Suele ser muy común encontrar en nuestro medio programas y segmentos, tanto televisivos como radiales, que limitándose meramente al llamado rating se conforman desde una visión reduccionista y simplificadora inaceptable y una vulgarización extrema de sus contenidos, principalmente en lo tocante al humor, que muchas veces viene a representar su pilar fundamental y casi nunca está exento de una carga ideológica significativa; para despojarnos sutilmente de valores ciudadanos, sembrar confusiones sobre nuestra identidad y provocar vacilaciones, cuando de calificar acciones y conductas humanas se trate.
Casi siempre, ante tanta pobreza imaginativa y la abundante chapucería que estos programas exhiben, resultará inútil o poco aconsejable encarar públicamente a la dirección del medio de comunicación o a los responsables directos del programa en mención.
Con mucha frecuencia, esta acción termina siendo presentada como un intento directo por restringir su libertad de expresión y lo que es peor, como una prueba de la validez del contenido de sus mensajes, imágenes y discursos. El resultado casi siempre es una intensificación de sus propuestas enajenantes, paralizadoras y malintencionadas.
De igual modo, no podemos ignorar que programas como estos seducen diariamente a extensas capas de la población panameña –principalmente a jóvenes y niños–, mediante una publicidad bien pedestre, frívola y muy sofisticada en la manipulación de las conciencias de las personas. Van dirigidos, en síntesis, a alejarnos del estado que nos obligue a pensar y reflexionar críticamente; ya ellos lo hacen por nosotros.
De allí que, a nuestro juicio, carecería de valor alguno, distraerse con emprender una crítica meramente iconoclasta de tal o cual programa en específico. Nuestra sociedad necesita que se construyan estrategias culturales eficientes, que sirvan para generar las posibilidades de transformación ética de los panameños.
La tarea ha de ser mucho más abarcadora y debe, para producir resultados perceptibles, mantenerse en el tiempo. Eso conlleva, en todos los ámbitos de la vida social, levantar un esfuerzo mayor en el campo de la educación y la cultura, que se anteponga al marcado fetichismo de la mercancía, que hoy impera, y a unos patrones consumistas que nos hacen esclavos del mercado.
Es decir, debemos descubrir y fomentar métodos y prácticas, que además de que en lo posible contengan mensajes comprometidos con las transformaciones sociales que urgen, no descuiden el sentido tangible y esencial de la belleza o de la recuperación de los ideales, valores y utopías.
No se trata de descalificar la creatividad e imaginación de algunos ni mutilar o censurar la irreverencia que muchas de sus propuestas puedan contener. Se trata de rechazar y condenar, como sociedad, aquellos programas y segmentos que, amparándose en el humor, la música y presuntas críticas sociales, son producidos con una elevada dosis de mediocridad, veneno y deshonestidad galopante.
Algunos hasta pretenden, eso sí, presentar un enfoque más general e integral de los problemas que abordan, convencidos, por una parte, de que es necesario aparentar cierto grado de objetividad e imparcialidad y, por la otra, que el rumbo político-ideológico y cultural de nuestra sociedad seguirá siendo definido, en mayor medida, por los medios de comunicación social que den más cabida a la banalidad y a los antivalores, que a la formación de un ser humano con sensibilidad ética y elevados principios.
Por: Pedro Rivera Ramos
Last modified: 31/03/2017