En la ciudad india de Bhopal, hace exactamente 31 años, tuvo lugar lo que ha sido calificado como el mayor desastre industrial de la historia. Allí, la transnacional estadounidense Union Carbide Corporation, (en la actualidad Dow Chemical Company), actuando con el desprecio de siempre por la vida humana y más atentos a sus balances contables, le causaron la muerte a más de 20,000 personas, que en la madrugada del día 3 de diciembre estuvieron expuestos a una fuga tóxica, principalmente de isocianato de metilo, compuesto intermedio en la fabricación del insecticida Sevin.
Sólo en las primeras horas de exposición, murieron 6,000 bhopalíes. A principios de junio del 2010, un tribunal de la India y luego de un largo y complicado juicio, dictó una sentencia contra ocho personas responsables de la tragedia. Las penas, para decirlo con propiedad: insignificantes y ridículas. Todavía, al cabo de un poco más de tres décadas de este infausto suceso, siguen muriendo personas por efectos de los gases tóxicos a que fueron expuestos de manera criminal.
Esta tragedia, que hoy forma parte del legado que nos deja una revolución industrial cada vez más cuestionada, dio origen a que en memoria de las miles de víctimas, la Red de Acción en Plaguicidas, PAN International (Pesticide Action Network), adoptara el 3 de diciembre como el Día Mundial del No Uso de Plaguicidas, como forma de advertir los peligros y las consecuencias del uso intensivo e indiscriminado de plaguicidas químicos y principalmente, sus infaltables costos sociales, que todos los años se traducen en miles de muertes, envenenamientos y discapacidades en todo el mundo. Sin embargo, –cuesta trabajo reconocerlo– muy poco ha aprendido la humanidad de desastres industriales y medioambientales como éste. Tres décadas después de Bhopal y según estimaciones de la OMS, alrededor de 200,000 personas mueren por intoxicaciones agudas con plaguicidas cada año, mientras que el 33% de todos los suicidios que se producen a nivel mundial, tienen como causa común a los plaguicidas químicos.
Sin dudas, después de este previsible y evitable desastre, muchas naciones revisaron y endurecieron sus normas de prevención y seguridad industrial y química, mientras otras, prohibieron o restringieron el uso de algunos peligrosos plaguicidas. Aun así, muchos otros “accidentes” graves han tenido lugar con consecuencias lamentables, entre ellos, el de Chernobyl, el de la plataforma petrolera Deepwater Horizon y la central nuclear de Fukushima. Muchos otros tendrán lugar en el futuro, si continúa gestionándose en nuestro planeta, un modelo de desarrollo con industrias altamente contaminantes, riesgosas y tóxicas; y si se siguen anteponiendo los intereses de la ambición y codicia empresarial, en detrimento de la vida y de la protección del ambiente.
Lo ocurrido en la “ciudad de los siete lagos” o la “Badgad de la India”, nombres como también se le ha conocido en el pasado a Bhopal, es un claro ejemplo del desprecio que tienen las empresas transnacionales, sobre los que tienen la desdicha de vivir en los territorios donde estas se instalan. También demuestra la asombrosa impunidad de la que gozan, a la hora de enfrentar las reclamaciones por los daños y las reparaciones, que sus tóxicas operaciones industriales suelen causar.
Más de treinta años después de este infausto evento, la vida en Bhopal no ha podido volver a ser la misma. Allí sobreviven con extraordinaria dificultad, más de 200,000 enfermos crónicos directos de esta tragedia; varias generaciones enteras de bhopalíes marcados de por vida, por las secuelas del envenenamiento químico de sus padres; una alta contaminación del agua potable, de los suelos, del aire y de todo el ambiente, forman parte también de este doloroso drama humano, cuya compensación jamás hubiese sido ni suficiente ni justa, si la criminal Union Carbide Corporation o su actual sucesora, lo hubieran intentado.
Tragedias como la de Bhopal y otras, así como los evidentes perjuicios que los plaguicidas químicos ocasionan a los seres humanos y los ecosistemas, parecen que no bastan para desalentar a los apologistas de los agrotóxicos, que siguen viendo en ellos la principal, y a veces única solución, contra las plagas y enfermedades vegetales. Son los mismos que suelen minimizar los efectos devastadores de los insecticidas neonicotinoides sobre las abejas y la reducción significativa sobre sus colonias o que aseguran que es una exageración de la OMS, considerar como “probablemente cancerígenos para humanos” a los plaguicidas diazinon, malathion, tetraclorvinfos, parathion y ahora desde marzo del 2015, al glifosato, el herbicida más utilizado por la agricultura a nivel mundial.
Por eso ya es hora que todos nos sumemos a la lucha por sustituir a los más peligrosos plaguicidas químicos, por sus perniciosos efectos e impactos sobre todo nuestro ambiente y principalmente por sus daños a la salud de los seres humanos. Es hora en definitiva, que se impongan en la producción de nuestros alimentos, alternativas agroecológicas y métodos y medios de lucha contra las plagas, que además de ser eficaces, sean menos contaminantes y nocivos.
Por: Pedro Rivera
Last modified: 14/12/2015