¿Podemos alimentar a la humanidad y regenerar la biosfera al mismo tiempo? En este artículo respondemos 7 mitos sobre la producción alimentaria sostenidos por la agricultura industrial, que se autoproclama como la única alternativa válida.
Los gobiernos y las grandes empresas insisten en que solo la agricultura industrial nos puede salvar del hambre. Los ecologistas advierten que este sistema está destruyendo rápidamente el planeta. Los productores orgánicos y agroecológicos sostienen que pueden producir más alimento, de mejor calidad, y sin dañar el ambiente. Atrapados al final de la cadena de comercialización, los consumidores apenas nos enteramos del debate, y menos aún comprendemos sus consecuencias. Irónicamente, somos los consumidores, invirtiendo día a día en nuestro alimento, quienes decidimos cual será el sistema productivo del mañana, y somos por ello quienes más poder tenemos para modificarlo. Y consumidores somos todos, incluso quienes producimos alimentos.
Nuestra información depende de lo que los medios de comunicación masivos nos dicen, y estos generalmente reflejan los mitos que nuestra sociedad construye. Algunos mitos son promovidos por la industria, otros por la incomprensión de datos científicos, o por técnicos que practican una ciencia a medias.
Ningún mito se construye a partir de la nada. Todos tienen en la base alguna razón; lo que sucede es que esa razón es malinterpretada, exagerada, o ignora ciertos datos cruciales, o deriva en una conclusión absurda a partir de los datos, y así abandonamos el terreno de la verdad comprobable para entrar en el mito. Para quien no conoce los datos relevantes, el mito puede sonar a verdadero. Pero una vez se comprende el contexto, es fácil mirar más allá de las máscaras.
1. Rentabilidad económica
El mito: La producción ecológica no puede ser económicamente rentable.
En el sistema de mercado actual, donde el campesino espera pasivamente a que el intermediario se interese por sus productos, o se contrata siguiendo las exigencias de la empresa comercializadora, este mito puede resultar real. Si dependemos de las fluctuaciones del mercado, si tenemos que competir con productores subsidiados, si no contamos con un mercado seguro, si estamos obligados a seguir las fluctuantes exigencias de los grandes supermercados, es difícil que podamos ganarnos la vida decentemente.
Numerosas experiencias han demostrado que los productos agroecológicos pueden tener una rentabilidad superior a los de cultivo convencional. Por lo general obtienen mejores precios, y sus costos de producción son menores; además, producen una variedad de productos en el mismo espacio.
El problema para los productores agroecológicos está en la comercialización, atada a los modelos convencionales.
En el artículo “¿Es rentable la agroecología?” publicado en la Revista Allpa analizamos algunos casos concretos. Vimos por ejemplo el caso del maíz en la Provincia de Loja, en Ecuador, donde la ganancia del cultivo ecológico triplicaba la del convencional, gracias al ahorro en insumos y la venta combinada de maíz, frijol zarandaja y zapallo. Lo que imposibilitaba la expansión del modelo era la dependencia de los productores en un único sistema de comercialización: el camión de una empresa que hacía la intermediación, comprando únicamente maíz de la variedad industrial Brasilia, y con un control unilateral del precio. Este caso es típico en el agro, y se dificulta más aún con los esquemas de encadenamiento productivo, donde los agricultores se comprometen por contrato con una empresa, corren con todos los riesgos, y no tienen la libertad de colocar sus productos a su conveniencia.
Existe un enorme mercado para los productos agroecológicos, formado por consumidores que buscan alimentos más sanos, producidos de forma ecológica y apoyando al campesinado. Es el sector alimentario que más crece actualmente. De modo que el problema para el productor es realmente el acceso a esos mercados, incluyendo la reducción de la intermediación.
La solución ideada por muchos productores es asociarse, enfrentar juntos problemas como el del transporte, y buscar o crear sus propios mercados. Hay muchas variantes de esta solución: circuitos de comercio solidario, ferias, mercados de granjeros, canastas comunitarias, granjas asociativas. Vivimos un momento de mucha experimentación, y un buen porcentaje de estos experimentos están logrando mantenerse y entregar una ganancia decente a los productores, superior por su valor y constancia a la que ofrece el mercado convencional.
2. Rendimientos productivos
El mito: La agricultura industrial produce más alimentos por hectárea, y solo ella puede salvar a la humanidad del hambre.
Si nos enfocamos en un solo producto, sembrado en monocultivo, la semilla industrial apoyada por agroquímicos, maquinaria y riego tecnificado, produce una mayor cantidad de ese solitario producto, en condiciones ideales. Por ejemplo, en el mismo estudio citado anteriormente, una hectárea de maíz convencional producía 100 quintales, mientras que una hectárea en policultivo con semilla ancestral dejaba apenas 66 quintales de maíz.
Pero en agroecología no sembramos un producto, sino una diversidad de alimentos. Esa misma hectárea de maíz ancestral rinde además 20 quintales de fréjol, y alrededor de 200 zapallos. Si sumamos los diferentes nutrientes producidos, vemos que el policultivo produce mucho más alimento que el monocultivo. Hay muchos ejemplos de policultivos altamente productivos: la huerta familiar, que en cada lugar del mundo es diferente, pero en todos se caracteriza por estar bajo cultivo intenso y constante, con una asombrosa diversidad de productos, incluyendo hortalizas, frutas, granos, aromáticas y animales; el bosque comestible, que presenta hasta siete niveles verticales distintos, aumentando enormemente la superficie productiva por hectárea; los sistemas mixtos de acuacultura y cultivo, como los camellones y chinampas o los antiguos arrozales integrales. Cualquiera de ellos supera largamente el rendimiento productivo de los monocultivos convencionales.
Hay que sumar a esto la constancia de la producción en el tiempo: la producción agrícola industrial quema rápidamente los recursos, produce grandes cantidades en los primeros años con relativa facilidad, pero con el pasar del tiempo necesita invertir y destruir cada vez más. El resultado final, en muchas partes del mundo, es el abandono de tierras que han quedado contaminadas e improductivas. La agroecología es por el contrario sostenible, lo que significa que mantiene o incluso aumenta sus volúmenes de producción en el tiempo. Si analizamos el alimento producido por ambos sistemas a lo largo de una década o más, en muchos casos el policultivo agroecológico supera largamente en productividad al monocultivo industrial.
Una investigación encargada por el proyecto de Previsiones del Gobierno del Reino Unido sobre el Futuro de los Alimentos y la Agricultura Mundiales examinó 40 proyectos en 20 países africanos en los que se impulsó la intensificación agroecológica durante la década de 2000. Los proyectos abarcaban, entre otros componentes, actividades de mejora de las cosechas, incluyendo cultivos hasta entonces ignorados por los programas de apoyo, conservación de suelos y agroforestería. A principios de 2010 estos proyectos habían reportado beneficios para 10,39 millones de familias campesinas y mejoras en aproximadamente 12,75 millones de hectáreas. En tan solo 3 a 10 años de transición, el rendimiento medio de las cosechas se duplicó, generando un incremento de la producción total de alimentos de 5,79 millones de toneladas al año, equivalente a 557 kg por cada familia de agricultores.
¿Necesitamos de la agroindustria para poder alimentar al planeta? La verdad es que hoy en día, incluso con la baja producción de alimentos generada por la industria, producimos suficiente para alimentar a catorce mil millones de seres humanos, más del doble de la población actual. Lo que ocurre es que estos alimentos están muy mal distribuidos.
El 80% de las personas hambrientas son campesinos o trabajadores agrícolas. ¿Cómo puede ser esto posible, que las personas que producen el alimento sean las que pasan hambre?. La razón es que han perdido su capacidad de producir alimentos debido precisamente al modelo de producción y mercado impuesto por las grandes empresas con la complicidad de los gobiernos. No producen comida: producen bienes para el mercado. El monocultivo reemplazó a la producción de alimentos, por lo que en muchas zonas agrícolas los alimentos son escasos y costosos. Por ejemplo en el sur de la provincia de Loja, Ecuador, donde todos producen maíz para la industria avícola, y gastan sus magras ganancias en fideos y huevos.
Si los campesinos volvieran a producir una diversidad de alimentos, modernizando sus técnicas tradicionales con conocimientos agroecológicos, y si los mercados funcionaran con un enfoque local y sostenible, tendríamos una verdadera abundancia de comida de buena calidad a un costo asequible, para todos y todas.
3. Calidad nutricional
El mito: Los alimentos industriales tienen la misma o mayor calidad nutricional que los tradicionales, porque son más modernos.
Muchos alimentos modernos son “enriquecidos” con vitaminas, minerales y otros nutrientes sintéticos, algo que la agroindustria no deja de señalar en su publicidad.
La razón por la cual los alimentos necesitan ser así “enriquecidos” con nutrientes artificiales, es que han perdido sus nutrientes naturales. Esto se debe a que los procesos de selección de la semilla industrial están orientados a aumentar la velocidad de crecimiento, el tamaño y la adaptación a los químicos de los productos, no su calidad nutricional. Podemos ver esto, por ejemplo, en el haba: un producto que antes necesitaba de 10 a 14 meses para ser cosechado, dando un grano pequeño y duro, lleno de fibra. El haba industrial actualmente demora alrededor de 5 meses para producir un grano el doble de grande, blando. Para lograr esto, se seleccionó habas que se hinchen rápidamente de agua, en lugar de producir fibra, que demora mucho más tiempo en ser creada por la planta. El problema es que los nutrientes se almacenan en la fibra del grano, no en el agua; por ello, una de las pequeñas habas tradicionales es mucho más nutritiva que un haba industrial.
La baja calidad nutricional de la semilla moderna se combina con el agotamiento de los suelos para producir un fenómeno demostrado: la erosión de nutrientes en los cultivos modernos. Un estudio señala que en 1914, la col tenía 315.5 miligramos de calcio, magnesio y hierro sumados por cada 100 gramos de alimento. Para 1993, este valor había decaído a 62.59 miligramos, es decir, apenas el 19.8% del valor anterior. El mismo estudio encontró que la lechuga y la espinaca tenían en 1993 el 8.6% y 43.7% respectivamente, de los valores que tenían en 1914, para esos nutrientes. Por otra parte, un estudio de la USDA señala descensos en varios nutrientes esenciales de entre el 6% y el 38% entre 1950 y 2004.
La agricultura industrial promueve una simplificación nutricional, basada en conocimientos científicos del siglo dieciocho que han sido desde entonces desmentidos. Básicamente, este modelo sostiene que las plantas dependen del aporte de tres macronutrientes (nitrógeno, fósforo y potasio) y pequeñas dosis de otros minerales (micronutrientes). Pero hoy sabemos que las plantas no necesitan solamente de un puñado de nutrientes, sino de una compleja red de relaciones en el suelo y el ambiente que las rodea, de las que depende su capacidad de alimentarse, la calidad de sus nutrientes y su salud en general. Si las forzamos a producir en condiciones de simplicidad nutricional, producen alimentos con deficiencias nutricionales. Y como consecuencia nosotros también tenemos esas deficiencias, que se manifiestan en enfermedades crónicas y degenerativas.
4. Salud
El mito: Los agroquímicos no causan daño a la salud, los productos orgánicos sí causan daño, porque se cultivan con deshechos, incluso estiércol.
La mayoría de los agroquímicos se lanzan al mercado sin estudios suficientes sobre sus efectos en la salud humana, o a pesar de que han sido demostrados ya sus efectos negativos.
Los agricultores sufren directamente estos efectos. La exposición directa a los agrotóxicos puede causar envenenamiento, que se manifiesta por ejemplo con náuseas y mareos, edema pulmonar, descenso de la presión sanguínea, reacciones alérgicas, dolor abdominal, pérdida masiva de líquido gastrointestinal, vómito, pérdida de conciencia, destrucción de glóbulos rojos, electrocardiogramas anormales y daño o falla renal. La Organización Mundial de la Salud estima que cada año se producen 25 millones de intoxicaciones por agroquímicos en el mundo, el 99% de las cuales ocurren en países “en desarrollo”. Estos venenos pueden entrar por las vías respiratorias, por las mucosas, por los ojos, por la piel.
La exposición ocasional a dosis menores de estos químicos genera efectos de largo plazo, a menudo resultado de la combinación de varios productos, por lo que resulta difícil trazar la causa exacta. Estudios ligan los agrotóxicos a un amplio espectro de dolencias, desde la gastritis y las alergias cutáneas hasta el cáncer y los problemas hormonales. En zonas de grandes monocultivos son comunes los casos de cáncer, abortos, nacimientos de niños deformes, y otras afectaciones; por ejemplo, en la zona papera de Carchi, Ecuador, se estima que el 40% de la población campesina sufre de daños neurológicos debido al uso de pesticidas.
La afectación llega también a los consumidores. Varios estudios ligan el consumo de agroquímicos en la dieta al descenso de la fertilidad en poblaciones humanas, que en casos como el europeo llega ya al 50%. Los químicos que consumimos podrían estar implicados en diversos trastornos hormonales, tales como trastornos menstruales y reproductivos; ha sido demostrado que muchos agroquímicos actúan como disruptores hormonales. La pandemia de alergias que hoy sufre el mundo está igualmente relacionada.
Por otro lado, es falso que los cultivos orgánicos causen daño a la salud por usar deshechos. Los “deshechos” a los que se refiere este mito son los abonos orgánicos, hechos en base de restos de cosecha y cocina, y estiércol de animales. Estos restos orgánicos se transforman completamente en el proceso conocido como compostaje, donde todos los patógenos son eliminados y la materia se convierte en suelo fértil. Ese es el proceso que alimenta a las plantas en la naturaleza, y es sano y seguro para los seres que evolucionamos en este planeta.
5. Ambiente
El mito: La agricultura industrial no causa más daño al ambiente que la agroecológica.
Si sumamos los efectos de los tóxicos que se vierten al ambiente, la liberación de gases que destruyen la atmósfera cada vez que se ara o deforesta, la destrucción de la cobertura vegetal para dar paso a ganadería o agricultura extensiva, y el transporte global de alimentos, el moderno sistema de producción y comercialización de alimentos es responsable por el 48% del cambio climático. Esto lo convierte en la actividad humana más destructiva para el ambiente.
La agroecología, en cambio, promueve la regheneración de ecosistemas naturales, y la producción en sistemas que imitan funcionalmente a la naturaleza. Los ecosistemas productivos generados por la agroecología logran en los primeros años de transición frenar y luego revertir la destrucción ambiental. Cuando maduran, al cabo de 5 a 10 años de trabajo, se encuentran entregando recursos al ambiente, mejorando las condiciones regionales en muchos aspectos, a medida que crece la biodiversidad y la biomasa, aumenta la fertilidad del suelo y el abastecimiento de agua.
6. Cultura
El mito: La agricultura industrial es parte del progreso y de la modernidad a la que todos debemos aspirar.
Desde finales del siglo diecinueve la humanidad se ha dedicado a adorar y perseguir el ideal del progreso industrial constante e irrefrenable, en respuesta a las necesidades de un sistema económico insostenible que para subsistir necesita crecer sin parar.
La homogenización cultural es un resultado evidente de la globalización: todas las culturas del mundo van desapareciendo, para dar lugar a un monocultivo de mentes y actitudes. Un mundo de consumidores compulsivos, de esclavos laborales que se visten igual, hablan de forma similar, se rebelan de la misma manera, y sobre todo, consumen los mismos productos. Las beneficiarias de esta situación son las grandes empresas, que hoy son las instituciones más poderosas del planeta, por encima de las naciones y las religiones.
Esta homogenización presenta un riesgo muy grande para la sobrevivencia de la humanidad (además de ser triste y aburrida). La historia del planeta nos muestra que la calidad de vida y la capacidad de adaptación y subsistencia dependen de la diversidad. La misma regla que se aplica a la biología, se aplica a la cultura. Un mundo culturalmente diverso no solo es más bello e interesante, sino que además representa muchas formas distintas de adaptación a condiciones locales.
En ningun área es esto tan visible como en la producción y consumo del alimento. En cada rincón del planeta, las culturas originarias desarrollaron métodos de cultivo y formas de preparar la comida que se adaptaban a la realidad local. Esta fue una evolución de miles de años, con el resultado evidente de que la gente es más sana consumiendo los alimentos tradicionales de su cultura.
7. Economía local y empleo
El mito: La agricultura convencional genera fuentes de empleo y fortalece la economía.
En un mercado dominado por la agroindustria, donde la economía local ha sido destruida, solo las grandes empresas pueden ofrecer empleo remunerado, para un porcentaje reducido de la población.
Cada vez que gastamos dinero en productos industrializados, ese dinero escapa de la economía local. Se fuga a otras regiones del país, o al extranjero. Es como una forma de minería, donde las empresas extraen la riqueza regional directamente de los bolsillos de los consumidores.
Tomemos el caso de los productores de trigo: hasta la década del 70, la zona central de los andes ecuatorianos era el granero de la región, permitiendo un auto abastecimiento cercano al 100% para la nación. Luego empresarios de la costa empezaron a exportar trigo barato del extranjero, y finalmente el gobierno ecuatoriano aceptó “donaciones” de trigo norteamericano, hasta quebrar a los productores nacionales. Ahora Ecuador importa más del 90% del trigo que consumimos.
El modelo de agricultura industrializada se orienta al uso de maquinaria agrícola para reemplazar mano de obra, a la contratación de mano de obra mal pagada y en muchos casos explotada (incumplimiento de obligaciones laborales como la seguridad social o el reconocimiento de horas extras), y contratos de producción que no son equitativos. Esto genera desempleo, sub empleo y explotación.
La agroecología requiere más mano de obra, eso es innegable. Por tanto, tiene una mayor capacidad de contratación, y de reducir el desempleo a nivel local. Al ser una agricultura de tipo familiar o asociativa, negocia contratos de forma más personal y directa; es decir, el trabajador tiene una relación cercana con el empleador, y puede negociar con más libertad y equidad. Las condiciones de trabajo son mucho mejores: trabajo diverso, en un ambiente sano.
Miremos detenidamente las siguientes tablas, extraídas del libro Reforma Agraria en el Ecuador: Viejos Temas Nuevos Argumentos, publicado por el SIPAE:
Es decir que en el mejor de los casos, de acuerdo a estos ejemplos, la agroempresa puede dar empleo a una persona por cada dos hectáreas, con un sueldo de hasta US$ 14 por día. La agroecología familiar puede emplear en el mismo espacio a 3 personas, con un ingreso de US$ 17 por día. En consecuencia, la agroecología genera hasta US$ 25,5 en sueldos por hectárea, la agroempresa solo US$ 7.
Con la agroecología nadie puede hacerse inmensamente rico. Pero sí que se genera riqueza; lo que ocurre es que esa riqueza se reparte con más equidad en la población.
Otra de las características de la agroecología es que no se orienta a la exportación y el transporte a grandes distancias, sino que busca comercializar a nivel local. Debido a esto, colabora muy efectivamente a fortalecer la economía en su región.
Conclusiones
La desinformación existente en estos temas es en gran parte responsable de que no cambiemos el sistema alimentario actual. Mucha gente apoyaría el cambio, si tuvieran una comprensión más profunda de lo que está sucediendo. Es necesario que quienes luchamos por el verdadero progreso, el progreso hacia un mundo más justo, humano y sostenible, no nos callemos. Esperamos que los argumentos aquí presentados puedan servir para ello.
Estos argumentos no son circunstanciales. En junio de 2010, el relator de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, se basó en datos y estudios similares para declarar que la Agroecología constituye la mayor esperanza de la humanidad para enfrentar los problemas conexos del hambre y el cambio climático.
Fuente: ALLPA
Last modified: 03/11/2015