El creador del “Atlas global de justicia ambiental” dice que América Latina tiene una gran oportunidad si replantea sus políticas y empieza a vivir de otra manera. “El crecimiento verde y el desarrollo sostenible son una contradicción. No puede haber un crecimiento económico que sea verde. Es falsamente verde.”
Joan Martínez Alier es catalán y conoce mucho mejor a Colombia de lo que cualquiera se imaginaría. Su larga trayectoria tratando de analizar cómo el medio ambiente ha creado nuevas dinámicas económicas, políticas y sociales lo ha llevado a indagar con profundidad sobre los procesos de América Latina. Por eso en sus conversaciones es usual que se remita a La Jagua de Ibirico o al río Magdalena.
Doctor en Economía y autor de La ecología de la economía, un clásico traducido a varios idiomas, ha sido investigador del St. Antony’s College de Oxford y profesor visitante en la Universidad de Stanford, la de California y la de Yale. Y aunque su recorrido académico es amplio, para muchos su nombre empezó a sonar con fuerza en el país cuando presentó el Atlas global de justicia ambiental en 2014. En él, Colombia aparecía como la segunda nación con más conflictos ambientales.
Martínez Alier, que estuvo la semana pasada en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, celebrado en Medellín, explica por qué y analiza el panorama del país.
Un año después de haber lanzado el “Atlas”, ¿cuál ha sido el gran logro?
El Atlas ha servido para varias cosas. Una es evidenciar que en el 12% de los conflictos han muerto defensores ambientales. Aquí ese porcentaje es mucho mayor: del 30%. Y también ha servido para visibilizar un movimiento de justicia global y para averiguar cómo están operando las empresas extranjeras en otro territorio.
En ese mapa, Colombia aparecía como el segundo país con más conflictos ambientales. ¿Cuál es nuestra posición hoy?
Ahora hay muchos más conflictos ambientales en Brasil y en México. Colombia ocupa el tercer lugar, aunque Perú y Panamá también tienen serias problemáticas. Todo este asunto tiene que ver con la riqueza que tiene cada país. Y ustedes tienen mucho carbón y mucho oro.
Usted ha sido un impulsor de la ecología política. Háblenos un poco de esta corriente.
Ecología política es un movimiento, pero es también un campo de estudio académico. Lo crearon antropólogos en los años sesenta. Lo de político es porque estudiamos el poder, porque la ecología no es un tema apolítico o completamente técnico, como lo hacen ver. El ecólogo político holandés Rutiers Boelens tiene una metáfora que lo explica: dice que el agua no corre hacia abajo, sino hacia arriba, donde está el poder.
En Colombia estamos al borde de un probable posconflicto. ¿Cómo analiza nuestro futuro ambiental?
Hay muchos puntos que no se tocan. Y uno de ellos es el tema ambiental. No creo que la palabra posextractivismo haya sido mencionada en La Habana. Es posible que en las negociaciones con el Eln el tema salga a relucir con más facilidad. Pero por lo general, en América Latina la izquierda ha sido muy impermeable en el tema ambiental. Es una lástima. A pesar de tener muchos héroes de la justicia ambiental, la izquierda no los reconoce como suyos. Es lo que sucede con Evo Morales o con Rafael Correa o con Cristina Fernández. No me lo explico. Que a Santos no le gusten los ecologistas me parece normal. ¿Pero que ellos no los reconozcan?
Usted ha analizado a profundidad el ecologismo popular. ¿Qué papel están jugando esas pequeñas comunidades?
El ecologismo popular se ha fortalecido mucho. Se reconocen unos con otros y se ayudan. Como sucede con los activistas locales de La Jagua de Ibirico en Cesar. Sin embargo, América Latina está implementando políticas que le están haciendo mucho daño. El carbón es una de ellas. Son unas políticas absurdas económicamente, ahora que los precios han caído. Y ustedes o Ecuador decidieron exportar más para equilibrarse. Eso no es sensato.
El panorama no parece tan alentador…
A corto plazo no es esperanzador. Con los nuevos precios, la gran lección es que hay que vivir de otra manera. Plantear una economía acorde con las necesidades de la gente. ¿Para qué crecemos tanto si estamos destruyendo todo? Convencer de eso a la gente es muy difícil. Pero América Latina aún tiene una gran oportunidad. Hay efervescencia social, es un continente rico y no está tan poblado como Europa, Japón o India.
Usted ha sido un crítico del concepto de desarrollo sostenible. ¿Por qué?
Porque es como decir que usted puede crecer económicamente de una manera que sea ecológicamente sostenible. El crecimiento verde y el desarrollo sostenible son una contradicción. No puede haber un crecimiento económico que sea verde. Es falsamente verde. La economía actual se basa en más petróleo, más carbón, más palma, más cobre… Hablar de desarrollo sostenible es engañar a la gente.
¿Y cuál es su posición frente al pago por servicios ambientales?
Es un reduccionismo monetario que puede resultar en una política contraproducente. Es como si tuviéramos que pagarle a la gente del páramo para que se porte bien. Los estamos acostumbrando a que les tenemos que pagar. Se está mercantilizando una relación, y cuando eso sucede se pierde la lógica de la obligación moral.
Por Sergio Silva Numa
Fuente: El Espectador
Last modified: 17/07/2016