Mi nombre es Llankaray. Soy una mujer mapuche. ¿Qué es ser mapuche? Les diré: mapu es tierra, y che, gente; gente de la tierra.
Pero no es la idea de tierra que todo el mundo tiene, es más que eso. Es el mundo tangible y el mundo perceptible, el mundo bajo nuestros pies y también el de arriba, y el que está alrededor nuestro.
La mapu tiene vida. Es una fuerza, un newen. ¡Qué bella palabra! ¿No lo creen así? Newen: energía, fuerza, toda forma de existencia que crea y alimenta el mágico círculo de la vida.
He nacido y vivido desde siempre en la Patagonia. Mi idioma es el mapudungun, el habla de la tierra, así se llama nuestra lengua milenaria. Soy una guerrera de mi nación, una weychafe. Vengo de una estirpe de mujeres sufridas pero valientes. Una de ellas, quizás la más valiente de todas, es la que marcó mi camino y nos dejó un legado, su medicina, su enseñanza: nunca rendirse. Y una promesa: jamás olvidar. Se llamaba Pirenrayen, era mi abuela. De ella sé todo
lo que nos sucedió a partir de la llegada del wingka invasor.
En estos últimos días, los recuerdos me llegaron arremolinados a la mente, como si hubiera cabalgado el viento transportándome al pasado. El invierno, con sus dedos trémulos de frío, me ha confinado a una perenne pausa, iluminada al calor del fuego que me arrulla con el crepitar de la leña. El tiempo extrajo, de un rinconcito cálido de mi alma, los relatos de mi abuela cual si fueran retazos de la memoria apolillada de mi pueblo. En mi niñez, tantas veces me aburrí al escuchar una y otra vez las mismas historias, y ahora, a mis setenta y cinco años, cobran vitalidad e importancia. Guardarlas en mi interior, acallar esas voces sería asesinar la verdad de mi esencia y origen.
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Autora: Moira Millán. Weichafe mapuche, integrante fundadora del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.
Last modified: 17/01/2022