A nuestro hermano montañero Avelino Pérez, la persona que mejor conoce los límites comarcales de Kuna Yala. Agradecidos por su amistad y labor.
(Cebaldo) A pesar de ser una criatura de islas, rodeado de peces y sirenas y otros habitantes marinos, las montañas, sus bosques y ríos, siempre me fascinaron: me encantaron y encantan. Eso es entendible porque por nuestro cuerpo y memoria corren ríos enormes, savia de árboles y voces de animales de la selva. Así lo narra un acertado párrafo del texto de Patrick Breslin y Mac Chapin, Ecología al estilo Kuna: “Cuando un kuna se despierta, allá en alguna de las pequeñas islas de coral de la costa panameña donde vive el mayor parte de su pueblo, sus ojos vagan desde los bohíos vecinos, techados de palma, hacia los cayucos de los paisanos que navegan rumbo a sus fincas en tierra firme; de allí su vista se desliza más de un kilómetro sobre aguas resplandecientes, hasta el espesor de verde de la selva que crece, virgen y exuberante, y ancla finalmente en las montañas de la Cordillera de San Blas”
En estas cosas pienso preparándome para conocer algún día y con un amigo querido, las alturas y aldeas de un Perú soñado. Sí Jorge, me encantaría conocer las montañas de tu amado Perú, sabiéndote guía y compañía.
(Jorge) Pues, bienvenido hermano. Allá tengo mi Apu – no se te ocurra decirle “cerro”, que se molesta… – el Apu Chicón, que coronado en nieve se levanta a un lado del río Wilkamayu, en el valle sagrado de los incas del departamento de Cuzco. Departamento donde, además, nació Delia Rosa Cuadros, mi madre. ¿Ves? Se juntan buenas razones telúricas compadre, suficientes para que el Chicón me“jale”. Porque te lo advierto: las montañas saben jalar a la gente.
(Cebaldo) De niño, uno de mis sueños fue un día cruzar la cordillera dule, la llamada Cordillera de San Blas, con mi mejor amigo de esos años, Smodin. Teníamos un montón de años – 9 o 10 creo – y amigos en común que a cada rato llegaban de aldeas con nombres para mí mágicos: Nurra, Uala, Mordi… niños dules que venía de la vertiente del Pacífico, atravesando a pie con sus padres esas montañas. Con Smodin un día elaboramos un mapa y juntamos materiales para vivir la aventura soñada, remontando las selvas hacia las lejanas comunidades al otro lado de la cordillera… Pero antes de poder hacerlo realidad empezó mi aventura urbana: me fui a la “selva de cemento” y Smodin quedó esperando mi regreso. Nunca más nos volvimos a ver.
(Jorge) Llama la atención que subir a las montañas más altas, al igual que construir una casa en un árbol, suelen ser sueños recurrentes de la infancia, crezcas donde crezcas. Por eso, por serios, hay que intentarlos; mejor evitar promesas vanas – más aún como adultos a niños. Si realmente lo planteamos en serio un día conocerás al Chicón, Cebaldo. Este intercambio me recuerda un poco a la Luna de enero 2019, que titulamos: “Y al sueño, ponle alas” (www.inawinapi.com/luna-llena/y-al-sueno-ponle-alas). Como que hay que meterle ganas a los temas que se quedan rondándonos…
(Cebaldo) En esos años en Ustupo, otro estímulo eran las lecturas de papá, grande lector él de enciclopedias y todo lo que fuera papel escrito. Por él conocí el mundo de los sherpas, la existencia de las Himalayas, el Everest y los Andes. Y claro, también supe de montañistas y escaladores. Además, tenía las historias de mi primer cuenta-cuentos, el tío abuelo Fred Wiliams, que me hablaba de una montaña mágica y sagrada, en algún lugar del Darién histórico, donde vivían árboles gigantescos tan grandes que tocaban el cielo, donde anidaban también pájaros misteriosos, ¡y que era el lugar de nacimiento de la tribu! …¡Un día he de visitar Dagarkunyar!
A lo largo de mi vida, otras sierras, otras montañas y sus historias llegaron; unas cargadas de rabias y rebeldías, otras plácidamente. Fui conociendo del Tute heroico y rebelde, del Ancón aprisionado, del Ibedon siempre amoroso. Ibedon, que con sus 726 metros de altura es uno de las cerros mayores de la Comarca Kuna Yala, cerro tutelar que cuida a Yandup (Narganá) y a Wargandup (Río Azúcar).
Montañas como Dagarkunyar en Darién, o el rebelde Tute en Veraguas, o el Chomolunga en Himalaya… Guardianas de vida, guardianas del tiempo. Desde niños queremos subir las montañas más altas porque nos llaman – nos jalan, como dices –, o tal vez porque de alguna manera evocan nuestros orígenes y nuestros obstáculos. Decretan también las montañas que la naturaleza, de la que somos parte integral, no debe ser domesticada por completo. Por ello las cumbres del Ibedon, Dianmaiyala, Obu, Galedyala, eran kalu para nuestros ancestros: sagrados, casi intocables.
– Qué de historias, de amistades, se reúnen a veces alrededor de las montañas…!
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Cebaldo Inawinapi y Jorge Ventocilla
Octubre de 2020
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Last modified: 02/10/2020