Hablamos con Luis González Reyes a propósito de la reedición de En la espiral de la energía, un libro fundamental para entender el momento actual de colapso civilizatorio.. Los dos volúmenes de esta obra fueron publicados hace cuatro años, por Libros en Acción, editorial de Ecologistas en Acción, y Baladre. De este libro firmado por dos grandes del ecologismo social, Ramón Fernández Durán (1947-2011) y Luis González Reyes, acaba de salir la segunda edición. Este trabajo lo empezó Ramón, que había diseñado un completo índice para entender la relación entre el uso de la energía y la organización social. Desde el Paleolítico al Antropoceno. Luis continuó, a petición de Ramón, cuando a este le acechaba el cáncer.
Luis González Reyes, doctor en Químicas, ha sido coordinador de Ecologistas en Acción entre 2002 y 2011. Discípulo primero, y compañero de activismo de Fernández Durán después, destaca sobre todo por su militancia lúcida y generosa. Desde hace ya más de diez años, se ha propuesto, siempre desde el colectivo, crear alternativas en todos los órdenes de la vida, que le permitan ‘escapar’ del capitalismo. Trabaja en una cooperativa dentro de la economía social y solidaria; impulsa un proyecto de vivienda comunitaria en derecho de uso y participa en varios proyectos que apuestan por una educación de calidad, autogestionada y respetuosa.
En la espiral de la energía teoriza sobre el colapso de la civilización industrial y los escenarios futuros, para servirnos de guía, de motivo de reflexión y debate.
¿Por qué decidiste hacer una segunda edición del libro?
De la primera edición terminé satisfecho, pero me hubiera gustado haber trabajado más sobre algunos temas, lo que no fue posible, ya que tuve que acelerar la publicación ante el nacimiento de nuestro segundo hijo. Esta de ahora es una versión más madura en tres sentidos.
Es un texto más discutido que el anterior, fruto de haberlo contrastado con mucha gente, en muchos espacios distintos. En la primera edición, contrastábamos cada capítulo con un escogido grupo de personas afines, pero esta versión recoge las aportaciones de centenares de intervenciones y preguntas en decenas de actos públicos con grupos ecologistas y no ecologistas de todo el Estado.
En segundo lugar, he aprendido mucho en este tiempo, y eso se ha reflejado en el texto. Especialmente, hay un trabajo mejor y más profundo en el análisis del capitalismo, que es el aspecto que más cambiado respecto al texto anterior. Finalmente, he actualizado datos y gráficas.
¿En qué consideras que está mejor explicado el capitalismo? ¿Qué es lo novedoso, frente a la multitud de obras que lo analizan?
Esta versión explica mejor cómo se reproduce el capital que la primera edición. Además, integra mejor este análisis con los cambios socioambientales. En esta explicación, se aborda cómo se reproduce el capital dentro del sistema, cómo esto requiere de una ingente cantidad de cuidados y cómo esta reproducción requiere de una apropiación constante de lo que está fuera de él. Estos afuera son otras poblaciones, pero también el “trabajo” (entre comillas, pues no es el mismo trabajo asalariado característico del capitalismo) realizado por la biósfera.
Probablemente, lo más novedoso sea la integración de cómo la explotación de la naturaleza es indispensable para sostener la dinámica expansiva del capital. Lo es para incrementar la productividad (algo determinante en nuestro sistema socioeconómico) gracias a desarrollos tecnológicos, pues la tecnología no es más que materia, energía y conocimiento condensados. Y lo es también para que el capital se reproduzca a través de usar el “trabajo” realizado por la naturaleza de fertilización del suelo, de concentración de minerales en un determinado lugar o de producción de fuentes energéticas densas como los combustibles fósiles.
¿Qué hacen un ingeniero y un químico escribiendo de historia? ¿Es necesario retrotraerse al Paleolítico?
Nuestra incursión en la historia no es un ejercicio de erudición, sino una herramienta para entender mejor el momento en el que estamos. En este sentido, es un recorrido histórico leído desde el presente con la finalidad de orientar nuestros próximos pasos. Intentamos entender el pasado con una mirada lo más interdisciplinar que podemos, pero poniendo un foco especial en la interrelación entre el uso de la energía con distintos aspectos, como la organización social, la mayor o menor dominación de la naturaleza y sobre otros seres humanos o la capacidad de resistencia. Esta mirada creemos que nos ofrece pistas, que nos guía sobre lo que podemos o no esperar en el futuro cercano, y sobre qué funciona y qué no a la hora de construir las sociedades que soñamos.
Una de las novedades de esta edición es que ya no hablas de Antropoceno, como hacía Ramón, sino de Capitaloceno.
Desde la primera edición del libro una idea fuerza del texto es que el ser humano es capaz de relacionarse de manera respetuosa con el entorno. Podemos destruir los ecosistemas; de hecho, lo hacemos en infinidad de casos. Pero también podemos no hacerlo, como ha ocurrido y ocurre en otros muchos. El foco de destrucción lo ponemos así en los órdenes sociales, no en el ser humano en sí.
Entre las diferentes organizaciones sociales que analizamos, el capitalismo, especialmente el fosilista, ha sido el sistema que ha generado una mayor destrucción social y ambiental, y que está detrás de esta nueva era geológica. De este modo, el cambio de término busca evitar la asociación determinista de “ser humano” como “devastador”. Nos facilita imaginar otros posibles órdenes socioeconómicos armónicos con el entorno.
“Asistiremos al éxodo hacia el campo. Esto puede parecer lejano, las dinámicas del capitalismo siguen empujando a un éxodo hacia la ciudad”.
En el libro se explica que el capitalismo sufre crisis periódicas, pero también que esta puede que sea la definitiva ¿por qué?
El capitalismo tiene actualmente serios problemas para reproducir el capital a nivel interno a través de la explotación del trabajo ajeno. Por una parte, no es posible aumentar indefinidamente la productividad, porque eso requiere de máquinas, lo que a su vez necesita energía y materiales en aumento, lo que está tocando a su fin. Tampoco se pueden aumentar indefinidamente las horas de trabajo, ni reducir el salario, entre otras cosas porque eso retrae el consumo, lo que provoca recesión económica.
Pero lo clave está en que el capital está chocando con los límites planetarios. Ya no es posible introducir más sociedades dentro de su dinámica, pues el grueso de la población y de nuestras vidas ya están dentro de los ámbitos mercantilizados. Tampoco de seguir usando el trabajo de la naturaleza, una vez que las mejores minas o suelos se van agotando.
En este contexto, y en los contextos que se avecinan, ¿cuáles serán las relaciones campo-ciudad?
En el libro, explicamos que las ciudades, tal como ahora se conciben, son imposibles en el contexto de agotamiento de los combustibles fósiles. Ante ello, vamos a asistir a dos fenómenos. Por un lado, la ruralización de las ciudades. En cierto modo, estamos asistiendo ya a ello con la proliferación de huertos urbanos en lugares como Detroit o La Habana.
La ciudad tendrá que habilitar espacios, cedidos o conquistados, para la producción de alimentos. Esto es posible en el caso de verduras y hortalizas, pero es más complicado en el caso de los animales y prácticamente imposible en el de los cereales. Así que asistiremos al segundo fenómeno, que es la ruralización de la población, el éxodo hacia el campo. Esto puede parecer muy lejano, puesto que las políticas públicas y sobre todo las dinámicas del capitalismo siguen empujando por un éxodo hacia la ciudad, pero en el libro argumentamos que no estamos tan lejos de esto.
¿Cómo deberían ser, entonces, las políticas públicas en lo referente al campo?
Para facilitar ese retorno al campo, de forma ordenada, se debería dotar de buenos servicios públicos a los entornos rurales, asumiendo que son más caros que en otros contextos (los usa una menor cantidad de población). Es necesario también acometer una reforma agraria que garantice el acceso a la tierra a las personas que regresen. Y una apuesta fuerte por la diversificación económica en los entornos rurales, para que dejen de depender de las ciudades.
Este libro es crítico con el Estado, al que presenta como herramienta de dominación. En cambio, propones más servicios públicos en los pueblos. ¿Cuál debería ser el papel del Estado, de las administraciones?
Una de las tesis que sostenemos en el libro es que las personas, más que actuar según nuestro esquema de valores, adaptamos nuestros valores a las formas de actuar. Y esas formas de actuar están mediatizadas por el entorno en que vivimos. Podemos tener entornos que gratifiquen valores más comunitarios, o tener entornos que primen los valores individualistas. Bajo ese paradigma, necesitamos que las personas participen más en estructuras colectivas, que primen el bien común. Necesitamos que se sientan partícipes en un sistema de valores que tenga más que ver con la colectividad. Y esto es tanto más potente, cuanto más participativo sea. Por lo tanto, hemos de crear alternativas concretas, desde abajo, en las que se pueda participar. Eso no puede ser creado por las instituciones. Como mucho, puede ser catalizado desde ellas.
Por lo tanto, la labor de las administraciones es la de facilitar, no la de hacer. El error de las instituciones es pensar que son el actor de cambio, y no un catalizador (que ya de por sí es una responsabilidad alta). Las alternativas las tenemos que crear los movimientos sociales y los nuevos municipalismos deben facilitarlas y acelerarlas, poniendo medios a su servicio. Un ejemplo claro: cuando el Estado chino consideró había que volver al campo, sus instituciones obligaron a emigrar a parte de la población, la recolocó. ¿Provocó eso la revolución cultural deseada? No.
Aquí, las instituciones deberían crear las condiciones para alentar un retorno al campo transformador.
Si las ciudades no serán viables, ¿por qué, entonces estás en un proyecto de construcción de una casa en Madrid?
Hay que entender que el proceso de colapso no es repentino, sino que va a ser gradual. La casa de Usera está dentro de un modelo de vivienda cooperativa en derecho de uso, como otras iniciativas similares en Barcelona o Zaragoza. Es un proyecto con una vertiente ecológica en la selección de materiales y de fuentes energéticas, preocupado por no agravar el deterioro ambiental. Eso también lo hace más resiliente, porque permite mayor autonomía en el plano energético y en el gasto de agua, ante escenarios probables de escasez.
Además, tiene una componente social, comunitaria, muy fuerte, que me parece que es otra forma de aumentar la resiliencia. Cuando el colapso se agrave, la manera de sobrevivir va a depender de la capacidad de convivir en colectivo.
El proyecto tiene sentido también como propuesta de modelo de vivienda, un modelo radicalmente distinto, no basado en la propiedad privada ni pública, sino en la comunitaria.
“Sobre el colapso tenemos un desafío grande por delante y necesitamos que las personas den lo mejor de sí”.
Ante el repunte en la calle de los movimientos feministas, ¿qué puede aportar el libro?
El libro recoge, en parte, la potencia de la lucha y la resistencia de las mujeres a lo largo de la historia. Incluso la reciente huelga del 8M aparece en el libro. Una de las ideas que se lanzan en esta segunda edición es que es posible que estemos asistiendo a una nueva ola de feminismo.
Creemos que en el momento en que estamos, la lucha feminista va a ser una de las claves de resistencia, porque el capitalismo, para perpetuarse, necesita reforzar el patriarcado, para garantizarse los cuidados gratuitos, que si bien no producen capital están en la base y son absolutamente imprescindibles para la dicha producción. Este recrudecimiento del patriarcado se produce a la vez que una lucha feminista muy fuerte. Cómo se dirima esta lucha, en gran parte, va a determinar los sistemas socioeconómicos futuros.
¿Asistiremos a una revolución feminista?
Las luchas feministas son procesos que están fuera del imaginario tradicional de la Revolución con mayúsculas. No son tanto un hecho súbito, sino algo más continuado. Y no es solo una lucha en la macropolítica, sino que, a la vez, se produce en la micropolítica, en el día a día. Probablemente es ese su espacio fundamental. Otra de las cosas que defendemos en el libro es que los feminismos han sido uno de los movimientos sociales más capaz de hacer transformaciones sociales, porque producen los cambios desde abajo, desde dentro de cada persona.
Viendo el panorama que describís en el libro, ¿cuál es el papel del ecologismo?
En la medida en que es un movimiento que es capaz de trascender lo estrictamente social para entender la ecodependencia, es un movimiento imprescindible a la hora de generar la transición. Sin esa mirada profunda va a ser imposible cualquier transformación ni siquiera un análisis medio cabal de lo que está sucediendo y puede suceder.
¿Cuáles son las alianzas en las que debe embarcarse el movimiento ecologista?
Estamos en un momento en que lo estrictamente sectorial carece de sentido. Para afrontar los grandes desafíos que se avecinan, tenemos que generar nuevas relaciones con el entorno, nuevos entramados sociales y nuevas economías. De esta manera, desde el movimiento ecologista necesitamos tejer alianzas con otros sectores para reforzar economías solidarias, feministas y ecológicas, a la vez que permitir una mayor autonomía de salario. No necesitamos más trabajo asalariado sino menos.
En el libro procuramos explicar que, en el capitalismo, el elemento fundamental de control social es que la gente ha perdido su autonomía y necesita vender su fuerza de trabajo. Por eso, la verdadera lucha no debe residir en mejorar las condiciones laborales, que no es malo de por sí, sino en reestructurar el mundo productivo en entornos más libres, parecidos al cooperativismo.
Esto es meterle el dedo en el ojo al sindicalismo.
No. Es entender que nuestra estrategia tiene distintos tempos. A corto plazo, necesitamos mejorar las condiciones laborales de determinados sectores. Y no perder derechos. Pero a la vez y sobre todo a medio y largo plazo, necesitamos salirnos de la lógica laboral capitalista.
¿Cómo se enfoca en el libro la dimensión internacional?
La globalización tiene los días contados. No es posible mantener un sistema de traspaso de mercancías rápido y masivo a nivel mundial… sin combustibles fósiles. Y eso está entrando en quiebra ya, como sostenemos en el libro. Ahora mismo estamos ya viviendo en un proceso de desglobalización, véanse el fenómeno Trump o Brexit. Los índices de comercio internacional que van bajando. Así, los flujos transnacionales de capital cayeron un 65% entre 2007 y 2016.
Esto no quita que no necesitemos todavía las luchas antiglobalización. Lo que implica es una nueva estrategia. Por ejemplo, cuanto más alarguemos los procesos de firma de tratados, más posibilidades tenemos de ganar esas luchas y paralizarlos, porque se avecinan tiempos en los que no tendrán sentido.
A la vez, como estamos en un escenario de relocalización, necesitamos crear nuevos tejidos económicos en los territorios.
Entonces, ¿nos olvidamos de la solidaridad con movimientos ecologistas y sociales de otras latitudes?
Las alianzas deben ser locales. Pero también hay que entender que afrontamos retos a nivel global, como el cambio climático, que hacen necesarias lógicas de resistencia y apoyo también globales, por ejemplo, contra los nuevos extractivismos. No podemos olvidarnos de la solidaridad internacional, ni ética ni estratégicamente.
En un libro que habla sobre energía, no puedo resistir la tentación de preguntarte cuál será la energía del futuro.
Claramente, las renovables, por opción y por necesidad. Van a coexistir con los combustible fósiles, pero estos últimos serán muy minoritarios. En todo caso, no serán renovables como las entendemos ahora, hipersofisticadas y destinadas a generar electricidad, sino que se utilizarán para producir electricidad, trabajo y calor, probablemente más las dos últimas. Con una tecnología basada en materiales y energías renovables. Todo ello implicará que tengan menos potencia que la disponible en la actualidad.
¿En cualquiera de los escenarios que planteáis en el libro?
Yo creo que en cualquiera, la energía renovable es algo inevitable. La diferencia será el uso que se le dé a la energía. En unos escenarios, más ecofascistas o “Mad Max”, será utilizada para la explotación de muchas personas y la acumulación de unas pocas. Pero también podría centrarse en satisfacer las verdaderas necesidades. El calor usado para fundir hierro se puede emplear en construir espadas o arados.
El término “colapso” es muy controvertido. ¿Por qué “colapso”?
Es el término más riguroso para lo que está por venir. Colapso significa pérdida de complejidad en poco tiempo desde una perspectiva histórica, y eso es lo que defendemos en el libro que va a pasar. Necesitamos comunicar de forma sincera.
Una segunda idea es que si tenemos un desafío grande por delante y necesitamos que las personas den lo mejor de sí, que se comporten como adultos, necesitamos tratarlas como tales. Eso significa no edulcorar lo que está sucediendo, lo cual no quita que no resaltemos también las oportunidades que el colapso de un sistema tan brutal como el capitalismo nos abre. Y no olvidemos que el colapso ya ha empezado. La crisis de 2007 es parte de ello, y muchas partes del planeta viven ya “colapsadas”.
¿Hay más o menos esperanza en esta edición?
Hay más. La esperanza se basa en que el desmoronamiento de algo viejo va a dar la oportunidad a espacios nuevos. Además, es difícil imaginar algo tan nefasto como el capitalismo. También en que la supervivencia va a depender de lo colectivo. Esto hará que se potencien los valores que conllevan cuidar lo común y se volverán más posibles sociedades más empáticas. Finalmente, porque los nuevos contextos (energías renovables, tecnologías más sencillas, sociedades más locales) son potencialmente más igualitarias que la situación actual.
Por: Berta Iglesias Varela
Fuente: Movimiento Mesoamericano contra el Modelo extractivo Minero M4
Gráfico: Maram Ali
Last modified: 15/08/2018