El modelo neoliberal de comercio y libre mercado hoy vigente y del cual esta organización es su más preciado símbolo y representación, solo ha servido para profundizar aún más las inequidades y las injusticias económicas y ha empobrecido a muchas naciones en el mundo.
Dentro de algunos meses hará un año, que culminara en Nairobi, Kenia, la Décima Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en la cual se adoptó el llamado “Paquete de Nairobi”. En esta ocasión, como en la anterior Cumbre en Bali y en otras tantas, los defensores de este sistema multilateral de comercio, se apresuraron a declarar el éxito logrado en sus deliberaciones y acuerdos. Seis Decisiones Ministeriales sobre agricultura, algodón y cuestiones sobre los PMA (países menos adelantados); que incluyen el compromiso de los países desarrollados de eliminar inmediatamente –con algunas excepciones– las ayudas internas a su producción agropecuaria destinada a la exportación, bastaron para que esta Cumbre fuese considerada por la OMC en sus ya dos décadas de existencia, como la más histórica y trascendental de las convocadas. Sin embargo, no sería ninguna novedad que algunos de estos “históricos” acuerdos no fueran cumplidos por las naciones desarrolladas, tal como sucedió cuando en la VI Cumbre Ministerial realizada en Hong Kong en el 2005, se había decidido eliminar las subvenciones a los productos agrícolas en un período de ocho años.
Más de veinte años después de su fundación, la OMC sigue sin cumplir en lo más mínimo, con las promesas que llevaron principalmente a los países en desarrollo, a incorporarse como miembros plenos de esta organización. Tampoco ha mostrado la voluntad y capacidad para enfrentar y resolver los problemas y distorsiones más apremiantes que caracterizan, desde hace mucho tiempo, al comercio y mercado agrícola globales. En su lugar y sometiéndose a las presiones de los países más poderosos y sus empresas transnacionales, ha favorecido una mayor liberalización del comercio y los servicios, en perjuicio especialmente de las naciones en desarrollo, que han visto cómo se desmantelan las pocas políticas públicas de protección alimentaria existentes y se deteriora sensiblemente la calidad de vida de sus ciudadanos.
Asimismo, la OMC ha permitido que en las negociaciones comerciales vayan apareciendo con mucha frecuencia, temas totalmente alejados del comercio, como los llamados “Asuntos de Singapur”, que desde la primera Conferencia Ministerial en 1996, concentran los temas de inversiones, transparencia en las contrataciones públicas, políticas de competencia y facilitación comercial, como objetivos prioritarios de la agenda de los países desarrollados.
De modo que en sus más de dos décadas de vida, la OMC tiene muy pocos logros que exhibir o de los cuales enorgullecerse. El modelo neoliberal de comercio y libre mercado hoy vigente y del cual esta organización es su más preciado símbolo y representación, solo ha servido para profundizar aún más las inequidades y las injusticias económicas y ha empobrecido a muchas naciones en el mundo. La riqueza se sigue concentrando en pocas manos; las transnacionales aumentan su poder, influencia y control sobre nuestras vidas y recursos naturales; el empleo se reduce y crece la precariedad laboral; la producción se estanca o crece con lentitud; el crecimiento económico disminuye o no alcanza las expectativas más conservadoras y se suceden crisis tras otras y en períodos cada vez más cortos.
En ese sentido y según un informe reciente de la UNCTAD, las empresas transnacionales han pasado a controlar el comercio global, al ser responsables del 80% de los “20 trillones de dólares del intercambio mundial anual de bienes y servicios”; mientras que por otra parte, en los últimos cinco años, el nivel de crecimiento económico del mundo no ha superado el 3%, lo que en algunos casos a juicio de Roberto Azevedo, director general de la OMC, se trata de los niveles más bajos alcanzados por la economía mundial, desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Esta situación sin dudas, viene generando riesgos y perturbaciones reales a nivel global, que en la medida que se acumulen, desembocarán en consecuencias perjudiciales en todo el entramado social, político y naturalmente económico, de la mayoría de los países.
Pese a los infructuosos esfuerzos por presentarla como una organización democrática, transparente y preocupada por un comercio mundial justo y equitativo, la OMC sigue siendo una organización establecida fundamentalmente, para el dictado de reglas y normas para beneficio económico de las corporaciones transnacionales y las naciones desarrolladas. Por eso la resistencia permanente y enconada de estas últimas, a discutir los temas restantes del programa de Doha relacionados con el desarrollo y todo lo que pueda significar menoscabo de sus economías y de los intereses corporativos de estas empresas. De allí que muchos países en desarrollo se han visto forzados a establecer alianzas y coaliciones en el seno de esta organización, como el G90, G33, el Grupo Africano y otros, para defender mejor sus intereses y las aspiraciones de sus naciones y pueblos.
Desde el inicio mismo de las negociaciones comerciales en el seno de la OMC, y en cierto modo al amparo de ésta, ha cobrado un gran impulso el desarrollo de tratativas de liberalización comercial, tanto locales como regionales, que en muchas ocasiones rebasan considerablemente los temas que se discuten en la OMC, como por ejemplo, los alcances y ambiciones que encierra el TISA (Trade In Services Agreement) y el TPP (Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica), entre otros muchos. En ellos es muy común que se privilegien los intereses de los inversionistas y de las corporaciones transnacionales, en desmedro de las prerrogativas de los Estados, de las preocupaciones medioambientales y los derechos de los ciudadanos. Asimismo, en épocas más recientes, algunos de ellos no parecen destinados a ser considerados como complementarios de lo que se discute y norma en Ginebra; y por el contenido de sus agendas y las implicaciones de muchos de sus acuerdos, representan un verdadero desafío al rol protagónico que cree tener la OMC, en las negociaciones y gobernanza del comercio mundial.
La XI Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio, tendrá lugar en diciembre del 2017 en la ciudad de Buenos Aires o Punta del Este. Ambas ciudades han presentado su candidatura, para alojar esta cita bienal del comercio mundial. Esperemos que en esta oportunidad, las naciones industrializadas renuncien definitivamente a sus históricas pretensiones de discutir los “temas de Singapur” y se decidan abordar con sentido de justicia y equidad, lo que apremia a tres cuartas partes de sus miembros: los temas del desarrollo y los obstáculos que aún prevalecen para alcanzarlo. No hacerlo volverá a convertir a las conferencias ministeriales sobre comercio, en un foro intrascendente, ineficaz e innecesario, que debe ser superado y sustituido cuanto antes.
Pedro Rivera Ramos. Ingeniero agrónomo, Universidad de Panamá.
Gráfico: Gatis Sluka
Last modified: 26/08/2016