Sobre la memoria, la dictadura y el ascenso de Bolsonaro en Brasil
Estaba en el aeropuerto de México, DF, no lograba mantener conexión a Internet, pero vi que un profesor de la Universidad donde realicé mi doctorado en Brasil – becada durante el gobierno del Partido de los Trabajadores – había publicado en su red social un poema desesperanzado, triste, dramático. No creí que había pasado lo peor. Consideré que sería apenas una exageración de alguien que decide anticipar el dolor con el propósito de disminuirlo, como si así pudiera pagar la cuenta del sufrimiento en varias cuotas.
Este suplicio lo hemos sentido hace algunos meses, incluso años. Recuerdo que en 2014, durante la elección que dio a Dilma Rousseff su segunda victoria, fueron meses de agresiones y angustias. En esa ocasión los argumentos que traté de compartir con mis parientes y amigos más cercanos, eran algo que me parecía obvio, demasiado evidente: la universidad pública debe continuar siendo pública, de calidad, incluyente, pintada con los colores de la diversidad de su pueblo; la salud pública debe ser priorizada; la privatización y el mercado no son un antídoto viable para los errores del “progresismo latinoamericano”.
Muchos argumentan que la llegada al poder de la ultraderecha es responsabilidad de los errores del “Socialismo del siglo XXI” . Esto ha sido la excusa perfecta para invalidar los logros sociales alcanzados y plantear soluciones autoritarias, elitistas, acaparadoras y excluyentes, como aquellas del pasado de la dictadura.
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En 2004, estaba terminando mis estudios universitarios de historia. Empecé mi investigación sobre el golpe civil-militar de 1964 en Brasil. No era la única, 2004 fue un año para recordar los 40 años del golpe militar que llevó a Brasil a una dictadura de veintiún años de duración. En la Escuela de Historia de la Universidad Federal del Estado de Rio de Janeiro (Unirio), y bajo la tutoría de la profesora Icleia Thiesen, nuestra perspectiva era re-contar, a través de la historia oral, las atrocidades e historias de sobrevivientes del período autoritario, desde 1964 hasta 1985. Me acerqué al grupo Tortura Nunca Más. Escuché docenas de horas de narrativas sobre el golpe; los primeros actos “aislados” de tortura; las “excepciones” que se convirtieron en regla, con los Actos Institucionales, una especie de decretos que modificando la Constitución, permitieron actos como la tortura o la suspensión de derechos como el Habeas Corpus. Escuché testimonios sobre las sucesivas “caídas” de periodistas críticos, que poco a poco fueron impedidos de publicar los “excesos” del régimen militar, que acumulaba esqueletos mientras crecía en el poder.
Para concluir mi trabajo de investigación, tuve que transcribir horas y horas de relatos sobre las dificultades que vivieron en la cárcel los opositores de la dictadura para sobrevivir, para sobrellevar la fase máxima del dolor, que deja de ser dolor para ser la ausencia de todo, para driblar el tiempo infinito de la tortura.
Seis años dediqué a investigar al tema del autoritarismo y la apertura democrática en Brasil. En las más de cien páginas de mi tesis dejé un poco de mi sudor y lágrimas, ya anticipando el hacer investigativo comprometido e involucrado que luego me traería a Ecuador.
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Estoy en el aeropuerto de México, camino a Ecuador y se confirma la vitoria del fascismo en Brasil. Unas lágrimas se escapan. No me importaba los que miran alrededor. Mi única forma de resistir desde el Portón 59 es dejando evidente que hoy es un día triste.
Como historiadora, albañil del pasado, no pude ni siquiera imaginar lo que hoy sucede en Brasil: que mediante elecciones democráticas gane Jair Bolsonaro, un ex militar, que abiertamente defiende la época de la dictadura; aquella barbarie que sonaba en mis grabaciones como algo pasado, como algo a lo que un país no quiere retornar. No logro comprender en qué momento, perdimos la disputa por la memoria, a pesar de tantos esfuerzos para dar una forma pedagógica y comprensible a los llamados “años de plumo” como decimos a los años de dictadura en Brasil.
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“¿Qué pasa con tu país?” nos preguntan a quienes vivimos entre otras fronteras, tratando de encontrar una razón a los hechos irracionales, una palabra inteligente y letrada. Los años de estudio y los títulos académicos acumulados hacen aún más difícil responder, porque en medio de la complejidad no es posible una solución sencilla.
“Brasil no es para novatos” es una frase que utilizamos comúnmente para expresar la complejidad de mi país, aquella isla monárquica, independiente y esclavista del siglo XIX, rodeada por repúblicas hispanohablantes. Esta frase traduce una especie de advertencia a quienes intentan conocer nuestra realidad a partir de pre-concepciones y recetas made in USA.
Nuestra democracia racial es una farsa, siempre lo fue. No hay igualdad en el acceso al Estado. La expresión “jeitinho brasileiro” habla de un brasileño tramposo, de rasgos corrompidos y corruptibles en la cotidianidad del país. Sin embargo, esto es principalmente resistencia, “ginga”, “malemolência”, palabras en portugués que remiten a habilidades forjadas por sectores históricamente excluidos por el padre/Estado. Un padre que se hace presente desde la aplicación de la norma, adornada de represión y no como garante de derechos.
No sirve de nada intentar traducir años de un matrimonio liberal autoritario, una capa paternalista-tradicionalista-arcaica al servicio del capital privado y de una supuesta modernidad. Tampoco se puede explicar lo que sucede en Brasil con una mágica síntesis en los errores de la “izquierda” que de ninguna forma inaugura la corrupción sin precedentes, como quieren afirmar los nuevos guardianes de la moral y de las buenas costumbres.
Y es que nuestra derrota es haber convivido por tanto tiempo con la barbarie silenciada, domesticada, conciliada. Y nuestra lucha re- empieza al mirarla en los ojos, los mismos ojos de nuestros parientes y amigos que “bolsonorizaron” su decisión de voto bajo la excusa insostenible de que “El PT destruyó el Brasil”.
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Hoy es un día triste, y las personas que están alado mío en el avión lo saben. Quiero que esta tristeza sea visibilizada, que esa herida sea sentida en alta voz, con todos los que están amenazados de muerte: mujeres, negros, indígenas, LGBTI, campesinos, sectores críticos de la sociedad. Una herida abierta hecha ‘verso’ por medio del fascismo más crudo y perverso de las palabras del presidente recién electo. Esto no es por victimismo, como suelen burlarse los grupos de derecha en Brasil. Esa herida no será callada porque el único camino es gritar nuestro dolor.
Hoy es un día triste y de luto. Pero seguimos, porque, en portugués, luto es también verbo y su inflexión al género femenino es Luta que en español significa lucha.
Por: Mallu Muniz
Gráfico: Vasco Gargalo
Last modified: 30/10/2018