La crisis ecosocial en curso es multidimensional y poliédrica. Se trata de una crisis concomitante de varios factores, cada una de cuyas manifestaciones influye y determina al resto. No cabe hacer una disección anatómica de las partes para atajar el mal de cada una de ellas, sino que es preciso abordar la fisiología de conjunto pues se produce una interactuación que invalida cualquier intento de abordaje parcial de forma separada. En definitiva, no se puede comprender la crisis ecológica al margen de la crisis sistémica del capital y viceversa porque no hay posibilidad de justicia social sin, por ejemplo, atajar el abismo climático. Y si la realidad es dialéctica, las respuestas también deberán serlo, por lo que no basta la repetición de viejos mantras y falsas soluciones.
La biosfera está mutando de forma acelerada, de manera que las condiciones de existencia y reproducción de las diferentes formas de vida se ven amenazadas como consecuencia de la actividad productiva y consuntiva vigente. Actividad disruptiva de los ciclos naturales físicos, bioquímicos y geológicos en una dinámica de translimitación sin tino. El calentamiento del clima, la pérdida de biodiversidad, las alteraciones del ciclo del nitrógeno y otras muchas preocupantes derivas son el resultado de la lógica-ilógica del modelo productivo (en el amplio sentido del término: extracción, transporte, insumos energéticos fósiles, producción sucia y generalizada de mercancías, etc.) generado por el modo de producción capitalista. A ello se suma la finitud de recursos fósiles (carbón, gas, petróleo…) que amenaza la viabilidad del modelo energético que sustenta el funcionamiento de la producción capitalista, el comercio mundial y gran parte de los servicios necesarios para mantener la vida humana.
Por otro lado, podemos constatar que el capitalismo —pese a que no tiene actualmente enfrente un adversario capaz de enterrarle y se ha impuesto en todos los confines de la Tierra— tiene crisis recurrentes. Su funcionamiento está ligado a convulsiones y tensiones permanentes tanto en el ámbito del estado-nación como en el plano internacional. Y en este punto cabe dar cuenta de un viejo debate que la realidad zanjó, pero que tiene interés traer a colación.
Desde hace décadas viene discutiéndose, tanto entre marxistas como con otras escuelas económicas, si las crisis capitalistas tienen su origen en el subconsumo o en la sobreproducción de mercancías. Aparentemente puede parecer un debate entre teóricos sin mayor repercusión, pero no es así. Dependiendo del punto de vista que se adopte habrá una comprensión distinta del capitalismo y podrá dar pie a una orientación u otra en el terreno de las soluciones. Tanto si se plantean para dar alas a la recuperación capitalista —como es el caso de John Maynard Keynes— como quienes quieren combatirlo —como es el caso de Paul Malor Sweezy—.
Este último desarrolló las teorías de Otto Bauer quien, a partir de los esquemas de reproducción de Marx, había intentado ofrecer una compleja y sofisticada explicación subconsumista de las crisis capitalistas en la línea de las ofrecidas por Kautsky, por un lado, y Keynes, por otro. Para Sweezy son crisis periódicas ligadas a las crisis de realización de la plusvalía que una vez producida permanece cristalizada en mercancías invendibles por la desproporción entre la capacidad de producción respecto a la de adquisición para el consumo. Intentó formular numéricamente sus concepciones sobre las crisis de desproporcionalidad mediante modelos algebraicos que realmente resultaron meras peticiones de principio.
Ernest Mandel planteó que esta concepción puede explicar la sobreproducción, pero no las crisis, porque no incluye de forma correcta en el razonamiento el funcionamiento del esquema de reproducción de Marx y las relaciones existentes entre el Sector I, medios de producción (cuya variación Sweezy obvia) y el II, bienes de consumo. Para Sweezy la demanda de mercancías del Sector II, dada la tasa de plusvalía ascendente y la creciente composición orgánica del capital, aumenta más despacio que la demanda de mercancías del Sector I. Lo que lleva a la crisis ya que no hay cambios en la proporción del valor de la producción o de la capacidad productiva entre ambos sectores. El error de fondo de Sweezy y del resto de los subconsumistas es considerar constante la proporción técnica entre el crecimiento de la producción en el Sector I y la capacidad productiva del Sector II, lo que los lleva a considerar que hay una masa de medios de producción no utilizada, o lo que es lo mismo unos bienes producidos (o producibles) y sin compradores posibles. Años más tarde, en 1974, en Algunos problemas en la teoría de la acumulación del capital, Sweezy afirmó (de forma inexplicable para mí y contra toda lógica realista) que durante el siglo XX no ha habido un incremento a largo plazo de la composición orgánica del capital, sino incluso que tendió a decrecer.
Conclusión: el capitalismo tiene un imperativo interno del que no puede escapar; necesita expandirse continuamente. El trabajo objetivado —en expresión de Marx— compuesto por mercancías, dinero y medios de producción sólo puede reproducirse como capital si permanentemente y sin cesar amplía la producción y el intercambio. Ello lleva a los capitalistas a una búsqueda incesante de nuevos mercados y a convertir el mundo en un mercado global en disputa. Ésa es la base de la globalización de la economía, pero también del recrudecimiento de la competencia intercapitalista e interimperialista. El capitalismo triunfante, por tanto, tiene un mal endémico: se basa en la generación sin límites de mercancías/valores de cambio, espoleado por la necesidad de conseguir la máxima rentabilidad, y en un contexto en el que no logra atajar la secular tendencia a la baja de la cuota de ganancia.
Ésa es la causa de que el neoliberalismo —que tiene en sus genes el ordeno y mando autoritario de Thatcher, del asesino Pinochet y de su inspirador, el cínico Hayek— haya intensificado la presión contra las y los asalariados mediante una desregulación que atenta contra las conquistas sociales y derechos obtenidos y paralelamente ha multiplicado la explotación de la naturaleza (tanto en los mares, como en lo que fueron bosques y selvas, como en actividades extractivistas). Todo ello comporta y se correlaciona con el recorte de libertades y derechos democráticos que puedan ser un obstáculo para la obtención de lucro. Basta mirar el mapa político de nuestra Tierra para ver que las dictaduras y regímenes autoritarios manchan la mayor parte de su superficie.
Las tensiones no paran de crecer en la economía mundial, donde las diferentes potencias imperialistas —sean planetarias, sean regionales— compiten entre sí por los mercados, las tierras y los recursos para lograr la hegemonía en las relaciones económicas internacionales en su espacio de actuación. El actual rol internacional de China, su nueva Ruta de la seda, su creciente peso en África, América del sur y Asia son indicadores de que los viejos equilibrios de 1945 se han modificado. Por su parte, la dirigencia rusa intenta reeditar el viejo imperio creando de nuevo una suerte de glacis defensivo y político con los países limítrofes, a la par que ha comenzado a tomar posiciones en África. Desde que fracasó la versión edulcorada de la globalización feliz (win-win for everyone) se ha agudizado la competencia interimperialista. Estados Unidos sigue siendo el hegemón… en declive que no está dispuesto a ceder su plaza. Basta ver el nuevo concepto estratégico aprobado por la OTAN en su reunión en Madrid en julio de 2022: los enemigos potenciales en lo económico y en el plano militar de los Estados Unidos se declaran como como adversarios del conjunto de países que conforman la Alianza Atlántica. Hoy centran sus esfuerzos en la guerra de Ucrania (en la que se desangra el pueblo ucraniano tras la execrable invasión de Putin) que de forma creciente se está convirtiendo en una guerra estadounidense por procuración (y en menor medida, dado que tienen menor peso, británica y de las potencias europeas) contra Rusia. El genocidio perpetrado en Gaza por el Estado sionista israelí realizado con la complicidad de los gobiernos de EE UU, Reino Unido y Alemania -y en menor medida también por los gobiernos de otros países occidentales– es buena muestra de la necesidad de los países imperialistas del oeste de disponer de una base militar avanzada en el corazón de Oriente Medio. Ello explica la protección irracional de los desmanes criminales del gobierno Netanyahu, la continuidad en el comercio en general y de armas en particular y el intercambio de información estratégica. El gobierno español de Sánchez que hizo gestos simbólicos a favor de Palestina sin repercusión práctica de momento, no ha roto relaciones comerciales y sigue vendiendo Y en ese contexto, la Unión Europea es de forma creciente un actor secundario que actúa como comparsa de los Estados Unidos con su principal economía, la alemana, en almoneda. La UE se parece cada vez más bien a don Nicanor tocando el tambor en la plaza del pueblo cuando emplea grandes palabras, bien a don Tancredo esperando la embestida del toro cuando llegan los problemas.
No se puede explicar la creciente tensión bélica regional e internacional, así como la rápida militarización de los presupuestos gubernamentales (y los discursos) o el resurgir de la industria armamentística, si no se tiene en cuenta esa exacerbación de la competencia en los mercados mundiales, la intensificación del extractivismo de naturaleza neocolonial y la pugna por los minerales estratégicos (sea para la producción de vehículos eléctricos o armas de vieja o última generación, sea para alimentar el monstruo de la economía digital y la inteligencia artificial). Ninguna región del planeta se libra de su zona de tensión: Oriente Medio, Mar de China o el Sahel son buena muestra de ello. Como tampoco se puede explicar la secuencia de ecocidios en los cinco continentes y en todos los mares si no se vinculan a ese recrudecimiento de la competencia inter-capitalista e interimperialista que una vez más pone de manifiesto que la economía armamentística —especialmente tras la Segunda Guerra Mundial— es un elemento constitutivo y permanente del imperialismo en cualquiera de sus modalidades, geografías y tiempos.
El cambio climático, el empobrecimiento de las tierras, el acaparamiento de los territorios más fértiles por parte de las oligarquías y diversas injustas situaciones, junto a la pérdida de peso de los salarios en las economías de cada país y el abandono y deterioro de servicios básicos (sanidad, enseñanza, agua…) por parte de los estados neoliberales, han generado, un aumento de la desigualdad entre individuos —como contempla Thomas Piketty— pero sobre todo una mayor distancia en el acceso al ingreso, los bienes y la riqueza entre países, clases sociales, comunidades y pueblos, y entre hombres y mujeres, “blancos” y gentes racializadas.
Y todo ello exige la existencia de gobiernos liberticidas que impongan las mordazas y las agresiones, tal y como más arriba se apuntaba. No se puede disociar lo que Nancy Fraser, Zygmunt Bauman o Bruno Latour, entre otros, denominan como el Gran Retroceso (o términos similares) que representa la nueva oleada de políticos de extrema derecha o de derecha extrema que están cercenando las bases mínimas de la democracia, incluyendo la ya de por sí muy recortada existente en las instituciones democráticas burguesas. Por otro lado, a la vista de la inoperancia de Naciones Unidas ante conflictos como el de la invasión, saqueo y apartheid practicado en Palestina por el Estado sionista israelí, la arquitectura internacional surgida tras la Segunda Guerra Mundial se muestra, una vez más, inoperante y da muestras de una crisis muy profunda. Y desgraciadamente, por el momento, no se cumple la esperanza expresada en 2011 por Ulrich Beck al afirmar que cuando el orden mundial se desmorona, la gente empieza a pensar.
Podemos hacer el diagnóstico de nuestro tiempo a la luz de lo anterior. Vivimos en un sistema basado en la desigualdad y en la explotación humana y el expolio de la naturaleza. Un sistema donde se han dañado diversos equilibrios de la biosfera por atentados contra los límites en la capacidad de suministro de recursos y en los de carga, por ejemplo, en el caso de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Un sistema caracterizado por dos crisis concomitantes: la social y la ecológica que configuran ya una crisis civilizatoria.
Por: Manuel Garí. Economista, perteneció al Frente de Liberación Popular (FLP) y posteriormente formó parte de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), de Izquierda Alternativa y, en la actualidad, de Espacio Alternativo. Es miembro de la Redacción y del Consejo Asesor de la revista Viento Sur.
Last modified: 04/09/2024