El 8 de enero de 2023, grandes multitudes, vistiendo los colores de la bandera brasileña, descendieron sobre la capital del país, Brasilia. Invadieron el edificio federal y el Tribunal Supremo y destrozaron la propiedad pública. Este ataque era, en cierta forma, esperable, ya que los invasores llevaban días convocando – vía redes sociales – a “manifestaciones de fin de semana”. El 1 de enero, Luiz Inácio Lula da Silva se juramentó como presidente. Durante la toma de posesión, no hubo protestas. Fue como si los vándalos hubieran esperado que la ciudad estuviera tranquila y que el propio Lula hubiera salido de ella. A pesar de toda la fanfarronería del ataque, fue un acto de extrema cobardía.
El hombre al que Lula derrotó – el ex presidente Jair Bolsonaro – no estaba cerca de Brasilia. Ni siquiera estaba en Brasil. Huyó antes de la toma de posesión – para escapar de la justicia, presumiblemente – a Orlando, Florida, en Estados Unidos. Aunque Bolsonaro no estuviera en Brasilia, los bolsonaristas
(como se conoce a sus partidarios) estaban por todas partes. Antes de que Bolsonaro perdiera las elecciones el 30 de octubre de 2022, Le Monde Diplomatique Brasil sugirió que Brasil iba a ver el “Bolsonarismo sin Bolsonaro”. El partido político con el bloque más grande en la Cámara de Diputados y el Senado es el Partido Liberal (de extrema derecha), que sirvió como vehículo político de Bolsonaro durante su presidencia. La marca tóxica de la derecha permanece tanto en los órganos electos como en las redes sociales.
Los dos hombres responsables de la seguridad pública en Brasilia – Anderson Torres, secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, e Ibaneis Rocha, gobernador del Distrito Federal – son cercanos a Bolsonaro. Torres era ministro del Gobierno de Bolsonaro y estaba de vacaciones en Orlando durante el ataque; mientras que Rocha se tomó esa tarde libre, señal de que no quería estar en su escritorio mientras transcurrían los hechos. Por su complicidad en el atentado, Torres fue destituido, y Rocha ha sido suspendido. El Gobierno federal se ha hecho cargo de la seguridad, y miles de “nazis fanáticos”, como los llamó Lula, han sido detenidos.
Los eslóganes y pancartas que invadieron Brasilia no eran tanto sobre Bolsonaro como sobre el odio contra Lula y el potencial de su gobierno pro-pueblo. Los grandes sectores empresariales – principalmente el agroindustrial – están furiosos con las reformas propuestas por Lula. Este ataque fue en parte el resultado de la frustración acumulada de la gente a la que se ha hecho creer que Lula es un criminal – lo que los tribunales han demostrado que es falso – y en parte es una advertencia de las élites brasileñas. El carácter variopinto del ataque recuerda al perpetrado el 6 de enero de 2021 contra el Capitolio de Estados Unidos por partidarios del ex presidente estadounidense Donald Trump. Las ilusiones sobre los peligros de un presidente estadounidense comunista, Joe Biden, o de un Lula comunista, parecen haber enmascarado la animadversión de las élites incluso al más leve retroceso de la austeridad neoliberal.
Este artículo fue producido para Globetrotter.
Por: Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. También es miembro senior no-residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Sus últimos libros son Struggle Makes Us Human: Learning from Movements for Socialism y The Withdrawal: Iraq, Libya, Afghanistan, and the Fragility of U.S. Power (con Noam Chomsky).
Foto de portada: Marcelo Camargo / Agência Brasil
Last modified: 14/01/2023