Para que el mundo alcance la paridad entre hombres y mujeres en participación política, se requieren cerca de 107 años más. El sueño que se proyectó en 2015 para cerrar esa brecha “en 30 años” se esfumó, no por arte de magia ni por la pandemia, sino por las acciones concretas del machismo que no sólo sigue vigente, sino que aumentó, junto a la violencia de género y las formas más pedestres de regresión de derechos de las mujeres. Muchas no quieren someterse a ese árido mundo político regido y controlado por hombres.
El mundo político tradicional latinoamericano e incluso anglosajón, es un mundo donde a ellas les pasan factura desde la exclusión y “por el favor de incluirlas” en el sistema político dominante, donde rige el patriarcado partidario que les cobra alto el ingreso a la “real politik”, desde la forma en cómo deben vestir, pasando por el peligro o la burla a la independencia de sus ideas y la condena cuando no quieren participar en las reuniones extendidas, convenientemente, hasta altas horas de la noche, en muchos casos con licor.
Ni hablar del acoso laboral y sexual al que someten a muchas mujeres, adultas y jóvenes que desean ser incluidas en los espacios de decisión. Cuando por sus propios méritos suben peldaños, no les pasa lo que a los varones que nadie los señala: ellas, todas, seguro debieron “ceder o dar algo”, para escalar o ser legisladoras, candidatas, ministras, asesoras, directoras, o secretarias.
El panorama es tan desalentador que nuestra generación será, ya no la última como creímos en la década pasada, que no verá la inalcanzable paridad política. Estamos ante una realidad impuesta verticalmente desde una cultura de lo invisible, que naturaliza la brutal asimetría del espacio político, que sigue viendo a las mujeres como eslabón decorativo, de logística o para completar las cuotas en campaña electoral, no como sujetos de la acción política, como lideresas y protagonistas de su propia historia.
El 90% de los jefes de Estado y de Gobierno siguen siendo hombres y el 76% mandan en los parlamentos, es decir que la representación de las mujeres en esa esfera de poder político es minoritaria. Estos datos fueron presentados en marzo de 2019 por la Presidenta de la Asamblea General, María Fernanda Espinosa, pero la noticia pasó desapercibida.
El panorama es desalentador, pero como no se trata de hacer que se remuevan en sus asientos los lectores hombres y los líderes políticos, destacamos los avances, en especial uno, que en Latinoamérica no alcanzan a dimensionar: Lo que sucede en los Estados Unidos hoy, con esa ola participativa femenina, negra, militante y feminista llamada Kamala Harris. El miedo que la candidata demócrata a la vicepresidencia genera al mundo macho de la extrema derecha republicana y el KKK sureño, es el mismo miedo que expone el candidato presidencial Donald Trump. Es un miedo cerebro-genital que él contrarresta no con ideas, sino con insultos y vulgaridades, cuando siente que está ante una mujer con carácter a la que no puede imponerse con chantaje, dinero ni poder.
Se trata de una práctica que ya usó en 2015 contra Hilary Clinton a quien le dijo que había sido ‘vergueada’ (schlonged) por Obama, refiriéndose a la pérdida de la campaña de 2008. Esas expresiones se salen de todas las reglas electorales, son más de cantina que de tribuna electoral y no hay quién las sancione, como tampoco hubo en el Brasil de Bolsonaro.
En Estados Unidos tan sólo tres mujeres han alcanzado la nominación como candidatas vicepresidenciales, la republicana Geraldine Ferraro en 1984, representante por New York y en 2008, la también republicana Sarah Palin gobernadora de Alaska. Ambas patriarcales, machistas y tan conservadoras como Trump. Ahora estamos ante la demócrata Kamala Harris, una mujer negra y de origen asiático, ante quien el macho alfa del tuit, temeroso ante la novedad del arrollador discurso de Kamala, de su carácter cuestionador e incisivo y de su presencia decidida, resolvió arreciar la estrategia de la ofensa pública, multiplicando agravios que no usa contra los candidatos hombres, con quienes no pasa de bravuconadas sin sustento.
Trump se siente desarmado ante Kamala y jamás aceptará que ella es superior en intelecto y coraje. Dijo que fue “extraordinariamente desagradable” con su segundo nominado al Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh. Una descalificación a la persona, no una valoración crítica a sus ideas, una expresión redundante y carente de profundidad para debatir. Puede leerse como: ante mi incapacidad de argumentar contigo, descalifico tu género.
La lista de ofensas del Presidente norteamericano, a las mujeres es inmensa y no tiene comparación con mandatario alguno en el mundo y eso que tenemos una lista amplia de patriarcales en el poder que nos desprecian, pero quieren nuestros votos.
El odio de Trump a Kamala se despachó no solo estigmatizándola sino descalificándola. En entrevista para Fox Business tras el debate vicepresidencial, dijo: “Este monstruo que estuvo sobre el escenario con Mike Pence que, por cierto, la destruyó anoche. Este monstruo dice ¡no, no, no habrá fracturación hidráulica, no habrá esto!’. Todo lo que ella dice es una mentira”.
Tratarla de ‘monstruo’ y ‘mentirosa’ no le fue suficiente. La llamó “horrorosa”, “completamente desagradable” y “comunista”, en un intento por trasladar el miedo a sus votantes, una vieja estrategia de campaña electoral.
Kamala Harris es negra y asiático-estadounidense, hija de inmigrantes, su madre nació en la India y su padre en Jamaica, y es la primera mujer en alcanzar este espacio electoral en la política norteamericana.
Su designación reconoce su trayectoria como fiscal del distrito de San Francisco, fiscal general de California y senadora del mismo Estado, pero también es el reflejo del partido demócrata compuesto hoy, por gente joven y étnicamente diversa. Para ella es la oportunidad de que las mujeres negras y migrantes tengan una representación alta en cargos de elección popular, teniendo presente que este grupo poblacional se encuentra infrarrepresentado.
Kamala Harris es una mujer fuerte que sabe que el mundo de la política es rudo y que un día las encuestas te ponen arriba y al siguiente estás abajo; pero su coherencia de vida hasta el momento no le señalan sino buenas prácticas y acciones. Tiene talente presidencial y ella lo sabe, a tal punto que se presentó en las primarias demócratas en 2019 con lo cual logró popularidad y visibilidad.
Cree en ella misma: “las mujeres estamos excepcionalmente cualificadas y capacitadas”, señala y reconoce el racismo sistemático que vive Estados Unidos. Esa es la diferencia abismal con Trump que ordenó recientemente a las agencias federales que dejen de financiar sesiones de capacitación contra el racismo. Kamala Harris está abiertamente a favor de los derechos de las mujeres y este punto junto al voto latino pueden ser la diferencia. “El 3 de noviembre esto puede cambiar”, dijo en su cuenta de twitter. (O)
Por: Nelly Valbuena
Fuente: Periodismo Público
Gráfico: Sajith Kumar
Last modified: 04/11/2020