No hay nada más estadounidense que la imagen de George Washington, máximo comandante de la lucha independentista contra Gran Bretaña en 1776 y primer presidente de Estados Unidos. Desde monedas, sellos postales, hasta el propio nombre de la capital, rinden honor a un ícono de los “valores americanos”. Además de militar, aristócrata y héroe, también era un esclavista.
Como la mayoría de los padres fundadores de la nación del norte, Washington era poseedor de esclavos negros. Para estos últimos, la emancipación de las 13 colonias fue más de lo mismo, incluso peor en algunos casos.
Tendrían que pasar 78 años desde la independencia para que, tras una guerra civil (1861-1865) y bajo presión de la lucha abolicionista, fuera prohibida la esclavitud. La segregación racial y discriminación se mantuvo hasta 1964, con la aprobación de la Civil Rights Act. Hasta ese momento, todavía algunos estados les impedían el voto a los afroestadounidenses.
Esta contradicción, de una arraigada discriminación y profundo racismo estructural en la sociedad estadounidense, emerge con fuerza por enésima vez tras el brutal asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco en Minneapolis. En tiempos de redes sociales, el video del oficial Derek Chauvin aplastando el cuello de Floyd mientras le quitaba la vida, fue la chispa en un mar de gasolina.
Desigualdades de siempre
El caso de George Floyd no es algo nuevo ni esporádico en Estados Unidos. Tampoco las revueltas populares contra estos actos.
De acuerdo con un estudio de 2019 publicado por la National Academy of Sciences of the United States of America, morir baleado es la principal causa de muerte de los hombres y niños afroestadounidenes en hechos que involucren a la policía. Son 2,5 veces más vulnerables que cualquier blanco en la misma situación. Estadísticas publicadas recientemente por el diario The Washington Post apuntan a lo mismo. Recopiladas desde 2015, indican que las probabilidades de fallecer a manos de la policía se duplican en la comunidad negra, en comparación con los blancos.
Las escenas vistas en Minneápolis son casi un “deja vu” de sucesos similares ocurridos en los últimos años. El incidente de Rodney King, en 1991, fue uno de los primeros casos de brutalidad policiaca que se hizo famoso fuera de Estados Unidos. Ese año, varios agentes blancos detuvieron y apalearon a King, sin saber que estaban siendo filmados. Al conocerse la noticia, la ciudad de Los Ángeles estalló en protestas que dejaron 58 fallecidos.
Lo mismo ocurrió en julio de 2014 con la muerte de Eric Garner, un afroestadounideses asmático que murió asfixiado por agentes de Nueva York. Un mes después, Michael Brown, de 18 años, fue asesinado a tiros por un policía blanco de Ferguson (Missouri), quien le disparó seis tiros pese a estar desarmado. Esto produjo multitudinarias manifestaciones de protesta en todo el país.
Hoy, las calles vuelven a estar llenas de indignación ante otra muerte producto de la violencia racista. Los estallidos sociales se han dado en más de 100 ciudades del país, y aunque mayoritariamente pacíficas, también han devenido algunas en enfrentamientos violentos entre manifestantes y la Policía.
La respuesta gubernamental, en al menos 22 estados, ha sido el despliegue de soldados de la Guardia Nacional, mientras que el presidente Donald Trump amenazó esta semana con invocar la Ley de Insurrección de 1807 –que le permitiría usar a las Fuerzas Armadas para enfrentar disturbios civiles; una declaración que luego fue matizada por el secretario de Defensa, Mark Esper, que aseguró no están dadas las condiciones “urgentes” y “extremas” para utilizar dicha medida.
“La rabia en la calles es una respuesta a la represión consistente y sistemática contra los afrodescendientes desde la época de la esclavitud hasta hoy”, señaló Gilma Camargo, abogada especialista en derechos humanos y egresada de la City University of New York School of Law.
En opinión de la jurista panameña, también afrodescendiente y quien litigó en Estados Unidos hasta 2010, la diferencia de las actuales protestas con las anteriores tiene que ver con que el hartazgo no es solo contra el racismo, sino también contra la pobreza, exacerbada por la pandemia del Covid-19: “Ahora hay una insatisfacción casi total de una parte grande del pueblo estadounidense, por el racismo y las desigualdades profundas que persisten. De allí que hablamos de una protesta de la comunidad negra, pero también de blancos y latinos”, apuntó Camargo.
Según datos de la Reserva Federal, para 2017 el ingreso promedio de un hogar afroestadounidenses –unos $138,200– era casi siete veces menor al de un hogar blanco –$933,700–. Una situación que amenaza con empeorarse dada la posible recisión con la pandemia y un aumento del desempleo en 14.7% –el más alto desde la Gran Depresión de 1930– de acuerdo con datos del Departamento de Trabajo.
Clave electoral
Está claro que las protestas surgen en el peor momento para las aspiraciones releccionistas de Trump, que probablemente se verá la cara en los comicios de noviembre próximo con el ex vicepresidente Joe Biden, virtual candidato demócrata en la carrera a la Casa Blanca.
Con más de 100,000 fallecidos y 1,8 millones de contagios por el nuevo coronavirus, junto a la pobre y tardía respuesta a la crisis, la caída de la economía y tensiones raciales, el panorama político en EEUU es inflamable y de alta incertidumbre. La posición interna de Trump –que parecía fuerte a inicios de enero– se debilita, mientras que en el plano internacional los históricos aliados de Washington siguen tomando distancia de su administración.
Hasta ahora, el mandatario estadounidense, con decisiones como movilizar a los militares para resolver un problema interno, pareciera apuntar a que este estaría buscando afianzar su imagen de un líder de “ley y orden”, como él mismo se hizo llamar esta semana. Ese endurecimiento del discurso ha recibido críticas tanto del lado demócrata como de sectores del Partido Republicano; ambos piden mayor conciliación.
Pero no se ven cambios a la vista en la Casa Blanca, tampoco que las protestas y reclamos de justicia vayan a abandonar las calles. Ante esta situación, el escritor uruguayo y profesor de la Jacksonville University (Florida) Jorge Majfud considera que el Gobierno estadounidense se encuentra en una dicotomía que podría marcar el destino del país. Que si bien, este momento histórico no es tan potente como una revolución, se asemejaría un tanto a la revuelta de los años 60, cuyas consecuencias en este caso podrían ser alterar algunas políticas establecidas durante la era Reagan.
“No hay país en el mundo que esté libre de racismo, pero algunos están fuera de competencia y han sido fundados y se han enriquecido sobre los valores más radicales y persistentes del racismo”, reflexiona Majfud, y agrega “cuando los pueblos dicen basta, quienes están en el poder tienen dos opciones: aumentar la represión o ceder un poco para limitar las pérdidas”.
Por: Juan Alberto Cajar
Last modified: 06/06/2020