Hemos aprendido de los pueblos zapatistas a colocar nuestra raíz mesoamericana en el centro y a enfrentarnos a la crisis sistémica actual con las herramientas culturales que nuestra civilización originaria nos aporta.
El primero de enero de 1994 muchas personas en México y el mundo fuimos sacudidos cuando nos enteramos, en mi caso por la radio, de la irrupción del movimiento rebelde: “nuestra organización se llama Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuya dirección es mayoritariamente indígena, Tzeltal, Chol, Tojolobal, Zoque y Mame…. La población chiapaneca padece 15 mil muertos al año, eso es tanto, como lo de la guerra de El Salvador, cada año. Nomás que los muertos de un solo lado y con la gran vergüenza de que la mayoría por diarreas y enfermedades digestivas”.
Era el subcomandante Marcos, quien continuaba explicando: “Las soluciones de nuestro país atraviesan por los problemas de libertad y democracia. Esa es la principal demanda… Sobre esta demanda se está haciendo el llamado a toda la República y a todos los sectores sociales para que se alcen junto con nosotros. No necesariamente con las armas, sino con lo que pueda cada uno, según el medio en el que se desempeñe. Las causas que originan este movimiento son justas, son reales. En todo caso podrán cuestionar el camino que se ha elegido, pero nunca las causas”.
En 1997, gracias a las entrevistas que hizo el sociólogo francés Yvon Le Bot en El sueño zapatista al por aquel entonces mayor Moisés, comandante Tacho y al sub Marcos nos enteramos de la génesis de esta guerrilla siu géneris que se labró clandestinamente de 1983 hasta el levantamiento de 1994, con el objetivo de desaparecer. En ese hermoso relato, el cuál Marcos define como “la primera derrota del EZLN”, se esconde desde nuestro punto de vista la gran singularidad de este movimiento: La capacidad de unos ladinos o “modernos” de dejarse “derrotar” por la cosmovisión de los pueblos originarios y por su forma tradicional de lucha.
Fue así como comenzó una historia épica que sigue conquistando el corazón de miles de personas en el mundo y empujando a descolonizarnos. Han pasado 40 años de su fundación y 30 del levantamiento que ha conmemorado el neozapatismo recientemente en tierras recuperadas, en el Caracol VIII de Dolores Hidalgo, con la presencia de miles de personas bases de apoyo, sociedad civil nacional e internacional. Las, los y les zapatistas dieron una gran demostración de alegre y digna rebeldía y de una potente organización autónoma, con gran participación de personas mayores, mujeres y niñez. Así mismo, se anunció en un comunicado previo, que extensiones de tierra recuperada, después de una profunda reflexión, serán de No Propiedad, o sea “Tierra sin papeles”, del Común, e incluso se ofrecerá a personas no zapatistas que necesiten trabajarla y si es necesario, se les enseñará cómo hacerlo.
Se trata de “derrotar” al México imaginario que tiene como referente a Occidente, con su capitalismo y su socialismo industriales, su desarrollo y su progreso, el cuál, ha colocado a la sociedad incluso en riesgo de desaparición
La autonomía zapatista, con su democracia directa y la participación de las mujeres con el tiempo se convirtió en un faro para aquellas personas que como el antropológo Guillermo Bonfil Batalla señalaron la lucha civilizatoria entre el México profundo y el México imaginario y propusieron ver Occidente desde las comunidades y no al revés. Se trata de “derrotar” al México imaginario que tiene como referente a Occidente, con su capitalismo y su socialismo industriales, su desarrollo y su progreso, el cuál, ha colocado a la sociedad incluso en riesgo de desaparición.
Hemos aprendido de los pueblos zapatistas a colocar nuestra raíz mesoamericana en el centro y a enfrentarnos a la crisis sistémica actual con las herramientas culturales que nuestra civilización originaria nos aporta. Elementos como la simbiósis con la naturaleza, el hombre y la mujer como parte del orden cósmico, el aprendizaje en la vida, la trascendencia del servicio comunitario, la economía orientada a la autosuficiencia y el tiempo cíclico, entre otros.
Iván Illich, pensador libertario austriaco-mexicano, generó en los setentas, una de las críticas a la modernidad más sugerentes. Además, a diferencia de por ejemplo, la Escuela de Frankfurt, sus críticas y propuestas provenien del sur global. Illich desarrolló su crítica a la modernidad y si se quiere a la postmodernidad e incluso a la hipermodernidad, proponiendo “poner el freno”. Es decir, poner límites a la producción industrial y de servicios, recuperando la escala humana. Propuso el uso, la generación y la difusión de herramientas convivenciales. Aquellas que son controladas por las comunidades, para la satisfacción de sus necesidades de subsistencia, aprendizaje, sanación, etc., en una suerte de innovadora filosofía de la tecnología.
En una entrevista, el poeta Javier Sicilia aseguró que “hay mucha resonancia de Illich en Marcos y en el zapatismo”. Gustavo Esteva, otro prolífico libertario mexicano, quiso ver en el zapatismo, la concreción práctica de las ideas illichianas. Sea como sea, está claro que Illich se inspiró en las comunidades indígenas y campensinas del Estado de Morelos, curiosamente, cuna del general Emiliano Zapata, líder de la revolución de 1910, quien también influido por ideas anarquistas, luchó por Tierra y Libertad. Este espíritu libertario, es el que fue retomado por los rebeldes neozapatistas hace ya más de 40 años y es el mismo que nos provoca a los que no somos de pueblos originarios a descolonizarnos.
El subcomandante aseguró en la entrevista de Le bot que no estaban hablando con un movimiento que esperara un salvador “sino con un movimiento indígena con mucha experiencia, muy resistente, e inteligente, al que simplemente le serviríamos de algo así como brazo armado”. Marcos relató que cuando el EZLN se imbricó con las comunidades pasó a ser un elemento más dentro de toda esa resistencia. Se contaminó y se subordinó a las comunidades. “Sufrimos realmente un proceso de reeducación, de remodelación”. De descolonización decimos ahora. “Como si nos hubieran desmontado todos los elementos que teníamos —marxismo, leninismo, socialismo, cultura urbana, poesía, literatura—, todo lo que formaba parte de nosotros, y también cosas que no sabíamos que teníamos. Nos desarmaron y nos volvieron a armar, pero de otra forma. Y ésa era la única manera de sobrevivir”. ¡Vivan las comunidades zapatistas!
Por: Carlos Soledad
@CarlosSoledadM
Asamblea de Solidaridad con México – País Valencià
Fuente: El Salto Diario
Last modified: 05/02/2024