El sistema agroalimentario mundial, controlado por poco más de veinte transnacionales y que según la FAO solo produce el 30% de los alimentos en el mundo, principalmente altamente procesados, está hoy considerado como el responsable de más de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero, producidas por los seres humanos. Asimismo, este sistema tiene un papel fundamental en la destrucción de los bosques, de la biodiversidad agrícola y en la crisis alimentaria global, que afecta a millones de personas en el planeta. Sobre este último rasgo que define al sistema agroalimentario, existen abundantes señales que expresan con claridad, la profunda crisis en que se encuentra.
Una de esas señales tuvo lugar en Estados Unidos, cuando en agosto de 2010 huevos de las marcas Lucerne, Albertson, Mountain Dairy y otras, fueron reportadas como contaminadas por la bacteria Salmonella. Casi 400 millones de huevos de dos granjas avícolas, Wright County Egg y Hillandale Farms, debieron ser retirados del mercado luego que cientos de personas enfermaran en varios estados de ese país debido a su consumo.
En ese mismo año en varias provincias chinas se encontraron grandes toneladas de leche en polvo contaminada, con niveles excesivos del tóxico industrial melamina, que algunos fabricantes inescrupulosos de lácteos lo agregaban para que mostraran porcentajes de proteínas, superior a los que en realidad contenían. Ya dos años atrás una práctica similar por otras empresas chinas, había causado la muerte de muchos bebés y afectado gravemente la salud de más de un cuarto de millón de ellos.
En Europa entre mayo y junio del 2011, se detectó la aparición de una nueva cepa de la bacteria Escherichia colienterohemorrágica O104:H4, que causó la muerte a más de cuarenta alemanes de la ciudad de Hamburgo y enfermó a miles de personas, incluyendo a ciudadanos de otros países europeos, incluyendo a algunos estadounidenses que habían estado de visita en Alemania. Al principio se creyó que el brote era causado por el consumo crudo de pepinos orgánicos españoles, sin embargo, más tarde desde centros de investigación alemanes, se aseguraba haber encontrado su origen en tomates, lechuga, leche, carnes y hasta en agua embotellada.
Cuando esta situación ya les había provocado grandes pérdidas económicas a los agricultores españoles principalmente, unas semillas de la planta fenogreco o alholva, perteneciente a la familia de las fabáceas e importadas de Egipto, vinieron a ser, según el Instituto Robert Koch de Alemania, la causa más probable de esta enfermedad. También aparecía después una compañía inglesa “Thomson & Morgan”, aceptando que cuatro de las semillas que vendían estaban relacionadas con este brote.
Lo ocurrido en esta ocasión en Alemania no debe extrañar a casi nadie, ya que la industria alimenticia suele utilizar masivamente, diferentes cepas de las bacterias del grupo Escherichia coli, lo que sin duda puede contribuir a que se promuevan con mayor facilidad, mutaciones y resistencias de estos microorganismos a diferentes tratamientos, entre ellos a los antibióticos. Ya se sabía desde el 2006 que un grupo de científicos británicos habían descubierto en este grupo de bacterias el gen NDM-1, que no solo era capaz de transferirse a gran velocidad a otras bacterias, sino que les confería a las mismas la capacidad de hacerlas sumamente resistentes a los antibióticos más utilizados.
Aunque la mayoría de las cepas de E. coli son inocuas, se encuentran en el tracto gastrointestinal de los mamíferos (animales y seres humanos) y son esenciales para la salud, esta nueva cepa detectada de E. coli en Alemania, que presentaba una fuerte resistencia a los antibióticos más potentes conocidos por el hombre, estaba afectando principalmente a mujeres adultas con síntomas como diarreas con sangre, vómitos, palidez, calambres estomacales muy severos y el poco común Síndrome Hemolítico Urémico, que podía conducir a la muerte por los daños muy graves que causaba a la sangre, riñones y hasta el cerebro de las personas enfermas.
No obstante, la aparición de esta extraña cepa en alimentos de consumo para humanos en Europa, parecía responder más bien a una manipulación por ingeniería genética, ya que nadie hasta el momento ha podido explicar cómo de pronto aparece en los alimentos y manifiesta ser resistente a doce antibióticos de ocho clases diferentes, entre ellos la penicilina, la tetraciclina, amoxicilina y otros; condición que solo se adquiere si la bacteria es expuesta durante su desarrollo de manera repetida y sostenida, a la acción de los antibióticos uno por uno.
Un proceso de selección genética como éste, no puede ocurrir de manera natural o como una simple mutación espontánea, solo es posible realizarlo en laboratorios altamente especializados, como los que tienen las grandes empresas farmacéuticas y algunos países desarrollados. De todos modos, si fuera posible que ocurriera de forma natural y al azar, la humanidad se enfrentaría a un gran problema: en cualquier momento y en un día cualquiera, podría aparecer un super microorganismo de efectos altamente mortales.
La Listeria monocytogenes identifica a un grupo de bacterias que se encuentran en el agua y la tierra que causan la listeriosis, una infección grave que se adquiere por el consumo de alimentos contaminados como carnes no cocinadas o poco cocinadas, vegetales crudos, leche y derivados lácteos sin pasteurizar, entre otras fuentes de transmisión. Esta bacteria obligó entre septiembre y octubre del 2011 a la empresa True Leaf Farms de California, retirar voluntariamente 90 empaques de lechuga romana bajo la sospecha de estar contaminada con este patógeno. Antes de este retiro ya se habían producido 13 muertos y 72 infecciones en 18 estados estadounidenses, como resultado del consumo de melones cultivados en Colorado, que estaban contaminados con la listeria.
Fipronil, un plaguicida antiparasitario para mascotas y nocivo para uso de animales destinados al consumo humano, fue encontrado a principios de agosto del 2017, en huevos comercializados en varias granjas avícolas de Holanda y Bélgica. En ese momento se sospechó que este plaguicida podría estar presente también en productos derivados del huevo, como salsas y mayonesas. Ese año millones de huevos debieron ser retirados de las cadenas comercializadoras de casi todos los países europeos, incluyendo comercios de Hong Kong.
Mientras un año después, exactamente a mediados de diciembre del 2018, 64,242 cajas de Fiesta Corn, un producto sazonado con pimentones rojos y verdes de la empresa estadounidense Del Monte Foods, Inc., fueron retiradas del mercado por “fallas en su proceso de manufactura”. Según el comunicado de esta empresa donde explica lo sucedido, las cajas de Fiesta Corn contaminadas con organismos o patógenos cuyo consumo puede causar la muerte, fueron enviadas a 25 estados de los Estados Unidos y 12 destinos internacionales, entre ellos, Panamá.
También en diciembre del 2018 se retiraron del mercado europeo, más de 7000 toneladas de una leche infantil producida por la compañía francesa Lactalis, que se comercializaba en más de sesenta países bajo las marcas Milumel, Picot y Taranis, que habían sido producidas por esta compañía en su planta ubicada en la comuna francesa de Craon. La razón: se sospechaba que estaban contaminadas por la bacteria del género Salmonella. Más tarde en España, también se retiraron lotes de leche infantil de las marcas Damira, Sanutri y Puleva, que habían sido fabricadas en la misma planta francesa. Más de medio centenar de menores de entre cero a seis meses tanto en Francia como en España, fueron intoxicados por Salmonelosis con síntomas de diarreas, vómitos y fiebre. En la Unión Europea la Salmonelosis está considerada la principal enfermedad de transmisión alimentaria, con una tasa de más de cien mil casos por año, que son provocados por el consumo de huevos, leche, pescados y mariscos.
En la historia del sistema sanitario mundial también se encuentran registrados muchísimos hechos, que demuestran que para las grandes empresas farmacéuticas, el afán desmedido del lucro prevalece por encima de las preocupaciones y los efectos adversos, que puedan causar los productos que fabrican. Asimismo, en la gran mayoría de estos casos, se pone también de manifiesto la gran debilidad y la poca confianza y credibilidad que transmiten las instituciones estatales y mundiales, responsables por velar sobre la eficacia, seguridad y utilidad de los productos que se comercializan, destinados para la alimentación y salud de las personas. Esto todavía es más alarmante cuando sabemos que la industria farmacéutica gasta más recursos en publicidad y propaganda, que en investigación y desarrollo de nuevos medicamentos; y más del 90% de su presupuesto, está destinado a las dolencias que solo padecen el 10% de la población mundial, que son a su vez, las más lucrativas.
Uno de los primeros hechos que estremecieron a la medicina moderna fue cuando la talidomida, fármaco de uso libre y muy popular en su tiempo, que también se comercializaba bajos los nombres de Imidan, Varian, Gluto Naftil y que era producido por la farmacéutica alemana Grünenthal, fue usado a finales de la década del 50 y principios del 60 por mujeres, como un calmante contra las náuseas propias del embarazo. Grünenthal se vio obligada a retirarla del mercado cuando se asociara su consumo, con el nacimiento de miles de bebés que nacieron con focomelia, una anomalía congénita caracterizada por la ausencia completa de extremidades o con el desarrollo de piernas y brazos más cortos. Demandas e indemnizaciones duran hasta hoy.
En el período entre 1997 y el 2001, la empresa farmacéutica Bayer comercializó un producto contra el colesterol para prevenir la aparición de enfermedades cardiovasculares, llamado Lipobay, que se consideró responsable directo de la muerte de más de cien personas, sobre todo en los Estados Unidos donde se vendía bajo el nombre de Baycol. Como en tanto otros casos similares, Bayer tuvo que enfrentar cientos de demandas y acuerdos extrajudiciales que les ocasionaron millonarias pérdidas económicas. El principal efecto adverso que se le reconoció a Lipobay o Cerivastatina, fue insuficiencia renal de las personas que usaban este anticolesterol. Muchos demandantes aseguraban que la empresa farmacéutica conocía desde mucho antes del 2001, los daños graves a la salud que su producto causaba.
Merck & Co., una empresa farmacéutica estadounidense, en 1999 empezó a comercializar con gran éxito su analgésico de última generación llamado Vioxx, como la alternativa más segura y eficaz a los antiinflamatorios no esteroides que causaban hemorragias gastrointestinales. Vioxx proporcionaba anualmente a Merck & Co. la suma de unos 2,000 millones de dólares en ingresos. Sin embargo, a fines de septiembre de 2004 se vio obligada a retirarlo, luego que casi desde su ingreso al mercado, se comenzó a sospechar que su principio activo rofecoxib, estaba fuertemente vinculado con el riesgo de los consumidores de sufrir enfermedades cardiovasculares.
En julio del 2022, 66 niños en Gambia murieron por trastornos renales agudos, provocados con el consumo de cuatro jarabes para la tos producidos por el fabricante indio Maiden Pharmaceuticals. Las pruebas de laboratorio encontraron cantidades tóxicas de dietilenglicol y etilenglicol en los jarabes Prometazina, Kofexmalin, Makoff y Magrip N, que esos niños consumieron.
Desde hace algún tiempo se considera que resulta muy importante para la salud pública, realizar todas las acciones necesarias para reducir los niveles de contaminación con dioxinas, furanos y policlorobifenilos (PCB), en los piensos que consumen los animales y en los alimentos para los humanos. Una de estas sustancias que más preocupación levanta son las dioxinas, que aunque pueden ser originadas en procesos naturales como incendios forestales, erupciones volcánicas o combustión de hidrocarburos y productos clorados en presencia de oxígeno, no es sino con la llegada de la industrialización, donde debido a empresas relacionadas con el cloro, el plástico, la fabricación de cemento, la incineración de residuos y otras, los niveles de acumulación de dioxinas fueron aumentando su toxicidad.
Las dioxinas suelen también encontrarse en la alimentación, con mayor frecuencia en la leche, carne y sus derivados, aceites, grasas y pescados, por lo que sería una tarea muy difícil tratar de determinar la cantidad diaria de dioxinas que ingerimos; aquí lo más recomendable sería, pasar a adoptar una alimentación variada que reduzca a mínimos tolerables las dioxinas que ingresan en nuestros cuerpos.
Ellas son contaminantes ambientales que forman parte de lo contaminantes orgánicos persistentes y sus efectos nocivos sobre la salud de las personas y los animales, que han sido reportados desde hace más de medio siglo está relacionado por su concentración en las grasas. Se les acusa de ser causantes de malformaciones genéticas. La dioxina más tóxica identificada de más de 400 compuestos relacionados es la TCDD. Entre algunos de los casos más relevantes ocurridos con esta sustancia, se encuentra el del año 1963 cuando millones de pollos en los Estados Unidos, fueron intoxicados con pentaclorofenol e impurezas de dioxinas, que se hallaban en una grasa comestible. Así también las dioxinas aparecen en la guerra de Vietnam en el llamado “agente naranja”, defoliante muy usado por el Ejército de Estados Unidos para deforestar las selvas vietnamitas y fabricado por la empresa Monsanto y Dow Chemical.
Otro caso donde las dioxinas fueron las protagonistas, tuvo lugar en el año 1976 en una empresa italiana que fabricaba desinfectantes; por accidente se liberó una nube tóxica que contenía dioxinas en cantidades excesivas y durante muchos años afectó a los animales y a la población del municipio italiano de Seveso, al norte de la ciudad de Milán. En 1997 en Estados Unidos se encontraron pollos y huevos contaminados, luego que los animales consumieran piensos que contenían una arcilla llamada bentonita; un año después en Alemania, aparecía leche contaminada con pienso elaborado con pulpa de cítricos traído de Brasil. Más tarde en el 2004 en Países Bajos se detectó también leche contaminada, esta vez con altos niveles de dioxina y dos años después allí mismo, se descubrió pienso con dioxinas de grasas contaminadas.
Más de un centenar de personas en Kenia en el 2004, murieron por aflatoxicosis, como resultado de haber consumido maíz contaminado por una cepa venenosa del hongo Aspergillus flavus. Algunos hongos del género Aspergillus que son los que producen estas toxinas, lo hacen en muchos cultivos, entre ellos el maíz, algodón, arroz, higos, maní. Lo curioso en este caso, es que la cepa que identificaron los investigadores en Kenia que causara las muertes, no era conocida en África y fue denominada por ellos como cepa “S”. Mientras tanto, a principios del año siguiente en Venezuela cientos de mascotas murieron por intoxicación hepática, luego que consumieran alimentos de la marca Purina-Nestlé, donde el maíz utilizado en su preparación, estaba contaminado por hongos Aspergillusproductores de aflatoxinas, que en cantidades excesivas son capaces de provocar problemas en el hígado, el sistema inmunológico, vómitos, edema pulmonar y causar hasta cáncer.
Las aflatoxinas son las micotoxinas más conocidas producidas por los hongos Aspergillus flavus o Aspergillus parasiticus, que suelen encontrarse tanto en alimentos como en piensos durante la fase de desarrollo de los cultivos en el campo y cuyo nivel de contaminación variará en función de determinadas condiciones ambientales, las prácticas agronómicas, las características de las instalaciones que favorezcan o no la invasión del hongo antes de la cosecha, almacenaje y procesado. Otro ejemplo de la toxicidad de las aflatoxinas ocurrió en Inglaterra en los años 60, cuando miles de pavos jóvenes de granjas murieron por la ingesta de un pienso hecho a base de maní brasileño y el hongo causante se identificó como Aspergillus flavus. De allí la importancia que tanto los animales como los seres humanos, se mantengan a niveles de exposición muy bajos a las aflatoxinas.
Todos estos episodios (que no son los únicos), solo sirven para demostrarnos que el sistema agroindustrial y la industria alimenticia de la que forma parte -que se ha impuesto en el mundo gracias a una serie de mecanismos de presión política, económica, militar y publicitaria- no son capaces de ni de ocultar ni mucho menos superar, las graves deficiencias que tienen sus controles sanitarios en el manejo de los alimentos que producen, tanto para consumo humano como animal.
No hay duda, por tanto, que para evitar la contaminación de los alimentos es necesario que desde el mismo origen, se establecen medidas efectivas de vigilancia y control durante los procesos de producción, procesamiento, distribución y venta de los alimentos. Es necesario mejorar sustancialmente la evaluación de riesgos de seguridad de los productos alimenticios, revisar o desistir del uso de ingredientes no comestibles y el abuso de aditivos, algunos hasta prohibidos en los procesos de elaboración de alimentos, cuyos efectos son, en la mayoría de los casos, totalmente desconocidos.
Por: Pedro Rivera Ramos. Investigador panameño
Ilustración: Alex Falcó Chang
Last modified: 04/03/2023