana es el de financiar estrategias de adaptación que apoyen a que las comunidades se mantengan, así como estrategias para migrar de forma segura a través de un centro de coordinación de desplazamiento por el cambio climático. Propuesta hecha por los países del Sur Global, la propuesta es rechazada por los países Occidentales, especialmente Australia, y ahora ha sido completamente descartada del último acuerdo del proyecto.
Esto deja al descubierto que, para los poderosos, la supervivencia de seres humanos de piel negra y marrón, es de hecho negociable. Por otra parte, los mercados de carbono siguen siendo una de las principales soluciones propuestas por las élites gubernamentales y corporativas, aunque abren las comunidades pobres al acaparamiento de tierra y a nuevos desplazamientos por parte de los contaminadores.
El desplazamiento como Violencia Ambiental
Los refugiados climáticos no son los únicos que sufren los impactos de la degradación ambiental. Refugiados y migrantes que huyen de la guerra, la violencia política y la inestabilidad económica, a menudo cuentan historias de modos de vida devastados por el cambio de los patrones climáticos o proyectos de desarrollo industrial que alteran permanentemente los paisajes locales. El aumento de refugiados sirios, por ejemplo, se ve agravado por una sequía de ocho años que ha causado que un 75 por ciento de los agricultores sufran la pérdida total de sus cosechas y más de 1,5 millones de personas sean obligadas a migrar a zonas urbanas.
De hecho, gran parte de la violencia política e imperialista que ha causado los desplazamientos masivos más grandes del mundo en Palestina, Afganistán e Irak se remonta al crimen climático más grande del mundo, el de las arenas bituminosas.
Desproporcionadamente impactando Comunidades Indígenas aguas abajo, como el Athabasca Chipewyan First Nation, Beaver Lake Cree Nation y Lubicon Cree Nation en la fuente, más de la mitad de las arenas bituminosas de Alberta van a los EE.UU., cuyo Departamento de Defensa es el principal comprador y consumidor de petróleo del mundo. De hecho, la Ley de Política Energética de Estados Unidos de 2005 designa explícitamente que la producción de arenas bituminosas sirva para satisfacer las necesidades de combustible de los militares estadounidenses. Como la autora Naomi Klein lo explica: “Mientras se incendia Bagdad, desestabilizando toda la región y enviando los precios del petróleo al alza, Calgary florece”. Esta es precisamente la razón por la que una orientación anti-colonial local y global tiene que ser central en los movimientos de justicia climática.
En Tanzania, África oriental, la minería de oro representa aproximadamente el 40 por ciento de las exportaciones del país. Sólo una mina de oro, North Mara, propiedad de la gigante minera canadiense, Barrick Gold, ha desplazado a 10 mil familias desde 1997. En un año, el Centro de Derechos Legales y Humanos documentó 19 asesinatos de pobladores que se oponían a la mina, por parte de la policía y las fuerzas de seguridad. En otra parte del norte de Tanzania, la mina de oro Geita desplazó a 250 personas de un pueblo – casi todas las familias de agricultores que ya no pueden subsistir de la tierra, han vivido en un campo de refugiados improvisado durante los últimos ocho años. El desarrollo industrial, así como la minería, presas y centrales eléctricas tienen graves consecuencias para el medio ambiente y los derechos humanos de los desplazados, debido a la pérdida de sus tierras y medios de vida. Los investigadores estiman que en todo el mundo, unas 15 millones de personas cada año se ven obligadas a abandonar sus hogares debido a los proyectos de desarrollo industrial, y que la minería representa el 10,3 por ciento de todos los desplazamientos inducidos por el desarrollo.
Por otra parte, en un mundo de fronteras fortificadas, buscar refugio asegura la violencia. La militarización del muro fronterizo entre Estados Unidos y México, por ejemplo, ha creado una cicatriz de 650 millas sobre la tierra, así como al menos la muerte de 5 mil migrantes en las últimas dos décadas. En 2005, una disposición de la Ley Real ID, dio al Secretario de Seguridad Interior un poder sin precedentes para derogar 36 leyes que protegían a las especies en peligro, campos agrícolas, ríos y ecosistemas sensibles. Mientras tanto, las prisiones y centros de detención de inmigrantes son masivos riesgos ambientales y de salud para los pobres, donde de manera desproporcionada los cuerpos negros y latinos son almacenados detrás de rejas, y el agua potable contaminada con el arsénico que yace en las aguas residuales, mientras respiran el aire de plantas de energía peligrosamente cercanas a los vertederos.
Libertad para moverse, permanecer y retornar.
El cambio climático es un producto de nuestro sistema político, social y económico – que pone todo lo que es sagrado en el mercado para el pillaje y obtener ganancias, un orden jerárquico que valora a algunas personas como si fueran toda la humanidad, mientras que otras son arrojadas fuera de la humanidad y se les hace desaparecer en el mar, en las calles y detrás de las jaulas. Esta es precisamente la razón por la que los pueblos desplazados sean el centro de los movimientos climáticos.
Como nos recuerda el autor, McKenzie Wark: “Los que buscan refugio, a los que rara vez se les concede voz, son, sin embargo, los cuerpos que se enfrentan a la injusticia del mundo”.
**Harsha Walia (HarshaWalia) es una activista del Asia Meridional y escritora con sede en Vancouver, unceded Indigenous Coast Salish Territories en Canada. Ella ha participado en las comunidades de base de migrantes, feministas, antirracistas, de solidaridad indígena, movimientos anticapitalistas y antiimperialistas durante 15 años. Es la autora de, ‘Undoing Border Imperialism’.
Un promedio de 26,4 millones de personas por año son desplazadas de sus hogares debido a los desastres ambientales. | Foto: Michael Nash, Director de los Refugiados Climáticos.
Un promedio de 26,4 millones de personas por año son desplazadas de sus hogares debido a los desastres ambientales. | Foto: Michael Nash, Director de los Refugiados Climáticos.
Fuente: www.teleSURtv.net
Last modified: 04/12/2015