Por: Herbert Vargas
El corresponsal en Managua de la cadena estadounidense CNN en español, es de origen salvadoreño. La semana pasada viajó a cubrir los acontecimientos violentos en el hermano país centroamericano. Tenía que ser así. Porque la violencia atrae a las corporaciones mediáticas globales. Que Nicaragua floreciera en paz y prosperidad en la región, que sea la economía más pujante del istmo a un ritmo de crecimiento de más del 4% anual, eso no era noticia. Sí lo es la violencia política y los muertos.
En micro cápsulas informativas de poco mas de 2 minutos, el corresponsal salvadoreño trabajando para la cadena estadounidense, informó el lunes 18 de junio que se contaban 120 muertos. Cifra seca. El martes 19, dijo que eran 140. El miércoles 160. El jueves 180. El viernes 200. Para los despachos del fin de semana ya eran 240. El incremento diario era de 20 muertos. Así sin más. El corresponsal se limitó a informar que eran cifras proporcionadas por la oposición y organismos internacionales mientras que afirmó que el gobierno nicaragüense no reconoce esa cifra. ¿qué entidad certifica los asesinatos?. Ni siquiera en países violentos como El Salvador, Honduras o Guatemala se tienen datos completamente fidedignos.
Las imágenes del corresponsal sólo eran de vándalos armados, en sus “tranques”, casi posando para las cámaras en momentos que activaban sus “trabucos” (artefactos artesanales consistentes en tubos metálicos a los que se introducen fuegos pirotécnicos también artesanales y que pueden causar quemaduras y otras lesiones).
Las imágenes de CNN en español no muestran los asesinados por simpatizar con el partido FSLN o por el simple hecho de trabajar en alguna entidad pública de aquel país. Las imágenes de CNN en español no muestran a los quemados vivos en las calles por la (sin) razón de no simpatizar con los descontentos con Ortega. Las imágenes de CNN en español no muestran los testimonios de las personas afectadas por el vandalismo. Las imágenes de CNN en español ni siquiera hacen el intento de preguntarse cómo el vandalismo se sostiene en el tiempo y menos por intentar indagar sobre los testimonios de personas que participaron en los “tranques” que afirman haber sido testigos de la entrega de fuertes sumas de dinero en efectivo a los vándalos, además de drogas y armas. Las imágenes de CNN en español no muestran a las caras camionetas cargadas con hombres fuertemente armados (estilo Siria) y su reportero tampoco se pregunta ¿quién paga las armas de grueso calibre y el avituallamiento para estos “estudiantes” de la oposición política?
Las imágenes de CNN tampoco muestra a los líderes “estudiantiles” departiendo en hoteles de lujo en medio de la crisis política. Ni la cadena ni su reportero se pregunta ¿cómo un “estudiante” financió su viaje a Washington para pedir la intervención de Estados Unidos en la crisis nicaragüense?. Preguntas que todo reportero/a debería hacerse ante tal situación.
Se debe señalar que Nicaragua antes de los acontecimientos de las últimas semanas, era el país con menos tasa de homicidios en la región, 7 por cada 100 mil habitantes según cifras oficiales. Las “maras” o “pandillas” que asedian a sus vecinos del norte, simplemente no existían en Nicaragua. Un país cuya industria turística florecía. Uno de los pocos países en los que todavía se podía caminar con tranquilidad. Pandillero extranjero detectado, delincuente deportado en pocas horas, en parte gracias a la organización comunitaria tradicional en aquel país.
En abril de 2018, con el argumento de sanear la situación financiera de la seguridad social, el gobierno Orteguista planteó una reforma al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, INSS, que básicamente incrementaba del 19% al 21% la aportación de los patronos o empleadores; 0.75% la aportación de los/as trabajadores; y el Estado incrementa su aportación del 1%. Las pensiones sufrirían una deducción del 5%. El intento de reforma desató las protestas del empresariado y de grupos estudiantiles de universidades públicas y privadas descontentos con el gobierno.
Las protestas estudiantiles fueron reprimidas por las fuerzas de seguridad del gobierno. Y “ardió Troya”, sencillamente porque aunque se esté o no de acuerdo con la motivación política ideológica, no se puede callar ninguna protesta estudiantil con balas.
En noviembre de 2016, Ortega ganó su reelección y su tercer período presidencial consecutivo con más del 75% de la votación y una sólida ventaja sobre sus rivales. Su vicepresidenta: su esposa. Estos aspectos no sientan bien en la tradición progresista que por principio combate toda forma de dinastía familiar o nepotismo. Es, en parte, la razón de ser de toda revolución, sino pregúntenle a la familia Somoza Debayle. Independientemente de si guste o no el gobierno de la pareja Ortega-Murillo, su sucesión debe plantearse por la vía democrática institucional. Tal como sus hermanas Guatemala y El Salvador, Nicaragua pasó por un largo conflicto para que las instituciones funcionen.
Los acontecimientos en Siria o Venezuela del año pasado, son sorprendentemente similares a lo que vemos actualmente en Nicaragua. Un guión mas o menos así, al menos 3 coincidencias: 1. Protagonismo mediático global a supuestos “estudiantes” a quienes por cierto no se les adjudican atrocidades ni asesinatos. 2. Vandalismo callejero: conocidos como “Guarimbas” en Venezuela o “Tranques” en Nicaragua. 3. Grupos fuertemente armados amenazando la institucionalidad del país cuyo financiamiento ni logística operativa ni siquiera son cuestionados por las cadenas internacionales de noticias. 4. La “agenda setting” global condenando cualquier acción de los Estados en cuestión para hacer prevalecer la ley.
La oposición política presuntamente auspiciada desde el extranjero no puede sólo presentarse a exigir el derrumbe institucional del Estado solo porque sí, justificando el chantaje de la violencia. Eso no puede ser. Si la oposición quiere cambio de régimen en Nicaragua, pues que se organice y le gane las elecciones al Orteguismo, que se debatan en las urnas, como debe ser. Porque los muertos, los asesinatos, no tienen bandera política, ni ideológica, tanto duelen unos…como los otros.
Last modified: 03/07/2018