Salí del hogar de mi hermano de faenas progresistas, hoy ausente, Eric Jaime Bell Moreno, de San Felipe, pasadas las once p.m. en momentos en que la noche se volvió día aquel 19 de diciembre, 1989, cuando el “socio canalero” dio pruebas contundentes de su poder genocida, ensañándose con los habitantes del barrio mártir de El Chorrillo y con los pobladores del país entero.
¿Para qué inició esa parafernalia genocida la bestia (666) guerrerista?
Simplemente para capturar al General Manuel Antonio Noriega, comandante jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá, quien pudo ser detenido, sin un solo disparo, porque su cuartel general estaba rodeado de bases militares norteamericanas, en el centro de la ciudad capital, o en cualquiera de sus viajes por la carretera a Colón.
Objetivos concretos tenía el imperio guerrerista para cometer esas acciones depredadoras de vidas y haciendas, no solo detener al hombre fuerte de Panamá, quien se negó a cumplir sus directrices, entre otras, apoyar la eliminación del Tratado Torrijos-Carter, suscrito el 7 de septiembre de 1977, vigente a partir de 1979, único negociado por el Canciller de la Dignidad, Juan Antonio Tack
Es necesario que los progresistas de la Patria Grande y Universal tengan presente, que la bestia (666) imperialista tenía garantizada su permanencia en nuestro territorio, porque al vencer ese documento contractual, empezó a regir, en enero de 2000, negociado por otros, el inconsulto, nefasto e ilegal tratado de neutralidad, que nos colocó, para la eternidad más uno, en la mira de quienes combaten su grosero intervencionismo en el mundo entero.
Buscaba, y lo logró con el concurso de apátridas del patio, que pedían a gritos la intervención armada, poner de rodillas al país, destruir la economía y todas las estructuras e instituciones nacionales.
Durante esa noche y en días sucesivos de una guerra inventada contra un pueblo indefenso, pero probadamente nacionalista y valiente, fui testigo del asesinato de panameños que se enfrentaban a la bestia (666) desatada, con las armas de su valor y coraje nacionalista, como un compañero de Cemento Bayano y otro amigo y colaborador hacendista.
Los recuerdos son muchos de lo ocurrido en aquellas fechas terribles, como ver cadáveres por todos lados, fosas comunes abiertas en cualquier parte, personas asesinadas sin identificar, prisioneros en su propia tierra, culpables de haber nacido en el indomable Corinto Bolivariano, cuando caserones y patios añejos también pagaron alto precio, por colocarse en medio del rayo fatal invisible.
La acumulación de gestas nacionalistas (1958, 1959 y 1964, entre otras), junto y al lado de patriotas auténticos, multiplicaron en esas fechas dolorosas el fervor y la lucha conjunta para rescatar el terruño mancillado, lo que nos hizo aliados incógnitos de combatientes pretéritos y actuales (aunque no están todos los que son, ni son todos los que están), que jamás han traicionado los ideales de una patria auténticamente libre y soberana, máxima aspiración del líder inmolado en cerro Marta, Omar Efraín Torrijos Herrera.
Sujetos alienados del patio, sin formación patriótica, ignorando claros principios constitucionales, se dieron a la tarea de denigrar y calumniar a los integrantes de los Batallones de la Dignidad y de los Comités de Defensa (Codepadis), por su accionar nacionalista, cuando era –y es- obligación hacerlo, tal como lo mandata el artículo 310 de la carta fundamental vigente, que mantiene principios de las anteriores excertas fundamentales, norma que establece expresamente:
Artículo 310: La República de Panamá no tendrá ejército. Todos los panameños están obligados a tomar las armas para defender la independencia nacional y la integridad territorial del Estado.
Los detractores llegaron al extremo de afirmar que fueron los patriotas integrantes de los Batallones de la Dignidad y Codepadis, los que promovieron el saqueo desatado en toda la ciudad. Testigo fui cuando militares invasores, después de disparar sus sofisticadas armas contra comercios, con gestos propios de gorilas adiestrados para matar, hacían señales para que personas ayunas de conciencia entraran y saquearan los locales.
Cerca de nuestra residencia, en Juan Díaz, pasaban rasantes helicópteros último modelo, que hacían disparos indiscriminados, contra todo y contra todos, porque una vecina era la secretaria de un alto ejecutivo de las Fuerzas de Defensa y un hermano suyo se iniciaba en la institución.
Ciudadanos hubo en esas fechas de insomnio, que aplaudían, a rabiar, como dóciles aliados imperialistas, a las fuerzas invasoras, les suplicaban que se quedaran e, incluso, no poca(o)s les llevaban alimentos hasta las tanquetas, para que prosiguieran la criminal faena.
Personas muchas ayunas de vergüenza en este folclórico y festivo país, a 31 años de esa masacre repetida, por el criminal intervencionismo militar, político y diplomático imperialista durante 174 años (1846-2020), siguen ofendiendo a los mártires y héroes de la lucha generacional, como cómplices voluntarios que son del amo, que todos los días les dicta pautas que cumplen dócilmente.
Esos degenerados del patio, como siervos sin voluntad, ni patriotismo, se alegran de que Panamá, contrario a la lucha de generaciones enteras, al pensamiento y acciones de verdaderos estadistas del pretérito, muy pocos, por cierto, sea parte del patio trasero del imperio neo liberal, fascista e intervencionista, y acepten sumisamente sus ilegales sanciones y sus mortales consignas, contra países hermanos, que jamás han invadido a nadie, ni tienen bases militares fuera de sus fronteras territoriales.
Vivencias necesarias que entregamos a contactos inteligentes, en merecido tributo a mártires y sobrevivientes del bestial genocidio ocurrido y latente por la ya citada espada de Damocles que nos colocaron, en este aniversario 31 de la brutal invasión imperialista de 1989.
Por: Franklin Ledezma Candanedo. (Periodista, Escritor y Poeta)
Last modified: 20/12/2020