La crisis, los nadies y la muerte
Desde que empezó esta crisis asociada a la pandemia del covid 19, he estado leyendo todo lo que he podido para buscar entender esta situación en que nos ha tocado vivir. Casi todo lo encontrado se refiere a los cambios y transformaciones que nos trae esta epidemia, pero entre todo lo que está ocurriendo a mí me preocupan más las persistencias. En este contexto extraño, irregular, nuevo, no han hecho más que repetirse y recrearse con más fuerza las tendencias de exclusión y desigualdad que venían asociadas a la globalización neoliberal. El capital y los empresarios son los que están saliendo reforzados de esta crisis; mientras que parafraseando a Galeano, los nadies siguen siendo los dueños de nada, excluidos de la historia universal.[1]
En prácticamente todos los países, las políticas sanitarias que buscaban una reducción de los efectos nocivos de la pandemia sobre la población, han sido mediadas por las políticas promovidas para lograr mínimo efecto en cada economía. Pero no pensando en el bienestar de la gran cantidad de familias que se han quedado sin posibilidades de ejercer sus trabajos por las necesidades de aislamiento que conlleva la contingencia. No, las “necesidades económicas” se han referido a las grandes empresas que son capaces de incidir en las políticas de gobierno, incluso por encima de la propia legislación promulgada. En Guatemala la primera “medida” de la contingencia fue una exoneración de impuestos por 100 años a las empresas.[2] Y durante la contingencia, muchas empresas han seguido funcionando, provocando situaciones muy dolorosas de contagio masivo.[3]
En lugares como Europa o Estados Unidos se han generado unos subsidios –siempre escasos- para las familias que habían perdido sus trabajos, pero sin tocar los privilegios del capital. En esta parte del mundo, a pesar de ser cuantitativamente mayoritarios, no ha habido una política hacia quienes sobreviven fuera de la economía formal. Las instancias encargadas de llevar a cabo las políticas han hablado mucho de las medidas que se deben tomar para evitar el contagio, como la restricción de movilidad o las condiciones físicas de los locales de las empresas. Pero en ningún momento he visto ningún tipo de recomendación para esos millones de personas que tienen que salir a la calle y autogenerar sus ingresos. ¿Tan difícil es pensar en una serie de normas básicas para las actividades en los mercados, en las ventas callejeras o en los talleres informales?
Al mismo tiempo, estamos ante una persistencia de las políticas represivas de muchos gobiernos. El recurso al toque de queda como medida de restricción de movimiento es una muestra de esta tendencia.[4] También han aumentado todo tipo de acciones violentas en el subcontinente. En Colombia se está desarrollando una masacre continuada de líderes campesinos e indígenas que supera la intensidad vista hasta ahora;[5] en México los homicidios y desapariciones provocadas por el crimen organizado y las corporaciones de seguridad también han aumentado.[6] Los feminicidios siguen drenando nuestras sociedades.[7]
En este contexto, se han dado tres asesinatos de que hemos sido testigos directos en las últimas semanas, y que han levantado gran cantidad de protestas y de análisis en medios y redes. Me refiero evidentemente a la muerte de George Floyd el 25 de mayo a manos de un policía que estuvo durante ocho minutos ahogándole con la complacencia de sus colegas y ante la mirada atónita de los vecinos de Minneapolis.[8] Apenas un mes después, en México se dio a conocer el video que mostraba cómo la policía del municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, en Jalisco, “levantaba”, se llevaba con total arbitrariedad y lujo de violencia a Giovanni López por no vestir la mascarilla de protección sanitaria. Había ocurrido un mes antes, el 4 de mayo, y la familia denunciaba que al día siguiente les entregaron el cadáver de Giovanni, diciendo “que se les había ido la mano”.[9] Y ahora, en Guatemala hemos podido ver en directo cómo Don Domingo Choc es quemado vivo el 6 de junio en la aldea Chimay, municipio de San Luis, en Petén por gente de su comunidad que le acusaba de practicar brujería contra un familiar.[10] Imposible dejar de pensar en estos tres crímenes a la vez, han venido demasiado seguidos, como parte de esta “nueva normalidad” en que vivimos
¿Un crimen racista?
La sorpresa y la rabia provocadas por la noticia del linchamiento de don Domingo han dado lugar a multitud de expresiones de rechazo en Guatemala. Casi todas ellas se han centrado en su carácter de guía espiritual y ajilonel, especialista en sanación a través plantas y miembro de la Asociación de Concejos de Guías Espirituales Releb’aal Saq’e’ (ACGERS), así como del carácter de evangélicos de los perpetradores del linchamiento. En consecuencia, casi todos los pronunciamientos y análisis que se van conociendo hablan del carácter racista del acto y del fanatismo religioso como elemento provocador. Me parece que estamos ante un hecho complejo que nos permite avanzar en el entendimiento del complejo y difícil papel que el racismo juega en una sociedad como la guatemalteca.
Cuando se habla el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco con un currículum de supremacista comprobado, nadie ha dudado en hablar de un crimen racial: le mató porque “era negro”. Al hablar de la muerte de Giovanni López la cosa ya no está tan clara. Según la investigadora mexicana Gisela Carlos, para entender por qué unos policías matan a un paisano “con la misma piel morena”, hay que hablar de una “muerte racializada”, basada tanto en el “racismo internalizado” por parte de los policías como en el “racismo institucional” instalado en los cuerpos policiacos de México.[11]
Al hablar del asesinato de Don Domingo Choc, la cosa es más compleja, pues fueron paisanos suyos, q’echi’s y de su misma comunidad, quienes perpetraron el acto homicida. Por esta razón hay gente que duda de poder aplicar el término racista a este hecho. Un colega me escribía: “Desde el asesinato de Domingo Choc he estado siguiendo atento las denuncias y los argumentos de quienes han denunciado la agresión como un crimen racista. He intentado pensar cómo se expresó el racismo ese acto tan atroz, pero para serte honesto no he encontrado pistas para, desde mi perspectiva, considerarlo como un hecho racista. Sin duda mi ignorancia en el tema no me lo muestra con claridad”.
Gente más versada en el tema, indígena incluso, negaba que se pudiera hablar de racismo pues el crimen habría sido practicado por personas que sufren la segregación o la opresión racial en Guatemala: “…si pasaron por Chimay, ahí no hay más que q’echís (sic) y no se ve sistema de dominación cultural sobre otro…No hay racismo… hay fanatismo…” escribía Jubenal Quispe en el facebook. Por su parte el antropólogo poqomchí Máximo Ba Tiul lo planteaba por otras razones: “hasta ahora lo que he analizado de lo que se ha escrito, indígena o no, todos apuntan a “salvajizar” a la comunidad … no vale escribir y pronunciarnos desde un sentimiento “esencialista y culturalista … (debemos) cuidarnos de categorizar el hecho desde la cosmovisión occidental”.[12]
Sin embargo, la mayoría de manifiestos y declaraciones alrededor del hecho asumen que fue racismo por el desprecio hacia la cultura maya que supone el considerar “brujo” a Don Domingo por practicar la espiritualidad maya: “necesitamos visibilizar este tipo de persecución contra quienes practican la Medicina Tradicional y la Espiritualidad Maya en Guatemala” escribía la antropóloga Mónica Berger,[13] mientras que una publicación de Facebook rezaba: “El mismo odio que mató a George Floyd en Estados Unidos asesinó a #Domingo Choc por practicar su espiritualidad y preservar su cosmovisión ancestral. Es racismo. Duele. Mata. Estén conscientes de ello”.
Quien desarrolla de forma más elaborada este argumento es el arqueólogo y antropólogo Diego Vásquez Monterroso, quien se centra en el desprecio a lo diferente: “denominar «brujería» a toda práctica de la espiritualidad maya (aunque dentro de ella exista el hacer daño, por ejemplo) denota de entrada el desprecio a lo diferente – en este caso religioso-espiritual, opuesto a lo cristiano” plantea en Facebook y en otro texto escribe: “Así, la muerte de tat Domingo fue, y será, un crimen racista, un crimen de odio y de intolerancia a la diferencia, por cierto una diferencia aceptada por la Constitución, pero no por la cultura dominante. Y sí: una persona maya puede ser racista al asumir esa doctrina dominante, pero no puede ser racista utilizando su cultura —la maya— como mecanismo de opresión”.[14]
La fuerza de esta denuncia y el debate levantado muestran la omnipresencia del racismo en Guatemala, pero también la necesidad de consensos sobre cómo actúa en este país. Las versiones simplistas y maniqueas de los mayas como víctimas y a los ladinos como victimarios quedan desbordadas por situaciones como el asesinato de don Domingo, que incita a pensar el racismo como algo complejo que está inserto en las formas de ser y sentir de toda la sociedad, incluidos quienes lo sufren. Por ello necesitamos un aparato conceptual que permita elaboraciones tan complejas como los fenómenos a los que nos enfrentamos.
El fanatismo evangélico y las tensiones comunitarias
En ese sentido, yo plantearía que para comprender bien lo ocurrido en la aldea Chimay sería útil partir de una doble idea: por su conformación histórica, el racismo es un elemento fundamental para entender cualquier dinámica y cualquier fenómeno social en Guatemala; pero al mismo tiempo, el racismo por sí solo no es suficiente para explicar la mayoría de estos fenómenos: es necesario siempre ir más allá y explicar por qué actúa como lo hace. La primera premisa parece evidente –entre quienes asumen la presencia del racismo en esta sociedad-. Pero la segunda no es tan clara. Es a lo que se refiere Diego Vázquez Monterroso cuando al hablar del crimen de don Domingo dice: “fue un acto de racismo (y más cosas, reducirlo solo a eso sería simplista)”. Y también lo dice muy claramente la investigadora mexicana Gisela Carlos: “El racismo nunca es sólo racismo. Esta práctica de opresión siempre va acompañada”. Es decir, no es suficiente con declarar como racista un hecho si no vamos más allá para intentar comprender cómo ha actuado esta dimensión perversa de nuestra sociedad.
¿Cuáles son esas otras dimensiones que nos ayudan a explicar el linchamiento de don Domingo? Todos los análisis y manifiestos apuntan al fanatismo religioso como el hecho directo que motivó el crimen, perpetrado “porque era un brujo”. La pertenencia evangélica se utiliza para explicar tanto el desprecio hacia la práctica de cosmovisión maya como la violencia desatada.[15]
No voy a entrar mucho a esta cuestión, pues ya ha sido muy desarrollada. Me parece más compleja de lo que aparenta y no dispongo de las herramientas analíticas para ello. Sólo plantear que me parece que hay cuestiones que se dan por hechas y habría que tratar con más cuidado, como la relación entre pertenencia étnica, creencias religiosas y cosmovisiones mayas; la diversidad e historicidad del mundo evangélico en Guatemala; y la figura del “brujo” como más cercana a los imaginarios comunitarios que al evangélico.
Lo que sí creo necesario es comprender por qué y en qué circunstancias ese credo neopentecostal -que desde luego es intolerante y autoritario- se convirtió en un vehículo de muerte, en qué momento se pasó de la creencia al fanatismo y de ahí a la violencia justificada y practicada colectivamente.
Para empezar esta tarea recupero una frase de Máximo Ba’ Tiul que me pareció esclarecedora y preocupante: “cómo nuestras comunidades han llegado a situaciones límites. No les importa matar con tal de ver al otro destruido. Reírse por el sufrimiento y la muerte de los otros. En dónde lo aprendieron y cómo se está volviendo poco a poco una norma”.
Esta frase nos habla de la presencia de la violencia en las comunidades mayas de Guatemala y remite a un elemento del crimen que apenas ha sido mencionado: que fue un linchamiento. A inicios de siglo se hicieron bastantes análisis de este fenómeno que hacían mención tanto a la herencia de la guerra y la militarización como a las situaciones de incertidumbre provocadas por los cambios asociados a la inserción global de Guatemala.[16]
Como lo menciona Máximo Ba´ Tiul y nos da cuenta Sergio Palencia, el sur de Petén es una zona con graves problemas económicos producidos de la inserción económica y el abandono por parte del Estado: “una región de creciente degradación ecológica, migración laboral y pobreza local. La expansión de las grandes fincas asfixia las parcelas de familias campesinas”. Además de la presencia de crimen organizado, “la ganadería y la palma africana poseen bandas armadas para mantener la disciplina de los jornaleros y el silencio de la destrucción ecológica”.[17] La pobreza y la presencia de cuerpos armados pueden ser elementos que conlleven la normalización de la violencia como solución ante las consecuencias del abandono estatal y la depredación económica.
Los trabajos de Prensa Comunitaria aportan elementos más concretos para comprender este asesinato. Ya sabemos que don Domingo pertenecía a la ACGERS, la asociación de sacerdotes mayas del Petén, pero también había sido promotor de salud mental de la ODAHG y era un líder social “preocupado por la desaparición de los bosques y extinción de muchas de las plantas que él recuperaba con sus conocimientos”.[18] Es decir, don Domingo pertenecía a ese sector de las comunidades que trabajaba por un mejoramiento de la comunidad y su entorno, desde los derechos humanos y la recuperación del ser maya. Mónica Berger recuerda que “era un hombre muy comprometido con su cultura y asumió el rol de trascender, es decir de transmitir el conocimiento a las nuevas generaciones”. Así visto, era alguien con presencia social.
Ante estas palabras imposible no pensar en la figura de Daniel Pedro, Daniel Maya, respetado y querido promotor de la cultura maya entre los q’anjob’ales de Huehuetenango y defensor del territorio, que fue secuestrado y apareció muerto en 2013.[19] No tenemos constancia ni indicios de que la muerte de don Domingo tenga que ver directamente con esta defensa del territorio, como sí parece ser el caso de Alberto Cucul Choc también q’eqchi’ y guardarecursos del Laguna de Lachuá, que apareció muerto este lunes 8 de junio.[20] Pero cuando habla de los perpetradores del asesinato de don Domingo, Prensa Comunitaria nos dice que “son “creyentes” y asisten a iglesias evangélicas, además tienen poder económico a nivel local, ya que se dedican al comercio de maíz y tienen camiones”.
Por lo que sabemos de otras comunidades del país, esto nos puede hablar de una situación de tensión interna dentro de la comunidad, marcada por una brecha entre diferentes sectores que viene desde antes el conflicto armado y que se ha renovado en términos religiosos y de posicionamiento ante el estado, el ejército y las empresas extractivas (y el narcotráfico).[21] Podemos estar ante un acto relacionado con conflictos comunitarios más o menos abiertos, y plantear la hipótesis de que la familia de don Domingo y la familia de los transportistas pertenecían a sectores diferentes, con cierto grado de enfrentamiento o tensión entre ellas, que facilitaría el uso de la violencia por parte de quienes están más cercanos y proclives a ella. Habría que comprobarlo.
Todo esto nos permite plantear una versión preliminar un poco más compleja respecto al asesinato de don Domingo. Estaríamos hablando de un crimen de odio intracomunitario se dio por fanatismo religioso y fue posible por el racismo internalizado de quienes lo practicaron, que no sólo consideraban la práctica de la espiritualidad maya como algo inferior, sino que consideraban la vida de los mismos mayas como algo prescindible. Esto es fruto del peso de la dominación étnico-racial en la historia de Guatemala.
Odio, impunidad y los días por venir
Quiero terminar desarrollando un elemento actual que nos ayude a entender la forma en que se conjuntaron el racismo estructural y el fanatismo para provocar la cruel muerte de una persona como don Domingo. Para ello quiero referirme a lo he denominado al inicio de este texto las persistencias de las formas de exclusión e injusticia que se han venido dando con en el contexto de pandemia, pero que son previas.
Como planteé, no puedo dejar de pensar la muerte de don Domingo sin pensar a la vez en la de George Floyd y en la de Giovanni López. Estas muertes las podemos entender de alguna manera dentro de los rasgos de la necropolítica que estamos viviendo en este capitalismo gore, como lo llama Sayak Valencia.[22] Para mantener los grados de injusticia y deshumanización cada vez mayores, es necesario todo un aparato represor que supera al Estado, y que va desde la muerte y persecución a quienes se oponen a los avances del capital –como los defensores del territorio- hasta la muerte y desaparición de miles de jóvenes en México por las lógicas compartidas del crimen organizado y los cuerpos de seguridad. Los policías asesinos de Minneaopliss y de Ixtahuacán de los Membrillos actúan dentro de una lógica institucional de terror y muerte. Pero también actuaron como personas individuales que, al igual que los linchadores de don Domingo, se dejaron llevar por el odio y la impunidad.
La combinación de estos dos elementos es algo que está marcando también la actitud de muchas personas en estos tiempos. Sergio Palencia plantea que “la pandemia ha exacerbado crisis precedentes y ha puesto a temblar toda una noción de certidumbres (de género, de raza, de religión). La sectarización y fundamentalismo son expresiones ante la crisis actual, concebido como amenaza subyacente, expresadas como odio hacia el otro, ante lo peligroso”.
Ante la falta de certezas propia de esta época, han aumentado las soluciones que se basan en los fanatismos autoritarios que desdeñan tanto la razón como la igualdad y los derechos, y tienen una de sus bases en el odio al otro al que hay que mantener en la inferioridad para que los privilegios otorguen certezas. De esta manera, el capital encuentra en una parte de los subalternos –que se creen privilegiados en algunos aspectos- una base importante para su reproducción. Son los votantes de Trump, Bolsonaro, Boris Johnson… y Giamattei que, según el viejo dicho guatemalteco, se pueden sentir “pobres pero no indios”. El aumento de desigualdades marcadas por historias de exclusión que se renuevan, junto a los nacionalismos excluyentes y la necesidad de movilidad por los nadies, está fomentando una nueva ola de fenómenos raciales que usan los estigmas y estereotipos para justificar la negación y posibilitar la explotación
Además, en estos últimos tiempos los estados no son capaces de trazar políticas sanitarias que pongan en peligro las ganancias del capital, no se penalizan las actitudes irresponsables de los privilegiados ni se persiguen los crímenes de odio. Con ello cada vez está más presente otro viejo conocido de este país: la impunidad. La forma en que un policía es capaz de estar durante ocho minutos axfisiando a una persona rodeado de cámaras que le graban; la persecución y desaparición forzada de quienes acuden a las manifestaciones,[23] la continuidad en las muertes por odio, o la nueva amenaza a una familia de quemarles por practicar la espiritualidad maya,[24] sólo son posibles porque quien lo hace sabe que no le va a pasar nada. Y habría muchos más ejemplos.
Quiero llamar la atención sobre uno reciente, el mensaje recibido por la cantante kaqchikel Sara Curruchiche después de unas declaraciones: “Ojalá te pudiera tener enfrente para poderte dar un plomazo en la cabeza, lo único que estás haciendo es dividir al país, lo que tenés que hacer es hacer sho o yo me voy a encargar de hacerlo”. No se trata sólo de la crueldad y el desprecio, sino del hálito de impunidad que se desprende, del que sabe que no le va a ocurrir nada por este acto criminal de intimidación.
Pero también hay miedo, miedo a que las palabras y canciones de Sara “dividan” al país y con ello terminen con los privilegios que disfrutan quienes se aprovechan de esa “unidad”. Esto obliga a referirnos a todas las movilizaciones que se han dado en contra de este estado de cosas. En la segunda mitad del año pasado vimos gran cantidad de movilizaciones en América Latina que cuestionaban los efectos diversos de las políticas conservadoras y neoliberales.[25] El 8 de marzo de este año fuimos testigos de la capacidad de movilización y la fuerza de unas mujeres que ya que no están dispuestas a que se las siga matando de forma impune. El asesinato de George Floyd ha levantado Estados Unidos y las protestas se han regado por el mundo, mientras el de Giovanni provocó marchas por varios días en Guadalajara y otras ciudades.
No nos quedamos quietos, esto también asusta y estas movilizaciones seguramente reforzarán el carácter antagónico y violento de quienes defienden sus privilegios, reales o imaginados, por lo que no podemos más que esperar un aumento en las formas de violencia de quienes defienden estas formas irracionales de política. Y en lugares como Guatemala, este odio y esta violencia estarán cruzadas por lo étnico-racial –como todo en el país- y tomarán forma de agresiones racistas y otras maneras racializadas de demostrar el odio y el privilegio.
Así, el linchamiento de don Domingo también se puede entender dentro de las lógicas de estos tiempos de precariedad, incertidumbre, odio e impunidad. Muestra que ese odio fanático también se está dando entre los mismos nadies y que la diferencia religiosa puede ser la base de esa certeza que otorgue el derecho a matar al vecino.
Nos esperan días difíciles. Cuando salgamos de la fase clínica de esta contingencia, la fase política será mucho más evidente. Los hechos ya nos están mostrando por dónde van a ir las políticas gubernamentales y el tipo de acciones que se van a dar. Debemos estar preparados, ser capaces de entender bien los procesos en los que estamos insertos y así diseñar formas de enfrentarlos, para que estas sociedades puedan ser vividas por todos los que habitamos en ella, que nadie pueda ser llamado brujo, y menos aún quemado vivo por el odio de alguien más.
[1] Poema Los Nadies, Eduardo Galeano. Ver
Por: Santiago Bastos Amigo. Prensa Comunitaria
Fotografía de portada: Olmedo Carrasquilla II
Fotografía final: SDP.
Last modified: 17/06/2020