Parada en su maizal en el estado de Chiapas, rodeada por montañas y selvas secas, María Luisa Gordillo Mendoza parece preocupada. “Dijeron que éramos unos cerdos por sembrar así”, dice de la reacción de otros agricultores ante sus campos cubiertos con hojas de maíz y salpicados de palos larguiruchos.
Sin embargo, el poco ortodoxo método de siembra de Mendoza en Chiapas, en el sureste de México, está ganando reconocimiento por restaurar la salud de los suelos, además de generar más dinero para los agricultores, sumando tierra para la conservación y almacenando carbono en el terreno.
Tradicionalmente, dice Mendoza, los productores de la región limpiaban sus campos al prepararlos para plantar, quemando los rastrojos que quedaban en el suelo y rociando agroquímicos: herbicidas para matar las hierbas y fertilizantes para mejorar los cultivos.
“Mi papá me enseñó lo mismo —dice Mendoza a Mongabay—, pero mi parcela se hizo muy pobre, tan pobre que se puso arenosa y dura, así que el maíz, si acaso crecía, no daba mucho”.
La caída en la productividad del terreno de Mendoza refleja una tendencia mayor en el Corredor Seco de América Central, la región de bosque tropical seco que va de Chiapas a Panamá. Ahí las cosechas escasas y la alta inseguridad alimentaria, vinculadas con el cambio climático y con la degradación del suelo, son algunos de los principales impulsores de la deforestación, según un informe de 2019.
Mendoza afirma que en un año con buenas lluvias cosecharía a lo mejor 2.5 toneladas por hectárea. Algunas veces las secas terminaron con toda la cosecha de su padre, recuerda, obligando a la familia a sobrevivir buscando plátanos y fruta de pan, un producto que usaban los mayas antiguos. Estos días, sin embargo, con asistencia técnica y trabajando para mejorar la salud de los suelos, sus cosechas de maíz han aumentado hasta 8.5 toneladas por hectárea.
“Por el subsuelo hoy hay agua suficiente ahí abajo inclusive tras cuarenta días de sequía”, dice Mendoza señalando sus campos salpicados de verde.
Estudios en campo
“El maíz en particular es uno de los productos más dañinos para los recursos naturales, principalmente por su manejo y porque algunos programas de gobierno han animado la destrucción de los recursos naturales”, dice Walter López Báez, coordinador en Chiapas y director de vinculación del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) del gobierno mexicano.
Báez, que ha trabajado con agricultores en la región por más de treinta años, cuenta a Mongabay que, aunque la productividad de las cosechas inicialmente aumentó después de que en los años cuarente se impulsó la Revolución verde en México —un modelo productivo que promovía variedades de alta productividad y el uso de fertilizantes y pesticidas químicos—, las cosechas empezaron a caer hace unos veinte años, a pesar del uso intensivo y continuado de agroquímicos.
En 2010 el INIFAP trabajó con The Nature Conservancy (TNC) para analizar 300 parcelas en Chiapas —entre ellas la de Mendoza— y encontraron que los suelos tenían altos niveles de acidez y de aluminio, que les faltaban nutrientes y que estaban altamente compactados por los tractores. Esto implicaba que las raíces no podían ir hondo, creando problemas de drenaje. Todos ello, según Báez, signos de un mal manejo del suelo.
“Los productores decían que el suelo estaba cansado”, dice Báez. “Es agricultura extractiva en la que no le devuelves nada al suelo, a diferencia de lo que pasa en los bosques”.
Con base en investigaciones en Guatemala y Honduras, el equipo empezó a experimentar con la siembra intercalada de maíz con especies que ayudan a los suelos a recuperarse, concentrándose en dos de ellas que son clave: la legumbre rastrera canavalia —conocida en el sureste de México como frijol espada— y la guama (Inga edulis), un árbol leguminoso.
Esta práctica es parte de la agroforestería, un sistema agrícola que combina los árboles con el cultivo de productos agrícolas y la cría de ganado, que no solamente produce alimentos, sino que sostiene la biodiversidad, acumula contenidos orgánicos en los suelos, aumenta los niveles de agua y captura carbono de la atmósfera.
Tanto la guama como la canavalia son parte de la familia de las fabáceas, de los frijoles, y como tales tienen raíces que fijan nitrógeno en el suelo. También crecen con rapidez, haciéndolas una “fábrica permanente de biomasa”, ofreciendo cobertura orgánica en la superficie del terreno que mantiene la humedad del suelo, rompe los nutrientes para otras plantas y previene el crecimiento de malezas, reduciendo con ello la necesidad de herbicidas.
Investigaciones muestran que usar métodos tradicionales llevó a una cosecha promedio de 3.5 toneladas por hectáreas, con una inversión de alrededor de 17,000 pesos (unos 865 dólares) por hectárea, según dijo Báez a Mongabay. Sin embargo, una inversión adicional de entre 6,000 y 9,500 pesos (312 y 480 dólares) por hectárea podría llevar las cosechas a hasta siete toneladas por hectárea en el primer año y mantener ese nivel constante en adelante.
Si bien este aumento en los ingresos es importante para los productores, Báez dice que también tiene beneficios comunitarios mayores: aumenta la disponibilidad de agua, reduce las partículas que flotan en el aire y salen de los incendios y capturan más carbono de la atmósfera. Adicionalmente, el INIFAP encontró que los métodos regenerativos alivian los suelos compactados, permitiendo que la humedad penetre más hondo en el suelo inclusive durante las sequías.
Conectando producción y conservación
“En un bosque hay mucha biodiversidad y, sin embargo, no hay fertilización química, no hay control, no hay uso de insecticidas ni de herbicidas, y el bosque es súper productivo y resiliente”, dice Alejandro Hernández, coordinador de TNC en Chiapas, alguien que ha trabajado en temas de conservación con comunidades en la región por más de cuarenta años. “Estamos copiando el modelo del bosque y aplicándolo usando sistemas agroforestales”.
Chiapas es el segundo estado más biodiverso de México y aporta el 30% del agua dulce del país, de forma que usar la agroforestería aquí se hace igualmente importante, según cuenta Hernández a Mongabay. Apunta que las emisiones de gases de efecto invernadero en el norte industrializado de México vienen principalmente de la industria y vehículos automotores, mientras que en el sur los principales emisores son la agricultura y la cría de ganado. En Chiapas, el 55% de los bosques del estado han sido desmontados para sembrar productos agrícolas o forrajeros.
Hernández dice que sistemas ineficientes de producción empujan a los productores y ganaderos ya sea a abandonar sus campos o a desmontar más terrenos forestales para tener tierra. Esto no resuelve el problema, dice, pues mantener estas malas prácticas solamente aumentan la necesidad de que haya más tierra después de apenas unos años, poniendo presión sobre los bosques restantes.
La solución requiere que los agricultores y ganaderos sean aliados, más que amenazas, dice Hernández. Al trabajar juntos con conservacionistas para encontrar modelos que sean económicamente atractivos para los productores, dice, los temas de seguridad hídrica y alimentaria podrían enfrentarse mientras que se puede detener la expansión agrícola hacia los bosques y restaurar los bosques perdidos.
“Creo que genera más empatía entre ambos lados, porque no estamos peleando”, dice Hernández. “Si lo hacemos bien habremos liberado para la restauración áreas en zonas marginales que no son buenas para la agricultura”.
En Chiapas TNC planean llevar a una escala masiva estos impactos a través de Visión 2030, una hoja de ruta para incorporar 2.5 millones de hectáreas de tierra a esquemas de agricultura y ganadería sustentables para 2030, además de restaurar o reforestar 1.4 millones de hectáreas de tierra. Además del maíz, el proyecto también se concentra en frijol y café, que crecen en muchas áreas del estado.
La iniciativa busca construir una amplia alianza. El fondo de cambio climático de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) aporta 340,000 dólares para el proyecto, mientras que el INIFAP aporta 150,000 dólares y TNC asegura fondos de su campaña internacional Planta mil millones de árboles.
Visión 2030 también formará parte de iniciativas más amplias por toda América Latina, como la estrategia de Agricultura y Ganadería Regenerativas, que logró restaurar cinco millones de hectáreas de suelos degradados y capturar 550 millones de toneladas de carbono en Argentina, Brasil y Colombia entre 2018 y 2020.
Las implicaciones climáticas
Un informe de la Convención de Naciones Unidas para Combatir la Desertificación muestra que la restauración de tierras puede ser una solución costeable para múltiples temas, incluyendo el cambio climático, la conservación de la biodiversidad y la migración forzada. Publicado en abril de 2022, el informe Global Land Outlook 2 anota que la salud de los suelos y la biodiversidad son las bases de las sociedades y las economías, y que más o menos 44 mil millones de dólares en productos y servicios económicos —más de la mitad del PIB global— depende en forma alta o moderada del capital natural.
“La tierra es realmente un tema que se pasa por alto, cuando probablemente debería ser el que más atención recibe, porque es donde vivimos”, dice Miriam Medel, la jefa de relaciones externas, política y defensa de la Convención, que lideró la producción del reporte. “La tierra —señala— es lo que conecta la biodiversidad y el cambio climático y los seres humanos con la naturaleza”.
Hablando con Mongabay en el lanzamiento del informe, Medel dijo que sus hallazgos mostraron que el 99 % de los recursos que los humanos usan vienen de la tierra y que el 99 % de las calorías que consumimos, inclusive si se las limitara solamente al pescado, vendrían de la tierra de una u otra forma.
El informe sobre la tierra también dice que, cuando se apoya en las políticas y regulaciones correctas, la salud mejorada del suelo puede aumentar no solamente la productividad y la biodiversidad en tierra, sino también la cantidad total de carbono capturado.
Llevar las soluciones a otra escala
La vista de suelos desnudos y de agricultores trabajando en sus campos con tanques de herbicidas en la espalda es todavía común en Chiapas, y si bien la Visión 2030 ofrece un mapa para un sistema alimentario positivo para la naturaleza en el estado, todavía queda un largo trecho por recorrer para llegar a las metas de 2030: solamente 200 hectáreas de maíz están bajo agricultura regenerativa, de las 700,000 hectáreas de producción convencional.
Con todo, más comunidades ya se unen a la iniciativa Visión 2030. En el municipio de Tiltepec el consejo comunitario decidió proteger y restaurar el total de la cuenca de 3,000 hectáreas, prohibiendo la quema de campos e implementando técnicas de agricultura regenerativa. Las cosechas aumentaron de 1.5 toneladas a cinco toneladas en el primer año. La comunidad espera pronto aumentar a ocho toneladas por hectárea.
Los eventos globales también han llevado a los productores a buscar alternativas. Los productores en Chiapas ya sentían el golpe del aumento de los precios de los fertilizantes en años recientes, del que se culpa a la crisis energética. La guerra de Rusia en Ucrania, entre dos de los principales productores de fertilizantes, ha restringido los insumos aún más, llevando a que se tripliquen los precios de los químicos en el mercado mexicano.
El valor de dejar atrás los insumos agroquímicos es cada vez más reconocido. Un estudio de 2018 en Estados Unidos mostró que los campos de maíz regenerativos generan casi el doble de utilidades que los manejados en forma convencional, en gran medida porque el cultivo de coberturas basadas en leguminosas puede reducir los costos de fertilizantes, que son en torno al 32 % de los ingresos de los campos convencionales, frente al 12 % de los campos regenerativos.
Un estudio publicado este año en la revista académica Nature Sustainability también muestra que el uso de procesos ecológicos para remplazar insumos producidos por el ser humano, como los pesticidas y fertilizantes, puede mantener o aumentar la producción de alimentos, al tiempo que reducen los costos ambientales y de insumos económicos.
“Tanto nosotros como técnicos como para ellos como productores, debemos desaprender muchas cosas”, dice Báez. “Fue muy difícil para mí dejar ir muchas cosas que aprendí en la universidad, donde nos enseñaban mucha química, y para ellos en tanto productores todo lo que aprendieron de sus padres. Estamos repensando mucho conocimiento”.
* Imagen principal: La leguminosa rastrera Canavalia y el árbol Inga edulis ayudan a agregar biomasa al suelo en el campo de Mendoza, además de aumentar la humedad del suelo y prevenir las malezas, lo que limita la necesidad de herbicidas. Imagen de Dimitri Selibas.
Fuentes:
LaCanne, C. E., & Lundgren, J. G. (2018). Regenerative agriculture: Merging farming and natural resource conservation profitably. PeerJ, 6, e4428. doi:10.7717/peerj.4428
MacLaren, C., Mead, A., van Balen, D., Claessens, L., Etana, A., de Haan, J., … Storkey, J. (2022). Long-term evidence for ecological intensification as a pathway to sustainable agriculture. Nature Sustainability. doi:10.1038/s41893-022-00911-x
Artículo original: https://news.mongabay.com/2022/08/regenerative-agriculture-in-mexico-boosts-yields-while-restoring-nature/
Publicado originalmente en Mongabay Latam
Por: Dimitri Selibas
Foto: Olmedo Carrasquilla Águila
Tomado de: desinformemonos.org
Last modified: 24/09/2022