En esta ocasión, el presente número evidencia la continua realidad que afecta todas las latitudes del planeta, cambio climático, y sus secuelas que deja El Fenómeno del Niño y su sequía. La necesidad humana que se acrecenta por la sed de alternativas ante los bajo afluentes de los ríos. Una gestión del agua rezagada o sin efectos positivos que no a contribuido a los usuarios por lo menos a sus necesidades básicas, ha sabiendas de la crisis que data de más de una década en algunos poblados de la ciudad de Panamá. La cual no escapa del andamiaje fracasado del neoliberalismo con que el gobierno pretende privatizar la producción de agua potable.
También, son muchos los poblados de las zonas rurales que sufren la carencia de agua, pero que a su vez expertos han manifestado que es un pase de factura por el desmantelamiento de las fuentes verdes — bosques — por la ganadería extensiva hasta la falta de conciencia en la conservación de este legado único. Caso que podemos mencionar la laguna de Matusagaratí y en áreas de Azuero.
Ante lo expuesto, surgen, y de reacción tardía, alternativas a la crisis ambiental global.
Como la energía solar y eólica, pero con la contradicción de aun mantener la termoeléctrica en Panamá, como poste y sostén de la matriz energética. La cual nos hace preguntar: ¿cuál es el papel que juega la comisión de cambio climático del Estado ante los compromisos de los Acuerdos de París y la realidad nacional ambiental?
Cuestión que los ciudadanos exigimos justicia climática, así como pena a quienes cometen crímenes ecológicos como es el caso de Petaquilla, donde han arrancado todo una parte del Corredor Biológico Mesoamericano. Y que, a cientos de kilometros, se le suma el proyecto hidroeléctrico Barro Blanco, que ha sido cuestionado por expertos, científicos y organismos internacionales por la violación de los Derechos Humanos del Pueblo Indígena Ngäbé Büglé y la riqueza ecológica y cultural que allí se registra.
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Last modified: 12/05/2016