Hay dos experiencias que quiero citar para sustentar este artículo. La primera es el concurso de creatividad virtual Arte en Casa que organizaron Arckalab y Space. Fui jurado de este concurso, donde participaron muchos niños en distintos formatos, que iban desde la pintura, la creación literaria y las manualidades. Fue una experiencia emocionante ser parte de este concurso, porque los trabajos que realizaron estos niños fueron hechos en el marco de la pandemia, en medio de la ansiedad de estar confinados. Pudimos hacer una lectura, desde el arte y la imaginación creadora de los niños, de la forma en que extrañan su mundo, la manera en que ellos sueñan el país, y cómo desde el imaginario de infancia hay una propuesta para construir mejor el país. La pregunta que me hice:
¿estamos escuchando a los niños y jóvenes para poder reconstruir la sociedad?
La segunda experiencia fue con Ana. Ana es una adolescente con muchas inquietudes y su deseo es ser una escritora. Es alumna del Instituto Alfredo Cantón, becada por la Fundación Alberto Motta y participa de los programas del Centro Superarte de esta fundación. La conocí a través de su mentor, Jesús Martínez, un viejo amigo periodista, quien la está guiando en su intricado camino para ser una profesional. Ana quiere ser escritora y me recordó cuando hace más de 40 años yo tenía las mismas interrogantes: qué estudiar, qué leer, con quién hablar. Le hablé como a mí me habló Herasto Reyes en aquellos tiempos, cuando yo no tenía ni idea de lo duro que es el proceso para ser un escritor. Es decir, una persona que escribe para aportar algo con valor para la sociedad.
Estas dos experiencias con la vida y la cultura me han hecho reflexionar en algo que Michele Petit menciona en el prólogo de su libro Leer el mundo: la apuesta de la enseñanza va más allá de una utilidad mensurable. Mi antropóloga de la lectura favorita se ayuda de otros pensadores, como Drew Faust, presidenta de Harvard, para decirnos que “los seres humanos necesitan sentido, comprensión, perspectiva tanto como trabajo”. Algo así como la bíblica frase: no solo de pan vive la gente. También nos remite a ese famoso discurso de Federico García Lorca: “Medio pan y un libro”, en el cual Lorca se refiere al libro como “la mayor obra de la humanidad”. La imaginación, el arte y la lectura son también una forma de alimento para que podemos resistir las adversidades de la vida. La gente necesita trabajo y comida, pero también intuición, emociones, pensamiento, que le den sentido a su vida.
No recuerdo a quien le escuché decir, creo que fue a Gloria Bejarano, mi madre en cuestiones pedagógicas, que sería una gran cosa que las autoridades le añadieran a la bolsa solidaria un libro. Un pequeño libro de literatura. Podría ser un cuento o un poema. Esto serviría para que las familias, al abrir la bolsa, no solo encuentren comida para las tripas; también comida para el pensamiento. Es como aquel proyecto de ayuda social, que desafortunadamente no es panameño, donde al entregar una casa o un apartamento a la familia beneficiada, recibían también con la casa un pequeño librero lleno de libros. Porque la familia también necesita nutrir el espíritu y el pensamiento. Con la pandemia, los panameños, al igual que otras naciones, descubrimos que no solo estábamos vulnerables en términos de equipamientos de salud; también en términos de cultura. Sólo México contaba con un protocolo de intervención cultural en situaciones de emergencia que nació con el duro terremoto que vivieron en el 2017.
La falta de imaginación y creatividad conducen, no solo a la alienación y enajenación de las personas; también es una forma de empobrecimiento que incapacita la voluntad de pensar y es allí donde está la verdadera enajenación y la incapacidad de expresarse como sujetos de derechos.
Cuando veo en los medios a una persona gritar contra las autoridades, con toda la justificación del mundo, reclamando la falta de algún servicio, pero lo único que sale de su boca son palabrotas que oscurecen su protesta, solo pienso en la diferencia que hubiera sido si esa persona hubiera tenido la capacidad de organizar sus ideas y expresarse con un lenguaje menos superficial.
Pienso que la imaginación, la creatividad y el pensamiento crítico son instrumentos para que las personas puedan imaginar su contexto. Hablamos de una nueva normalidad, pero esa nueva normalidad se refiere a movilizarse en un mundo con normas de bioseguridad. La verdadera normalidad debería de partir de una nueva ética del pensamiento que nos ayude a reorganizar el ecosistema en todas sus formas. La “imaginación inteligente”, como la llamaba Cesare Pavece, es ahora, más que nunca, una de las vacunas importantes que deberíamos descubrir y todos inyectarla en nuestras vidas.
Por: Carlos Fong. Escritor panameño
Last modified: 13/07/2020