Buenos Aires resiste

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#SaramantasEnAcción – Serie: Mujeres Defensoras frente a minería y petróleo

Historia de dos minerías ilegales y resistencia.

Cooordinación de investigación y edición: Ivonne Ramos AE / Saramanta Warmikuna 
Autoras : Gabriela Fraga y Lucía Chicaiza / BUPROE , Francesco Sandri. 
Fotos : Ivan Castaneira / Agencia Tegantai y Kevin Zúñiga / La Raíz

Residuos de neblina se levantan de la vegetación como un último respiro denso de la noche y viajan sobre el verde deslumbrante de los pastos hasta que se derriten en los rayos del sol. Es una mañana despejada y tibia la que abraza las lomas al noroccidente de Buenos Aires. A esta hora del día las vacas, señoras de estas peñas, ya han sido ordeñadas. Su leche espumosa está calentándose en grandes ollas y en poco tiempo, se estará volviendo queso. Estos oficios sagrados proveen el sustento a Buenos Aires desde que fue fundada en su lugar privilegiado, entre los páramos y la selva.

LA LECHE ES UNA DE LAS PRINCIPALES ACTIVIDADES ECONÓMICAS QUE REALIZA LA COMUNIDAD DE BUENOS AIRES. ÉSTA SE HA VISTO AFECTADA POR LA PRESENCIA DE LA MINERÍA EN EL TERRITORIO. 
FOTO: IVAN CASTANEIRA
AMANECER EN LA COMUNIDAD. FOTO: IVAN CASTANEIRA

Pero esta mañana hay alguien que no está dedicado a estos trabajos. Hay alguien que no mira a la tierra como bosque, como pasto, como finca o como cualquier otra entidad que merece agradecimiento y respeto. Hay alguien que la mira con codicia, que la hiere en una búsqueda frenética. Y es exactamente esta mañana que este codicioso alguien encuentra el objeto de su anhelo. Lo ve ahí, pequeña chispa amarillenta entre las rocas y el lodo que todo abarca. El “alguien” deja caer su pico y lanza un grito al cielo. «ORO!»

Estamos en 2017 y se sabe que en esta época cualquier grito que de la boca se despega al aire en algún momento se ve captado por los oídos omnipresentes de las redes sociales. Como un virus, la noticia corre rápida entre las personas y las cuentas de los social networks, provocando esta enfermedad que toma el nombre de fiebre. Fiebre del oro. Es así que en esta tierra de pastos y bosques siempreverdes empezó por primera vez a escuchar la palabra “minería”.

Y si antes era solo una palabra, la minería no tardó mucho en golpear con fuerza a las puertas de la comunidad. Al principio llegaron unos pocos buscadores de suerte, de los que en los libros de cuentos son pintados como aventureros o pioneros. Pero en poco tiempo, como la hojarasca en otoño, la minería ilegal cayó toda de una vez sobre esta tierra trayendo su decadencia de mala fama. Al comienzo los moradores de la parroquia, desconociendo estos tipos de cosas, vieron algún beneficio en esta invasión que tenía un aura de realismo mágico. Millares de personas inundando las calles, los restaurantes y los hoteles llenos, columnas de personas en frente de las tiendas. Pero como todos los falsos milagros, de los que lucen en sus sonrisas para esconder universos de oscuridad, la minería no tardó a dar a conocer su cara más sucia y aterradora.

EL CERRO LIMÓN, DESTRUIDO POR LA MINERÍA ILEGAL, 
VISTO DESDE LAS CERCANÍAS DE LA COMUNIDAD.
FOTO: IVAN CASTANEIRA

Fue suficiente echar una mirada al Cerro Lomón para darse cuenta del desastre que estaba cayendo encima de la comunidad. Donde un tiempo se veía un hermoso bosque que gorjeaba con su multitud de aves, ahora quedaba una destrucción amarilla y fangosa. Huecos profundos carcomían las entrañas de la tierra. Bultos plásticos salpicaban las laderas con sus colores engañosamente alegres. Molinos de piedras y piscinas de tratamiento chorreaban en el suelo sus letales gotas de mercurio. Un territorio en que reinaba la violencia de los grupos armados que ahí se asentaron por sus intereses económicos y donde el orden tomaba la forma de fusiles y balaceras. Este escenario apocalíptico era un no-lugar llamado “ciudad de plástico”.

PASIVOS AMBIENTALES EN LA ZONA QUE SE CONOCE COMO «LA MINA VIEJA», DONDE DURANTE EL 2017 OPERABA LA MINERÍA ILEGAL. FOTO: IVAN CASTANEIRA

Las primeras personas a sufrir los impactos de esta devastación, que llegaron inevitables como la lluvia en invierno, fueron los habitantes de los asentamientos cercanos como El Triunfo, Jordán, La Libertad, El Chispo, Cristal y Palmira-Awá. En estos sectores la contaminación proveniente de las actividades mineras resultó en una disminución de los cultivos, en la muerte de muchas cabezas de ganado y en la escasez de peces en el río. El frágil equilibrio entre humanos y naturaleza que por toda su historia mantuvo Buenos Aires una tierra de bonanza empezó a verse agrietado.

Como si no fuera suficiente, la violencia en contra del medio ambiente que se veía en estos días era solo la punta del iceberg. Y como en cualquier iceberg que se respete, la parte escondida debajo del agua era aún más grande. El impacto era inevitable y los problemas sociales que la minería causaba a la comunidad acabaron enfrentando contra estas gélidas montañas y tramposas paredes a las mujeres.

MUJERES DE BUENOS AIRES, DEFENSORAS DEL TERRITORIO. FOTO: IVAN CASTANEIRA

Primeramente, se vieron afectadas por la situación de inseguridad que se produjo en este pueblo invadido por la muchedumbre caótica de los mineros. Las calles se volvieron lugares peligrosos, especialmente al anochecer, cuando el trago fluía en ríos por las veredas y los acosos a las mujeres de la comunidad se volvían una realidad diaria. Hechos, antes normales, como caminar solas en la oscuridad o esperar el bus en las horas de la madrugada se convirtieron en retos y amenazas para la integridad personal. Los mineros se creían los dueños del lugar, pensando que su plata (o, mejor dicho, su oro) podía comprar cualquier mujer, otorgándoles en sus mentes el derecho a importunarlas.

Por ejemplo, debido a los riesgos que imponía el simple salir de casa, María ha tenido que dejar su empleo. Ha empezado a temer por su seguridad después que fue perseguida por un grupo de hombres casi hasta el lugar de su trabajo. Sin embargo, hubo también mujeres que fueron engañadas por los cuentos chinos y las falsas promesas de los mineros, que creyeron en sus amores pasajeros, y que terminaron siendo madres solteras de niños que nunca conocerán a sus padres.

Además, tras los mineros, llegaron los lugares en que los mismos podían malgastar su plata, o sea las casas de diversiones. Buenos Aires se volvió un burdel a cielo abierto. Los grotescos espectáculos que ofrecían las calles eran dignos de los más sucios cuentos de marineros. La prostitución se difundió como un virus y muchas veces se consumía al aire libre, sin reglas ni pudor, en frente a los ojos perplejos e incomodos de niñas y adolescentes. Inevitablemente, no faltaron casos en los cuales las enfermedades, que siguen la prostitución como buitres, lograron ingresar a algunos hogares de la comunidad a través de los maridos, afectando de esta manera las esposas que nada tenían que ver con este negocio.

Comuneros que trabajaban en actividades relacionadas con la mina, si había. Una minoría. Pero ni en estos casos el indecoroso oficio de la minería ilegal pudo justificar mejorías en la situación del hogar. Los ingresos que recibían principalmente los hombres, muchas veces eran gastados en las borracheras y con las mujeres prostituidas que venían de otras partes del país. Las mujeres, las niñas y los niños no se beneficiaron de estas actividades. Al contrario, la situación de seguridad de las calles no permitía más a niñas y niños salir tranquilamente a jugar o de caminar solas a su escuela, y todo eso se tradujo en mucha preocupación para sus madres.

Otro grave problema que siguió el rastro de la minería informal fue la violencia armada que reinaba en las cercanías de la mina y que trató de expandirse hacia la comunidad. Como pasa en todas las áreas grises en que el estado cierra un ojo (y a veces hasta dos) la obligación de proporcionar orden y seguridad, la asumieron los grupos armados y mafiosos que se hicieron cargo de estas tareas. Y lo hicieron de su manera. Echar tiros y balaceras se volvió la normalidad. Miembros de guerrillas tomaron el control del área. La violencia era la nueva ley sin ley.

La situación en Buenos Aires en esta época era insostenible. Para contrastarla, la población presentó varias denuncias a la fiscalía de Urcuquí. Sin embargo, estas no fueron aceptadas y las voces de las bonaerenses quedaron sin escuchar. Ante el incumplimiento de las autoridades, la población se levantó en contra de los excesos y de las violencias de la minería ilegal. Lo hizo protestando, bloqueándole el paso, y al final logró una (muy) parcial retirada de la misma.

La intervención del estado llegó después de dos años de indiferencia y complicidad. Una gran matanza ocurrida en la mina en junio de 2019 hizo despertar a la máquina estatal de seguridad, hasta ahora adormecida. A pesar que los reportes oficiales hablan de unas pocas víctimas, quien estuvo en la mina en aquellos momentos, tapándose los oídos en la balacera y rozando por su vida, confirmó que más de treinta personas fallecieron en este enfrentamiento entre bandas rivales. Solo los muertos pudieron recordar sus obligaciones a las fuerzas del estado quien con un enorme operación militar y policial desalojó la “ciudad de plástico”, capital de la minería ilegal. Era el fin de un desastre. Y el comienzo de lo mismo.

Muchas comuneras pensaron que después de estos hechos la vida volvería a la normalidad y tranquilidad que caracterizaba la vida entre las lomas y las montañas de Buenos Aires. Pero, lamentablemente no fue así. No pasó mucho tiempo antes que se volvió a hablar de minería. Parece que en los últimos años no fue solo el grito del “¡ORO!” a ser lanzado al aire, sino también el de “¡COBRE!”. Y los ecos de este segundo fueron escuchados atentamente por los ávidos oídos de la empresa Hanrine, subsidiaria del gigante minero australiano Hancock Prospecting.

INSTALACIONES DE LA EMPRESA MINERA HANRINE EN DIFERENTES PARTES DEL CAMINO QUE LLEVA A LA COMUNIDADE DE BUENOS AIRES. FOTO: IVAN CASTANEIRA

Ingresaba un nuevo actor en la historia minera de Buenos Aires, con una cara conocida, Gina Rinehart, la persona más rica de Australia es dueña de Hancock Prospecting, posee decenas de minas de hierro, manganeso y carbón. Su empresa es un ejemplo de controversias. La mina de asbestos de Wittenoom en Australia, abierta en los años 30, dejó tras de sí tres millones de toneladas de relaves tóxicos y una zona de 470 km2 declarada “inadecuada para los asentamientos humanos y cualquier otro tipo de uso del suelo”por las autoridades. Gina Reinhart declaró no asumir la responsabilidad por estas actividades pasadas de su empresa. Además de ser una persona descaradamente rica, posee 36.307 hectáreas de concesiones mineras metálicas en Ecuador, es también una cara paramilitar, que olía a pólvora como los tiempos de la informalidad. Los guardias de seguridad con los cuales la empresa llegó a la comunidad se parecían tanto a los grupos armados que operaban en la minería ilegal que pueden hacer pensar a una epidemia de gemelos.

PASIVOS AMBIENTALES QUE PUEDEN ENCONTRARSE EN DIFERENTES PARTES DEL TERRITORIO DE LA PARROQUIA DE BUENOS AIRES. FOTO: IVAN CASTANEIRA

Sin embargo, esta vez la población de Buenos Aires no era ya una hoja en blanco que se encontró la minería informal en 2017. El desastre causado por las actividades extractivas todavía era una herida abierta en la memoria de las personas. La minería no habría pasado tan fácilmente.

MANIFESTACIÓN PACÍFICA DE LOS HABITANTES
DE LA COMIUNIDAD DE BUENOS AIRES. FOTO: IVAN CASTANEIRA

Así fue que nació y fue creciendo un fuerte movimiento de resistencia en el cual las mujeres bonaerenses tenían un papel protagónico. El rechazo de la destrucción de la minería a cielo abierto tomó la forma de acciones que lograron mandar un claro mensaje a la empresa Hanrine: no era la bienvenida en las lomas verdes de estos valles. Tenía que marcharse. Y por un momento pareció hacerlo, como la resistencia de la comunidad fue creciendo rápida como la marea, no le dejó algún margen para desarrollar sus innobles actividades.

Sin embargo, fue solo la calma antes de la tormenta. El silencio de Hanrine era debido a las preparaciones de una invasión de enormes magnitudes. La misma trató de cumplirse el 19 de abril de 2021, fecha en que la empresa empezó a subir por la carretera que lleva a Buenos Aires con decenas de camiones y camionetas, transportando centenares de trabajadores y maquinarias. Pero la comunidad, encabezada por sus mujeres, puso el alma y el cuerpo en su camino, parándole el paso.

El paro pacifico de Buenos Aires fue una experiencia inolvidable para la comunidad, que unida consiguió enfrentar todo el poder del capital transnacional. Las mujeres de la resistencia estaban en primera línea, día y noche. Además, en esos tiempos, ellas tenían que hacer un doble trabajo: cuidar de la familia y del hogar y el trabajo de cuidado y resistencia en el plantón. No fue fácil, pero la determinación de defender sus derechos, su territorio y el futuro de sus hijos hizo todo esto posible.

RESISTENCIA PACÍFICA DE LA COMUNIDAD. FOTO: KEVIN ZÚÑIGA/LA RAÍZ.

Los días seguían así, entre las expediciones a las fincas, de donde regresaban cargando en sus hombros enteras vacas o enormes costales llenos de papas, y las risas que las calentaban alrededor de una fogata en los helados turnos de guardia durante la madrugada. Pero este aire romántico no era el único aspecto de la resistencia. La empresa, junta con el estado, empezó a contraatacar. El ataque fue dirigido contra ellas, que se vieron difamadas por parte de la empresa Hanrine y de sus medios de comunicación afiliados. Sus rostros impresos en fotos enormes, exhibidas públicamente en los actos de la empresa; su integridad y seguridad amenazadas por estas violaciones de su derecho a la privacidad. Después, el ataque pasó a ser indirecto, en contra de lo que más les importaba: sus hijos. Las mujeres escucharon a trabajadores de la DINAPEN decirles que podrían quitarles a sus hijos si los llevaban al plantón de la resistencia. La gobernadora de la provincia de Imbabura las pintó como malas madres, diciendo que sus hijos eran desnutridos y que la minería podría ser la solución a este problema.

Durante estos eventos, las bonaerenses trataron de hacer respetar sus derechos no solo a través de la resistencia en el plantón, sino también a través de la ley. En junio de 2021, la comunidad ganó ante un Juez de Urcuquí una medida cautelar en protección a su derecho a la vida: cabe recordar que todos estos hechos acontecieron en tiempos pandémicos. La empresa tenía que dejar Buenos Aires en paz y marcharse. Sin embargo, no lo hizo. Se retiró quizás de unos cientos de metros, pero manteniendo su presencia en las puertas de la comunidad. Ante las protestas de la población, el mismo Estado que emitió la sentencia, se negó de hacerla cumplir, dejando la empresa en la impunidad.

EJERCITO Y POLICIA NACIONAL LLEGARON A LA COMUNIDAD ESCOLTANDO A LOS TRABAJADORES DE LA EMPRESA MINERA HANRINE. FOTO: KEVIN ZUÑIGA/LA RAÍZ.

Si alguien conservaba dudas sobre la complicidad del Estado con la voluntad del capital transnacional, estas desvanecieron en pocas horas la noche del 3 de agosto. Pocas horas ante un juez dictaminó una acción de protección a favor de la empresa Hanrine, justificando el uso de la fuerza pública para defender sus intereses. El proceso fue corrupto y lleno de irregularidades, como la falta de sorteo de los jueces para obtener una sentencia favorable.

RESISTENCIA PACÍFICA. FOTO: COMUNIDAD DE BUENOS AIRES. 

Y, esta vez sin duda ni atraso, la fuerza pública respondió al llamado. En las tinieblas, una larga columna de transportes policiales y el ejército empezó a subir la carretera que lleva a Buenos Aires. Parecía una de estas operaciones militares que tienen el objetivo de una conquista rápida y sin objeción. Cientos y cientos de uniformados armados se movían hacia el plantón no-violento y pacífico de la resistencia. El atropello era inminente. Cuando los dos frentes se encontraron cara a cara, en primera línea por parte de la resistencia se encontraban las mujeres de la comunidad; jóvenes y mayores. Las bonaerenses pensaron que poniendo sus cuerpos entre su amado territorio y la avaricia de Hanrine, las fuerzas del Estado habrían tenido más clemencia. Se imaginaron como un escudo contra la violencia. Sin embargo, lo que pasó en los minutos sucesivos demostró que, lamentablemente, se equivocaban.«QUEREMOS PAZ» GRITABAN LAS Y LOS HABITANTES DE BUENOS AIRES, ANTES DE QUE LA POLICÍA ATACARA Y AGREDIERA A TODAS LAS PERSONAS QUE SE ENCONTRABAN LEVANTANDO LAS MANOS. VIDEO GRABADO POR LA COMUNIDAD. 

Golpeadas, arrastradas, maltratas; Las compañeras se vieron envueltas por un trato inhumano, ilegal e injusto. Ante la voluntad y el poder del Estado extractivista, el plantón de la resistencia fue arrasado como por la creciente de un rio infame que se lleva hasta las piedras y árboles más valientes. La vía quedó libre para el paso de Hanrine, de sus trabajadores y de sus maquinarias. Buenos Aires fue violada de la peor manera.

PRESENCIA POLICIAL EN LA COMUNIDAD DE BUENOS AIRES. FOTO: IVAN CASTANEIRA

¿Cuáles son los impactos de estos acontecimientos al día de hoy? La comunidad se encuentra militarizada, con la presencia constante de un gran número de fuerzas policiales que, en práctica, son desplegadas como seguridad privada de la empresa. Las operaciones de exploración de la empresa siguen afectando al medio ambiente. Los campamentos de Hanrine son construidos uno después del otro; aparecen como hongos radioactivos en las laderas de las montañas. La comunidad, un tiempo unida y pacífica, se encuentra dividida internamente por causa de las estrategias de compra de conciencia de la empresa: el tejido social se deshace poco a poco como si les estuvieran quemando los hilos. Y, como guinda del pastel, decenas de personas de la comunidad, entre las cuales se encuentran muchas mujeres, se encuentran criminalizadas de manera absurda por ejercer su derecho a la resistencia.

CAMPAMENTO DE LA EMPRESA MINERA HANRINE. 
FOTO: IVAN CASTANEIRA

A pesar de esta situación decepcionante, Buenos Aires no se rinde. Las mujeres de la comunidad esperan con ansiedad el resultado de la denuncia presentada contra la acción de protección de Hanrine. Además, la resistencia sigue viva y no deja que los intereses mineros colonicen con sus mentiras a las conciencias de la población. Buenos Aires no necesita a la minería: su potencial lechero y ganadero puede abastecer a su economía de una manera sustentable y a largo plazo, por ejemplo, a través de la impulsión de proyectos de transformación de la leche en sus derivados como queso y manjar.

Es por estas razones que las mujeres presentan al estado ecuatoriano pocas, claras e irrenunciables exigencias para que se cumplan con sus derechos; el derecho a consulta previa; que las entidades de regulación y control minero empecen a realizar imparcialmente su trabajo; que se respete el Geoparque Mundial de Imbabura y que se apoye con inversiones y políticas publicas el sector agrícola y ganadero, actividades no perjudiciales de la naturaleza. Es fundamental que el estado escuche y cumpla con estas exigencias. Para el futuro de Buenos Aires y de un desarrollo que mire sustentablemente al mañana y que no tenga los ojos cegados por el brillo del oro y del cobre.

Esta historia forma parte de una serie donde contaremos, desde nuestra mirada y nuestros cuerpos, la resistencia que hemos realizado en contra del extractivismo en Ecuador. Esta idea surgió en el encuentro de Saramanta Warmikuna que se realizó en la ciudad de Quito. 


Agradecemos a Setem, Kairos, Entre Pueblos y Amazon Front Lines por apoyar estas iniciativas para seguir construyendo y compartiendo entre mujeres de los diferentes territorios.

Fuente: Saramanta Warmikuna

Last modified: 20/01/2022

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