El imperativo de la ecología de orden moral que surge como exigencia de la familia, persigue la plenitud de la convivencia respetuosa y la destrucción de los fenicios de la obscenidad
Es diverso y complejo el entorno cultural y geográfico del ser humano. Uno se refiere al medio ambiente definido por la naturaleza: las aguas, los bosques, la sequía, la política de reforestación o la de los depredadores. Otro es el entorno moral, inaceptable cuando por carecer de recato se asfixia el buen vivir.
En los últimos tiempos se vienen haciendo presentes, con mayor frecuencia, los entendidos en estas materias y ofrecen sus puntos de vista con erudición y con un gran sentido de patria. En materia de medio ambiente, el de la naturaleza, los artículos del ingeniero Mario Alvarado, convidan a la más profunda meditación. Su trabajo ‘El agua que bebemos’ (la Prensa, 26-6-2003) posee tanto conocimiento y tanta riqueza informativa, que es fácil obtener de él un responsable programa de gobierno. Dedicados como estamos los panameños a las faenas canibalescas o demoledoras de reputaciones, al surgir un argumento constructivo de interés nacional de efectos permanentes, uno siente como que recibe un tirón de orejas para ubicar la atención personal en los juicios trascendentes y vitales del país.
El ingeniero Alvarado se refiere con datos alarmantes al problema del agua. Un recurso que se agota. ‘En el arco seco panameño, ubicado en Azuero y en el Sur de Veraguas, debido a la desaparición de ríos y quebradas el MIDA ha perforado 564 pozos profundos, la mayoría de manera infructuosa’, dice. Tres reflexiones mínimas ofrece el señalamiento transcrito. La primera, que el MIDA, sigue una política previsora, absolutamente desconocida en su obsesión positiva de sacar agua de las entrañas de la tierra. La segunda, que el agua se acabó en esas regiones o como dice el Ingeniero Alvarado, ‘la acabamos’. La última elabora un mundo de aprensiones con relación al futuro de las poblaciones que habitan en esas regiones.
A renglón seguido el articulista, en apretada síntesis, se ocupa del río Chiriquí Viejo y de su generosidad ante la creciente presión humana para aprovechar sus aguas. El Chiriquí Vejo es un río muy hermoso y muy amado por su pueblo. Tiene para el chiricano, como el volcán Barú, un palpitar perenne en su propio corazón. El Chiriquí Viejo, antiguamente Chiriquí el Viejo, según relato del capitán Diego Ruiz de Campos, 1631, se distingue por su impetuosidad y desbordante caída desde su nacimiento en las regiones altas. Es un río bueno de escasas rebeliones dañinas. Nos recuerda el ingeniero Alvarado, tal como es, al divulgar su misión fecundadora. Tiene ‘un área de drenaje de mil 376 kilómetros cuadrados y una longitud aproximada de noventa kilómetros, posee las aguas que sirven para irrigar a las comunidades de Cerro Punta y Sereno. Es la base del sistema de acueductos del distrito de Barú y fuente de irrigación para las plantaciones bananeras de Armuelles y Divalá’.
Este gran río no solo suministra las aguas para consumo humano y para los cultivos, también le puede hacer frente a los retos de los proyectos hidroeléctricos. En sus aguas encontramos las fuentes que darán energía a los proyectos ‘de Monte Lirio-Pando, de Bajo Mina, Altos de Caizán, hidro-Burica’ y, lo recuerda Alvarado, ‘el macro proyecto de riego del Barú que pretende incorporar 11 mil hectáreas a la agricultura de riego’. Sin embargo, este tesoro nacional, como lo afirma el ingeniero, cuyo trabajo abordamos, ‘sufre la deforestación crónica en áreas del Parque Internación La Amistad’, es decir, sufre los efectos negativos de quienes procuran satisfacer sus egoístas y personales ambiciones en desmedro del interés social. Si la deforestación que afecte cualquier río debe ser penada ejemplarmente, la del río Chiriquí Viejo, y la de otros de igual categoría y fecundidad, debe merecer como sanción la prisión preventiva sin derecho afianza como ocurre u ocurría con los reincidentes en el abigeato, delito menor.
El medio ambiente, debe ser advertido, podría zozobrar si prevalecen las acciones de la delincuencia contra el equilibrio de la naturaleza. La devastación de los bosques otra expresión del delito. Así como crece la delincuencia urbana también crece la delincuencia rural, donde el sujeto pasivo es, como en todo delito, la sociedad. Al observar el ingeniero Alvarado el arco seco panameño también carece de agua en sus profundidades, simplemente obliga a poner en guardia al Estado panameño para perfeccionar las políticas protectoras de la tierra.
Los planteamientos de jóvenes estudiosos como los que motivan mi crónica de hoy, garantizan un relevo generacional fundado en el talento, en la honestidad intelectual y n las virtudes del conocimiento. El hecho resulta absolutamente estimulante.
Es oportuno, a la vez, dejar rodando alguna reflexión sobre los daños ocasionados al otro medio ambiente, al moral, cada día más frecuente y sin control. Me refiero en particular a los programas televisivos, radiados o escritos, esencialmente vulgares y pornográficos, y también embrutecedores. Estos eventos tan promocionados se ofrecen ahora en las primeras horas de la noche, sin respetar, por supuesto, la inocencia infantil, la formación del adolescente y el pudor de la familia. No se trata de observaciones fundadas en percepciones puritanas. Es que estamos en presencia de una ofensiva de la vulgaridad solo concebida para maltratar, debilitar o disolver las buenas costumbres. Existen genios del mal que conciben programas destinados a quebrar la espina dorsal de la ética social para que prive lo abyecto, lo obsceno, el vil ejemplo, esto es, las condiciones disolventes que precipitaron a la ruina a Sodoma y Gomorra. No puedo imaginar a los responsables de estos programas junto a sus hijas y nietas dedicados a la contemplación de los mismos, seducidos por el deleite de tanta impudicia.
La ecología como estudio del equilibrio entre el ser humano y la naturaleza es un imperativo ligado a la sobrevivencia de la especie, y la ecología moral que anhela el equilibro de la sociedad con la decencia, es otro imperativo impuesto por el pudor individual y colectivo. Aquel imperativo de la ecología geográfica tiene por meta una vida físicamente optima, y el imperativo de la ecología de orden moral que surge como exigencia de la familia, persigue la plenitud de la convivencia respetuosa y la destrucción de los fenicios de la obscenidad.
Por: Carlos Iván Zúñiga (1926-2008)
Last modified: 08/08/2019