El 27 de octubre, La Dorada (Caldas) presenció la marcha de las canoas. Foto: Freddy Arango
“Nada pasa en este mundo que tenga efectos de largo plazo sin una gran movilización social”. Javier Moncayo
“¡País de mierda!”, “¡Me voy del país!”, fueron algunos de los gritos que se mezclaron con llanto, rabia y tristeza frente a las pantallas con los últimos reportes de la Registraduría el pasado 2 de octubre. Por un estrecho margen de 0.43 %, Colombia decidió no apoyar el Acuerdo Final que firmaron el Gobierno y las Farc. Las llamadas y correos de amigos del mundo entero no se hicieron esperar, con las mismas preguntas difíciles de responder: “¿Por qué quieren seguir viviendo en guerra?”. Periodistas y amigos de muchos países nos preguntaban lo mismo: “¿Qué les pasó?”. Algunas primeras reflexiones: nos enfrentamos a mentiras simples con una verdad compleja; ganamos en las redes sociales, pero nos derrotaron en las urnas; algunas iglesias y canales de televisión se prestaron para una propaganda de miedo y discriminación, y los de la campaña del Sí no fueron asertivos o algunos votos le cobraron al presidente todas las facturas: desde la vacuna contra el papiloma humano en Montes de María hasta la megaminería y los excesos del Escuadrón Movil Antidisturbios (Esmad).
Casi a media noche, el padre Francisco de Roux nos envió un mensaje a los activistas de la paz reunidos en la Redprodepaz y a los de las campañas Paz Querida y Por una Paz Completa, alentándonos a continuar trabajando más que nunca por la humanización. Como un premio de consolación, y un verdadero padre, nos habló como Pacho Maturana en tiempos de derrota: “Perder es ganar un poco”. A regañadientes, como hijos rebeldes, tuvimos que admitir que así fue. El 3 de octubre, la sociedad civil se movilizó impulsada por los jóvenes. En Bogotá, salió a la calle y, frente al monumento del almirante José Prudencio Padilla, en el Parkway, del barrio La Soledad, realizó la primera asamblea deliberativa de ciudadanos llamada Paz a la calle. Justo ahí, frente al prócer del Caribe, ejecutado un 2 de octubre de 1828 por órdenes del libertador Simón Bolívar, injustamente acusado de traición y vinculado con la llamada Conspiración Septembrina. A la intemperie de ese lunes, los estudiantes deliberaron alrededor de un círculo con tres líneas de velas encendidas, al mejor estilo de los jóvenes que en los 60 construyeron el símbolo de la paz.
Mientras tanto, la Universidad Nacional llenó el auditorio del edificio de posgrados de Ciencias Humanas, con una decena de académicos conversando sobre qué nos pasó, con un análisis exprés, increíblemente lleno de pasión y agilidad mental, frente a un público joven y estudiantil. Y, el miércoles, las plataformas Común Acuerdo y Paz Completa convocaron a las organizaciones y movimientos sociales a una reunión de articulación para “insistir y persistir, sin negar el análisis de lo sucedido, para seguir construyendo juntos”. Desde ese día hasta hoy, la Plaza de Bolívar ha sido ocupada por la imaginación y las movilizaciones ciudadanas: la marcha de las antorchas, la marcha de las flores, la movilización por las víctimas de la Unión Patriótica, y las más de 200 personas que duermen en 80 carpas en el Campamento por la Paz. El mensaje es el mismo: la solicitud al Gobierno y a los promotores del No para que lleguen a un consenso para salvar los acuerdos con las Farc.
Esta semana, ya un mes después de la derrota, empezó con la siembra de árboles con los que se formó la palabra “acuerdo”, bajo el impulso del artista Felipe Arturo Pérez, que creó un gran jardín en la Plaza de Bolívar. Como él, otros artistas han ocupado la Plaza. Ejemplo de ello es el enorme manto de 11 mil metros de tela blanca de la obra “Sumando Ausencias”, de Doris Salcedo, que contó con la participación de estudiantes de artes y de otros voluntarios que escribieron con ceniza 2.200 nombres de víctimas de la violencia. César López y otros músicos han animado al Campamento, el profesor Gustavo Moncayo —también conocido como el caminante de la paz—, la embajada alemana y hasta el propio presidente han dado su voz de aliento. La iniciativa del Campamento se ha extendido a Mocoa, Arauca y Cali. Además, otras semillas germinan. Como Paz a la calle-18, un colectivo de chicas y chicos de menos de 18 años que ya reclaman su ciudadanía participando en la apuesta por la paz.
Aquí estamos de nuevo, demostrando ser el país más feliz del mundo, quizá solamente por renacer de cada frustración o por resistir con el único aliento que nos da una esperanza que, ya a nadie le cabe duda, está minada de incertidumbres. Este fenómeno político y sociológico se ha comparado con la Primavera árabe y con los Indignados de Europa. Javier Moncayo, director del Programa Desarrollo para la Paz del Magdalena Centro, así lo analiza: “Este es un momento histórico, único, no volveremos a tener uno igual. Se trata de un esfuerzo colectivo inmenso por erradicar el uso de las armas para dirimir nuestras diferencias. La sociedad civil asume su protagonismo, equivalente al que asumió la ciudadanía alemana cuando cayó el muro de Berlín en 1989 o el que asumieron los ciudadanos de Túnez, Egipto y otros países cuando iniciaron una era de transformación en el mundo árabe. Nada pasa en este mundo que tenga efectos de largo plazo sin una gran movilización social”.
Hasta los periodistas han salido a la calle a observar y escuchar a la gente, como ya hace rato no lo hacían. Incluso la Radio Nacional emitió fuera de la cabina, en el Campamento por la Paz, también despertando de un letargo. Esta es una montaña rusa de emociones, que ha combinado lo mejor de lo que somos: esa capacidad de resiliencia para sobreponernos a las crisis y la habilidad para calmar las tusas con buen caldito y sentimiento colectivo. También por los ríos se marcha por la paz En el río Magdalena, donde se arrojaron muchos cuerpos que enlutaron su cauce, habitantes de municipios de Cundinamarca, Boyacá, Antioquia y Caldas realizaron la Marcha de las Canoas, convocada por el Programa Desarrollo para la Paz del Magdalena Centro en articulación con la Mesa Departamental de Víctimas. Fue una movilización poética de los pobladores ribereños para clamar por la paz territorial y exigir un acuerdo ya. De un lado, los pescadores de distintos asentamientos, por la vía fluvial, pidieron que el río Magdalena sea hoy y para siempre un cauce de vida, que nunca más vuelvan a descender por sus aguas los cuerpos mutilados de las víctimas. Y, por otro lado, los caminantes acompañaron la chiva venida de El Congal, una comunidad paradigmática por haber sido desplazada y haber regresado a reconstruir sus fincas con el apoyo de distintas instancias públicas, privadas y comunitarias.
Encabezada por una lancha de dos banderas: la de Colombia y otra blanca, enarbolada por un niño de unos siete años, una veintena de embarcaciones salió al caer la tarde en dirección al Puerto de las Lanchas, de La Dorada (Caldas), donde se ubica un monumento a las víctimas.
Las víctimas de esta región, como las de todo el país, han expresado su anhelo de paz y reconciliación portando pancartas y dando ejemplo de sus reservas éticas para una sociedad que necesita hacer memoria de su dolor, pero también rescatar su historia con visión de futuro. Tal y como lo ha expresado el politólogo Jorge Mario Medellín: “La Marcha de Las Canoas, como todas las que se han realizado en Colombia y el mundo, ha demostrado la confianza que los colombianos tienen en la movilización social, en su apuesta por construir un país diferente. Salir y tomarse el río es un acto simbólico que representa la necesidad de rodear a todos los territorios en su anhelo de paz”. No obstante, Silvio Zuluaga, director del Programa de Paz y Competitividad de la Universidad Autónoma de Manizales, advierte sobre la vulnerabilidad de la movilización social al paso del tiempo: “ Las marchas son una expresión del pueblo sobre sus inquietudes y sueños. Lo preocupante es que estas manifestaciones tienden a agotarse y opacarse poco a poco, por ello la urgencia de llegar a un pronto acuerdo”.
Por: Mónica Valdés. Periodista de la Redprodepaz
Last modified: 07/11/2016