El cantautor Jorge Fandermole escribió el “Manifiesto acerca del agua”. En él recorre este elemento vital desde el plano biológico, histórico, ambiental, cultural y espiritual. “En el agua puede leerse todo lo que de puro o de mórbido haya en el cuerpo de un individuo o de una sociedad, y del trato que al agua se le dé puede inferirse la sabiduría humana o su ignorancia”, sostiene.
Foto: Gisela Volá / Subcoop
Por Jorge Fandermole (*)
El agua fue la madre en el origen y el soporte de las primeras formas de vida. Es sagrada, al igual que la vida misma, porque es inherente a ella, imprescindible e insustituible, porque su naturaleza y condición sustentan el plano biológico y lo trascienden y porque por su dimensión física y simbólica es digna de veneración y respeto.
El agua es un continuo que no puede reducirse a la suma de las alícuotas de un sorbo, una nube, una fracción de mercancía embotellada, el plasma contenido en un cuerpo. Es una matriz continua y permanente que ocupa todo el planeta, que ha mantenido su identidad, su composición y sus propiedades desde su formación hace millones de años y que, a través de sus estados, es la misma flotando a 20 kilómetros de altura en la atmósfera, fluyendo a 11.000 metros de profundidad en la tierra y corriendo en las arterias de nuestros hijos, nutriéndolos y purificándolos, atenuando los efectos de los procesos energéticos y haciendo de nuestro planeta una casa confortable. Vivimos en un planeta de agua.
El agua nos ha sostenido y nutrido en el vientre de nuestras madres y es lo que ha trasmitido la vida a nuestros hijos. Mirémoslos: están hechos de agua. De carne y huesos compuestos principalmente de agua. Agua en su piel, agua en su sangre, agua en el humor de sus ojos, agua en sus lágrimas. Un 70 por ciento de agua que se renueva en cada uno velozmente, que se ingiere, se absorbe, se traslada a cada célula de sus cuerpos y se elimina luego. Agua que los renueva, los purifica y mantiene estables sus metabolismos. Un gigantesco volumen de agua que circula por el ambiente a través de cada individuo durante todo su plazo vital. Nuestros cuerpos son acuosos, cuerpos por los que el agua circula ininterrumpidamente.
Su falta provoca inmediatamente una penuria progresiva, disminución del metabolismo y disfunciones que pueden llevar a la muerte en algunos días. La vida es el cuarto estado del agua, aquel en que observa la funcionalidad más diversa y compleja. El cielo y la tierra viven en nosotros a través del agua y la historia pasa por nuestro cuerpo merced a su antigüedad.
Todo lo nutritivo y letal que pueda existir en el espacio y el en tiempo planetario estará en solución o suspendido en el agua y tarde o temprano pasará en su ciclo a través nuestro. Es la sustancia más abundante de la naturaleza y su ciclo no es externo a nosotros. Nuestra vida y el conjunto de la vida en la Tierra está atravesada en medio de los estados del agua como una gigantesca red de energía y desde los orígenes humanos hemos tomado del agua su estructura física y su dimensión simbólica.
También nuestra cultura forma parte del ciclo del agua y se evidencia desde las labores sencillas de los niveles domésticos hasta el manejo de grandes volúmenes de líquido con que se sustentan los sistemas agrícolas e industriales, en las prácticas de desvío y relocalización para riego, para consumo, para obtención de energía y para atenuar los efectos de los procesos energéticos. Cada práctica cultural involucra en mayor o menor medida al agua y en diferentes estados. La condición singular de sus propiedades hacen del agua una sustancia maravillosa y la misma presencia gigantesca y fundante del plano físico se extiende a su dimensión simbólica. Su existencia ha atravesado todas las cosmogonías y las mitologías ya sea como principio femenino y materno o como masculino y fecundante; ha fluido por la abundante literatura universal y ha sido el principio regentes de las culturas primitivas, que se han desarrollado respetuosas de su dinámica y su disponibilidad.
El deterioro global del ambiente evidenciado en los cambios climáticos profundos, en la desertización de extensas áreas, el aumento de la temperatura por el efecto invernadero y otros muchos signos pueden comprenderse dentro de las complejas relaciones sociedad-naturaleza y en el centro de esa crisis, está el agua. Quienes nacimos y crecimos a la vera de los ríos tenemos su marca en nuestro carácter y en nuestra visión del mundo, una noción del universo regida por el fluir del agua y su permanencia cíclica.
Los ríos no son vías navegables, factores de importancia geopolítica-económica, recursos industriales ni vertederos de desechos sino el modo en que el paisaje determina nuestro espíritu. La muerte de los ríos, la degradación de esa forma fluida del agua y del tiempo, la abolición de esa paternidad y su sustento, no sólo significaría una penuria vital en el cuerpo de las comunidades sino la caída de un gigantesco universo simbólico y el fin de las poéticas vivas ligadas al río y al agua.
En el agua puede leerse todo lo que de puro o de mórbido haya en el cuerpo de un individuo o de una sociedad, y del trato que al agua se le dé puede inferirse la sabiduría humana o su ignorancia, la medida de su espíritu, la ceguera o la imaginación del hombre, su lucidez vital o su voluntad de muerte.
Quienes pensamos de este modo expresamos hoy nuestra convicción, y en concordancia con las numerosas declaraciones antecedentes afirmamos que:
- El agua es un bien natural inherente a la condición vital, que al igual que la vida constituye un don y un patrimonio humanos, indispensable e insustituible para el sustento y y el desarrollo de la vida de los individuos y la estabilidad de las sociedades y por lo tanto su disponibilidad en condiciones saludables constituye un derecho humano fundamental.
- La atención de la problemática inherente al agua debe constituirse como de máxima prioridad por su implicancia en los niveles elementales de la supervivencia.
- La condición de recurso escaso con que se ha investido al agua es ilegítima por derivar de una concepción eminentemente economicista que le adjudica paralelamente en esa denominación el carácter de mercancía sujeta a leyes comerciales, susceptible de ser controlada su oferta, su disponibilidad, su precio y su calidad, contraviniendo por ende su carácter de derecho humano inalienable.
- La noción de una nueva cultura del agua con sus implicaciones multidisciplinarias y las tensiones que necesariamente ocasionará en todos los niveles de la experiencia humana es imprescindible para afrontar la crisis, y requiere no solo una adecuada divulgación sino una efectiva implementación como contenidos en los programas educativos desde los niveles iniciales así como su observación en los planos de decisión política y la revisión de toda la normativa jurídica relacionada con el tema.
- El Estado y las formas organizadas de participación comunitaria son los únicos que pueden y deben garantizar el derecho al agua, asegurando la soberanía sobre el agua dulce superficial y subterránea, impidiendo la apropiación de fuentes por intereses privados, velando por su conservación y salubridad, e implementando un uso sustentable del bien en condiciones igualitarias para todo el cuerpo social.
- La problemática vinculada al agua no está disociada de la del deterioro global del ambiente y su tratamiento no puede reducirse a intenciones generales. Debe comprenderse como una compleja relación entre actividad humana y naturaleza y reconocer que en su determinación los grados de responsabilidad son desiguales dependiendo de la escala de actividad y la condición de dependencia o hegemonía de grupos humanos, sectores sociales, económicos o países debido al desigual uso de agua y energía y el impacto que la actividad ocasiona, y que por tal motivo el concepto de justicia ambiental, debe ser objeto de atención en todos los niveles de la actividad humana y en todos los planos de relación.
- La importancia del agua excede su carácter físico y conforma un imaginario simbólico en la diversidad de las culturas, siempre asociado a la vida, a la vitalidad, al tiempo y al cambio, al que no podemos renunciar porque está en nuestro origen y nuestra naturaleza. Velar por las condiciones del agua no constituye más que un impulso de supervivencia ya que física y espiritualmente somos su reflejo.
(*) Jorge Fandermole es un cantautor argentino nacido en Pueblo Andino, comuna ribereña del Río Paraná, al que el artista le dedicó gran parte de su escritura y música. El texto fue escrito en 2007 y elevado al Concejo Deliberante de Rosario, que lo aprobó como declaración.
Last modified: 26/03/2023