El hegemónico modelo agrícola industrial, muy consciente de los impactos medioambientales que sus procesos y prácticas generan consigo, viene impulsando con mucha fuerza, dos iniciativas que le parecen sumamente atractivas, para enfrentar, a la manera capitalista, los grandes problemas agrícolas y climáticos que ha venido creando.
La Agricultura Climáticamente Inteligente (ACI) y la llamada Agricultura de Precisión, forman parte de una visión de las corporaciones agroindustriales, que solo conciben soluciones en la llamada tecnología de punta y en los diseños de cultivos y organismos vivos por la biología sintética, que si bien parecen ser propuestas prometedoras, están muy lejos de contribuir significativamente a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, y mucho menos, de la pobreza y el hambre.
La Agricultura Climáticamente Inteligente es un término tan impreciso como ambiguo, que no identifica con claridad qué métodos o qué prácticas son climáticamente inteligentes y cuáles no. Lo que sí está muy claro es el apoyo inmediato que desde el 2010, esta iniciativa recibió principalmente de las grandes transnacionales del sistema agroalimentario. Ya en el 2014 se crea la Alianza Mundial para una Agricultura Climáticamente Inteligente (GACSA), que solamente por la composición de sus miembros, es fácil descubrir que están asociados a todo lo que representa la producción industrializada de alimentos, es decir, a las prácticas más intensivas en la generación de Carbono.
Por otro lado, la agricultura de precisión es una propuesta que incorpora a la producción agropecuaria, un alto nivel de aplicaciones tecnológicas a base de diferentes tipos de software y rastreo satelital, que van dirigidas principalmente, a controlar y actuar sobre algunos factores agronómicos que inciden en la producción, como plagas, temperatura, nivel de fertilizantes, humedad y otros.
Sin embargo, es evidente que la agricultura y el clima de nuestro planeta, no necesitan distracciones como éstas, para solucionar la crisis medioambiental causada por las grandes corporaciones. No es recurriendo a técnicas de control a distancia de los cultivos o dotando de supuesta “inteligencia” al modelo agroindustrial vigente, como el hambre, las desigualdades sociales y las disfunciones ambientales, van a desaparecer. Lo que se necesita es renunciar a la inveterada obcecación de considerar a la ciencia y a la tecnología como infalibles y al lucro corporativo como objetivo supremo, en lugar de apelar a prácticas campesinas e indígenas milenarias y a estrategias agroecológicas para producir los alimentos y para mitigar real y eficazmente los efectos del cambio climático.
De modo que la Agricultura Climáticamente Inteligente y la Agricultura de Precisión, representan iniciativas o innovaciones muy convenientes a los intereses de las grandes transnacionales de los agronegocios, y vienen a sumarse a otras también, poco efectivas y muy cuestionadas, como la producción de semillas transgénicas, el mercado de carbono o los mecanismos de mitigación del cambio climático, conocidos como REDD y desarrollados por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Ninguna de ellas se aparta en lo más mínimo, de considerar a la agricultura, al clima y al planeta, solo desde una perspectiva y aprovechamiento netamente utilitarista y mercantil.
No hay duda alguna que la ACI y la Agricultura de Precisión, cuentan con defensores y entusiastas que depositan en la llamada tecnología de punta y en propuestas deslumbrantes revestidas de cierto carácter científico, esperanzas sinceras y honestas de que las crisis climáticas y medioambientales que afectan al mundo, sean superadas y resueltas. No obstante, los negocios lucrativos que las mismas encierran y deben forjar, no pueden, para su adopción, difusión e imposición globalmente, depender exclusivamente de las buenas intenciones e ilusiones de algunos cuantos. Es por ello que hoy día resulta muy fácil encontrar, apologistas de estas tecnologías e innovaciones, entre muchas instituciones y científicos de gran prestigio, que reciben cuantiosos subsidios o mantienen estrechos lazos y relaciones con las grandes transnacionales del sistema agroalimentario mundial. De ahí que tengamos el legítimo derecho en dudar de la objetividad y credibilidad de sus juicios, criterios e informes técnicos o científicos.
Por: Pedro Rivera Ramos
Last modified: 18/08/2016