Crítica por: Hugo el búho
Dictan clases, nadie les hace caso, pero se creen iluminados por el espíritu de algún filósofo clásico. Hablan de que la academia es solo para lo académico, que lo político es para retrasados, pero difunden sus opiniones políticas en distintos medios, algunos reaccionarios. Hablan pestes de la politización de la Universidad pública: ¿por qué salen a las calles?; ¿por qué protestan?; ¿por qué la izquierda, el comunismo, los indios? ¿Conciencia de clase? ¡Vayan a clases¡ Así son. Se miran al espejo y agradecen que no parecen autóctonos: son felices con su pinta de salchichón alemán.
Para los intelectuales vacíos, la protesta debe ser pura, sin mancha, sin malas palabras. Para ellos, toda marcha debe ir acompañada de flores, de poemas y consignas con rango de verso endecasílabo. Para estos personajes caricaturescos, que creen que debemos parecernos a Inglaterra, a Alemania, la represión estatal no existe, los infiltrados de la policía son ficción. Lo que sí existe es la violencia de los que protestan. Son vándalos, dicen. Son terroristas. Lloran toda la noche cuando un adoquín es destruido. Escriben poemas existenciales cada que una pared es grafiteada. Son afiliados a la Asociación de defensores del adoquín lastimado.
Los caballeros exquisitos de la academia no se ensucian con el pueblo; estar junto a ellos es de mal gusto, les resta glamour. Amenazan con dejar de semestre a quienes no asistan a sus iluminadas clases por andar de revoltosos en la calle. Para ellos, los pueblos originarios son chéveres cuando bailan, cuando festejan el Inty Raymi, cuando preparan sus comidas, siembran sus productos. Pero cuidado con alzar la voz y levantarse. Ahí sí ya son delincuentes, manipulados. Cuando se convierten en sujetos políticos, se espantan, se persignan con la inicial de algún autor de moda, se les sube la presión, quedan calvos de improviso.
Los estudiantes los miran con sorna, con pereza, con lástima. Saben de antemano que los pobres viven en otro planeta. Que se llenan la boca de Foucault, de Bourdieu, de Bauman, pero en la práctica son Cuauhtémoc Sánchez con pedigrí. Sueñan con dictar clases en alguna universidad privada donde no existan los zurdos, pero algo les detiene, algo.
Les apesta el docente comprometido con su país, tiempo y contexto. En el fondo, quisieran ser contratados como ministros, subsecretarios; añoran el poder. Son una especie de Paula Romo en versión ídem. ¡Cómo les encantaría apresar a 10.000 indios como sueñan los cachucheros de la Posta!
Así son. Vacíos, huecos, llenos de conocimiento que no saben cómo transmitir. Y seguirán repitiendo como salmo la oración que se aprendieron de memoria en tiempos convulsos: violentos, vándalos, terroristas, destruyeadoquines, aleluya, amén.
Ilustración: Vilmatraca / Hugo el Búho
Last modified: 16/06/2022