“Ser discutido es ser percibido”
(Victor Hugo)
América Latina no es lo que era. Desde la Caída del Muro de Berlín (1989) el orden mundial ha sufrido múltiples alteraciones. Han cambiado los términos en los que nuestra región se inserta en el mercado global y la forma en la que sus actores se relacionan entre sí. Pese a ello, el instrumental con el que se analiza nuestra realidad sigue siendo prácticamente el mismo. En un marco como el descrito suele apelarse a la “crítica” pero, más como sinónimo de una práctica antagónica al neoliberalismo, que como vector de un método, riguroso y creativo, de deconstrucción de sus representaciones del mundo. Lo que este artículo sugiere es que, en América Latina, parece haber llegado el momento de problematizar, a partir del análisis de coyunturas, el auténtico objeto de estudio de la Geopolítica: la proyección del poder, en sus diversas formas, en nuestro espacio.
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La Geopolítica tiene, a pesar de contar con unos 118 años de existencia, un pequeño inconveniente: cuesta delimitar su objeto y perfilar sus enfoques ya que en su matriz conviven tradiciones disciplinares muy diversas que van desde la Geografía hasta la Ciencia Política, pasando por la Sociología o la Economía. Históricamente, su pluralidad interpretativa, ha tendido a flexibilizar sus procedimientos aunque, también, a restarle consistencia académica. Ello hasta el punto de que durante décadas, fundamentalmente en el mundo anglosajón, la Geopolítica llegó a tener mala prensa: no solo tendió a asociársela al colonialismo, al fascismo y al nazismo sino que se le consideró, sobre todo, una práctica académica poco consistente y, por tanto, propicia para la proyección de discursos ideologizados.
La primera geopolítica producida en América Latina, de origen fundamentalmente militar, solía responder a patrones de ese tipo. De hecho, lo que autores clásicos como Segundo Storni, Mário Travassos o Golbery de Couto e Silva acostumbraron a hacer fue copiar modelos analíticos importados (Alfred Mahan, Friedich Ratzel o Halford Mackinder oficiaron de referentes) tratando de aplicarlos, más que al contexto latinoamericano, al país de proveniencia de cada autor. En paralelo, sus planteamientos se caracterizaron por enfoques formalistas, muy deterministas (sobre todo en lo que atañe a la relación entre el ser humano y su entorno natural) y tan pragmáticos que sus publicaciones, más que trabajos académicos stricto sensu, pueden ser considerados ensayos de Política Exterior.
El caso de Brasil, probablemente el país latinoamericano con una tradición más enraizada de pensamiento geopolítico, es elocuente: la Geopolítica vivió allí una época dorada que coincidió con los primeros años de la dictadura militar (1964-1985). En un contexto como el descrito, la Escuela Superior de Guerra (ESG) de Río de Janeiro fungió, no solo de centro de producción intelectual, sino de vivero de un grupo de intelectuales castrenses que, con relativa facilidad, consiguieron influir en algunas de las decisiones estratégicas más importantes tomadas en aquellos tiempos por los gobiernos militares. En la práctica se trató, por ende, mucho más de un efectivo e influyente lobby que del embrión real de una escuela de pensamiento académico identificable, riguroso pero, sobre todo, abierto al debate y preocupado por su continuidad.
Si nos ponemos a pensarlo fríamente, de la experiencia geopolítica brasileña, cabe destacar fundamentalmente dos cosas: 1) que siempre estuvo lejos de lograr, al igual que en los países de su entorno, una institucionalización académica real (que a la larga consiguieron, más bien, las Relaciones Internacionales) y 2) que su nivel de desconexión en relación a otras escuelas/debates de pensamiento geopolítico (latinoamericanas o no) también resultó digna de mención: de hecho, mientras que la Geopolítica tenía buena reputación en América Latina; en EEUU y en la URSS se practicaba con discreción debido a su mala fama (en EEUU hubo que esperar hasta que prominentes figuras del pensamiento conservador, como Henry Kissinger o Samuel Huntington, se atrevieran a reivindicarla y en Rusia, a la Caída del Muro de Berlín).
La disociación, por consiguiente, siempre fue grande y aunque a América Latina siguió llegando la producción de algunos autores más “modernos” (como Nicholas Spykman, George Kennan o Saul Cohen) ya para la década de los 1980, coincidiendo con el fin de las dictaduras en Sudamérica y el de la Guerra Fría a escala global, el agotamiento epistemológico era evidente: discontinuidades y déficits de institucionalización; ausencia de debates que trascendieran la coyuntura; primacía constante de concepciones pragmáticas; enfoques excesivamente formalistas; problemas metodológicos de diverso tipo; etc. En otros términos y ateniéndonos al denominador común: problemas de rigor que, en la práctica, terminaron conduciendo a la Geopolítica latinoamericana a un callejón epistemológico, prácticamente sin salida.
Bertha Becker, una reputada intelectual brasileña, se refirió a dicha situación en un perspicaz ensayo que llevó por título “A Geografía e o resgate da Geopolítica” (1988). En este último, Becker, realizó una ácida crítica de la Geopolítica que, en la práctica, se convirtió en el equivalente latinoamericano de algo que, desde la década de los 1970, se había venido fraguando en Europa y EEUU (el rompedor librito de Yves Lacoste, “La Géographie, ça sert d’abord à faire la guerre” data de 1976). Lo que en la práctica Becker sostuvo es que lo peor del impasse por el que atravesaba la Geopolítica brasileña a finales de los 1980 es que la obsesión por la coyuntura, el pragmatismo y los intereses del Estado habían impedido realmente problematizar una sencilla cuestión de fondo: la dimensión política del espacio.
Una perspectiva como la descrita, menos condescendiente de lo habitual con los ampulosos discursos clásicos, conectó muy bien con el proceso de renovación del pensamiento académico occidental que había tenido lugar durante las décadas de los 1960 y 1970. En lo que a la Geopolítica se refiere, en aquella época y a partir de diversas corrientes de inspiración marxista y post-estructuralista, se habían venido cuestionando, progresivamente, casi todos los rasgos analíticos que habían caracterizado al pensamiento estratégico instrumentalizado por el fascismo y el nazismo europeos, primero, y por el militarismo latinoamericano, posteriormente. Como consecuencia de ello, herramientas como el cualitativismo y enfoques eurocéntricos, Estado-céntricos, deterministas o naturalistas comenzaron a quedar poco a poco superados.
La geopolítica como “campo de problematización”
De ese modo se fue tomando conciencia de la necesidad de una renovación e incluso de una delimitación de la Geopolítica que viabilizara a esta última y al mismo tiempo le permitiera crecer como propuesta analítica, digna de consideración académica. La Critical Geopolitics, una corriente anglosajona de pensamiento (poco conocida en América Latina) asumió el reto. Desde finales de la década de los 1990, la preocupación de autores como John Agnew, Simon Dalby o Gerard Toal consistió en acotar aquello que acabó siendo identificado, más como un “campo de problematización”, que como una disciplina stricto sensu. Posteriormente y una vez debatida la naturaleza de la Geopolítica, los esfuerzos se centraron en tratar de dotar de un contenido metodológico específico, reconocible y riguroso al controvertido adjetivo “crítico”.
Se trató, a tal efecto, de trascender las cogitaciones clásicas sin caer en maniqueísmos simplones. Se comenzaron a buscar, para ello, explicaciones más consistentes, dialectizadas e incluso no formales para fenómenos complejos (prefiriendo, por ejemplo, la idea de poder a la de Estado y la de región a la de nación). En dicho contexto, el principio de deconstrucción (sugerido por el filósofo francés Jacques Derrida) jugó un papel clave como desencadenante de unas problematizaciones que se pretendió que trascendieran, siempre que se pudiera, el mero análisis coyuntural. La intención era simple: promover reflexiones de fondo que abordaran temáticas que se consideraban pendientes (como caracterizaciones de la acción espacial, estudios sobre su genealogía o los ya citados análisis sobre su relación con lo político).
Actualmente, dos décadas después de que aquellos planteamientos se abrieran paso en el ámbito anglosajón, la Geopolítica latinoamericana está todavía lejos de aplicar estrategias de análisis como las descritas a nuestra realidad. El momento, sin embargo, es excelente. Muchas cosas han cambiado en Nuestra América en lo que va del siglo: los actores externos; las relaciones de fuerza; los patrones de desarrollo; los flujos trasnacionales; etc. Hay, pues, materia prima por desentrañar: se puede y se debe ir más allá de la simple denuncia/descripción ‘crítica’. Aquí también es posible (y necesario), como reclamaba Bertha Becker hace treinta años, detectar constantes espaciales; trazar sus genealogías pero, sobre todo, entender en qué medida éstas condicionan y son condicionadas por el poder.
Atreverse con ese tipo de reflexiones puede implicar trazar cartografías innovadoras: los términos en los que, por ejemplo, se territorializa actualmente en Nuestra América es posible que estén conectados con la explotación de nuevas materias primas y esta última quizás explique el cambiante carácter de los flujos; la articulación de nuevos corredores comerciales y desde luego, la redefinición estratégica de las fronteras. Merece la pena, por ello, atreverse con un tipo de disección para el que, además, no parece necesario importar acervos teóricos: América Latina, históricamente, no solo ha sido problematizada desde una Geopolítica ‘oficial’ a la que le falta fondo y que, sobre todo en sus orígenes, estuvo plagada de inconsistencias. Hay tradición teórica de sobra para tejer otra Geopolítica: nuestra propia Geopolítica Crítica.
Por: Juan Agulló es Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (EHESS, Francia, 2003). Profesor titular de la Universidade Federal da Integração Latino-Americana (UNILA, Brasil) [email protected]
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 534, julio 2018: Integración en tiempos de incertidumbre
Last modified: 22/08/2018