Después de haber estado más de 50 días encerrados en casa cumpliendo con la cuarentena para evitar el contagio por el coronavirus COVID 19, venimos siendo informados por la televisión y otros medios lo que ocurre día a día en el Perú y el muchos países que han sido afectados por la pandemia ocasionada por el COVID-19.
De hecho que para muchos ha sido también un periodo de mucha reflexión sobre nuestras actitudes, comportamientos y estilos vida antes de la pandemia, lo que nos ha hecho caen en la cuenta de que estamos equivocados en muchos aspectos y que merecen ser cuestionados para poder seguir viviendo más adelante en el corto, mediano y largo plazo.
¿Cuál es “esa normalidad” a la que me refiero? Pues a esa “MAL LLAMADA NORMALIDAD” son las condiciones en las que vivíamos antes de la pandemia generada por el coronavirus COVID-19. A “esa normalidad o mal llamada normalidad” me refiero, y a la cual YO NO QUISIERA VOLVER por muchas razones:
No deseo volver a ese sistema de vida en la que volvamos al trabajo o a nuestras actividades cotidianas en medio del desorden, o a vivir cada vez más de manera individualista y a pasar menos tiempo con nuestra familia. Yo no quiero volver a esa normalidad plagada de violencia familiar, discriminación, humillación, indiferencia; esa normalidad en la que la práctica de los valores se ve cada vez más disminuida, en la que los jóvenes adoran a las redes sociales y están perdiendo la comunicación y el diálogo con su familia, incluso en la hora de tomar los alimentos cuando ese momento se debería aprovechar al máximo para estar unidos dialogando e intercambiando nuestras vivencias diarias.
Yo no quiero volver a esa mal llamada normalidad en la que la tranquilidad y la felicidad está cada vez más amenazada y maltratada por la delincuencia imperante que parece vencer a las fuerzas del orden, en la que el temor de ser asaltado, con puñal o con pistola, para quitarnos el celular o el dinero, nos invade cada vez que salimos a las calles.
Yo no quiero volver a esa normalidad para volver a ver un sistema educativo en el que los profesores han perdido la autoridad frente a los alumnos, escuelas sobre todo urbanas en las que los alumnos faltan el respeto, incluso agreden a sus profesores, y los docentes no pueden decir nada, ni siquiera llamarles la atención porque el sistema educativo lo prohíbe. En esta misma línea están las universidades, sobre todo las públicas, que atraviesan por un sistema precario en cuanto a su implementación, insuficiente infraestructura y reducida capacidad para albergar a miles de estudiantes que desean estudiar y no logran una vacante pública. Esto es un factor muy favorable para las universidades privadas donde se aprovechan para acoger a los jóvenes a costa de elevadas mensualidades y les cobran una serie de cuotas sin derecho a reclamos, lo más grave, es que la transparencia allí no existe.
Pero, además, no quiero ver un sistema universitario que siga con la misma formación tradicional, que no sea capaz de investigar e innovar para producir tantos materiales, insumos, herramientas y equipos que necesitamos para promover un desarrollo humano integral y sostenible; y así se daría empleo a muchísimos peruanos y peruanas que claman por un trabajo digno, sacándolos de la pobreza y extrema pobreza, disminuyendo la brecha de la informalidad que es espantoso e incontrolable en nuestro país.
Un caso patético que hemos comprobado con esta pandemia del COVID-19 es que no tenemos en el mercado ni siquiera respiradores artificiales que hayan sido fabricados en el Perú, no obstante que en varias universidades, públicas y privadas existen las especialidades para fabricarlas. Recién algunos de estos centros superiores se están preocupando en confeccionar como exigencia de la pandemia.
Lamentablemente casi todo es importado, pues esto es producto del libre mercado, de la globalización. Por eso yo no quiero volver a ver la precariedad del sistema de salud de la que hemos vivido por muchas décadas y seguimos viviendo durante esta pandemia que está matando a mucha miles de personas.
Yo no deseo regresar a esa normalidad en donde el consumismo exagerado y sin sentido promovido por campañas millonarias a través de los medios de comunicación en la que nos contagiaba y nos hacía comprar productos innecesarios y de mala calidad, productos baratos y de mala calidad, fabricados en diferentes países por personas pobres en condiciones de semi-esclavitud, para que los accionistas continúen acumulando ingentes riquezas a costa del sufrimiento de los pobres, tanto de los que los producen como de los que los compran.
Así mismo no quiero regresar a lo que muchos hemos estado viviendo por décadas esas relaciones familiares y sociales un tanto ficticias o hipócritas en la que sólo por cumplimiento llamábamos por celular de vez en cuando y casi rutinariamente, sobre todo a nuestros familiares más cercanos, sin importarnos realmente por sus vidas; ni a cruzarme de nuevo en las calles con las amistades y voltearnos para no saludarnos, o como ocurre en muchos edificios donde sus ocupantes suben y bajan y ni siquiera nos miramos a los ojos ni nos saludamos, como si tuviéramos una vida eterna.
Tampoco quiero seguir viviendo indiferente a los demás, al resto del mundo, ensimismado en mi modo de vida. No, no quiero volver a esa mal llamada normalidad de la que muchos desean y que ya quisieran regresar a ésa normalidad.
No quiero pensar que terminada la cuarentena o que dentro de pocos meses el problema del coronavirus terminó, ni fingir que no pasa nada, que estamos bien o que todo pasará. La ciencia médica viene investigando una vacuna y que con ésta todo se arreglará. No, no quiero resignarme a aceptar que esto sea la solución integral.
No quiero volver a esa normalidad en la que se siga observando una destrucción sin límites de nuestro Planeta, sobre la cual vivimos y de la cual obtenemos todo lo necesario para vivir: No, no quiero volver a esa normalidad, no quiero ver cómo se siguen talando los bosques y fomentando los incendios forestales con la consecuente destrucción de la biodiversidad y de la humanidad, y los burócratas políticos, entre comillas competentes, en vez de frenarlos las promueven; pues no quiero volver a esa normalidad a la que todos claman llegar desesperados ahora, en la que los poderosos seguirán destruyendo nuestro Planeta, nuestra Casa Común, muchas de las veces motivados por fines económicos. No quiero ver que se siga promoviendo la desigualdad y la injusticia social y ambiental, ni pensar en las graves consecuencias del cambio climático a consecuencia de nuestra indiferencia e irresponsabilidad de no cuidar nuestro ambiente.
Durante la cuarentena que estamos viviendo en el mundo, vemos con frecuencia en los medios de comunicación algunas noticias sobre cómo algunas especies de fauna silvestre, tanto terrestre como marítima, han venido recuperando de manera impresionante su hábitat natural, incluso el regreso de especies en vías de extinción a algunas costas y el ingreso de otras a las ciudades, paseando tranquilos sin ninguna perturbación. Por eso no quiero volver a esa normalidad de ver playas colonizadas por sombrillas y vehículos; canales con aguas turbias o servidas que lo utilizan para producir hortalizas y otros alimentos agrícolas, no quiero ver más puertos muy contaminados.
La reflexión a la que nos lleva todo esto es ver cómo cuestionamos nuestro modo de vida para poder seguir viviendo más allá después de que pase la pandemia, de un mes, de un año o de una o varias década, tanto para las presentes como para las futuras generaciones.
Es muy evidente que para lograrlo, deberíamos de una vez por todas iniciar un proceso de dejar de lado el consumismo, sistema nocivo a la vida en el Planeta, impuesto por la globalización, y que nos conlleva al derroche económico y a la generación de enormes cantidades de residuos sólidos que, a su vez, vienen generando graves problemas de contaminación del mar, del desuelo, del agua y del aire. Por eso no quiero volver a esa mal llamada normalidad.
No quiero volver a esa normalidad porque ya no quiero ver más animales silvestres en cautiverio, menos aquellos que están en vías de extinción, éstos deberían estar en su hábitat natural o en áreas de conservación manejadas adecuadamente por el Estado. Del mismo modo, no quiero volver a ver el caos en el transporte masivo de pasajeros en las grandes ciudades, las emisiones de grandes cantidades de gases (CO2) de diferentes fuentes innecesarias a la atmósfera, uno de los principales factores del calentamiento global; tampoco quiero ver que se continúe utilizando y arrojando los plásticos por todos lados y que van a parar al mar contaminándolo y matando la fauna marina.
¿Vendrán otras pandemias?, pues no lo sabemos, pero SÍ existen ya evidencias de los efectos el calentamiento global y que no estamos haciendo nada para mitigar sus efectos imparables. Durante la cuarentena que estamos viviendo hemos escuchado en las noticias, tanto a los entrevistados como a los entrevistadores, que el coronavirus COVID-19 nos ha dado muchas lecciones, muchos aprendizajes, y que nos ha cambiado totalmente en nuestra forma de ver las cosas, de cómo vivir a partir de este problema. Pero, como nuestros gobernantes todavía están muy ocupados enfrentando este problema para que no se agrave, entonces seguimos sin hablar de lo importante, del tema de fondo: ¿qué vamos a hacer para NO volver a esa normalidad o mal llamada normalidad? ¿Qué vamos a cambiar para garantizar nuestra supervivencia y evitar el sufrimiento de tantas familias?
Por el momento sólo sabemos que esta crisis por el coronavirus está trayendo consecuencias nefastas, sobre todo para las personas más vulnerables, y de tantas familias que han perdido a sus seres queridos y que ni siquiera han podido velarlos ni verlos cuando lo enterraron o cuando lo cremaron; así como en la economía de las pequeñas y medianas empresas, pero principalmente en la economía de las familias empobrecidas que perdieron sus empleos, haciéndolos más pobres.
No quiero retornar a esa normalidad en la que la corrupción pareciera que se ha convertido en una situación peor que pandemia del coronavirus COVID-19 porque está enquistada en la mayoría, sino en todas, de las instituciones del Estado.
Estamos atravesando una serie crisis mundial y nacional por el coronavirus, donde muchas personas están muriendo por falta de equipos y médicos en los hospitales; pese a ellos vemos en los medios de comunicación indicios de corrupción en diversas instituciones públicas, inclusive en las que tienen el rol de fiscalizar el uso de los recursos económicos asignados para enfrentar la pandemia.
No quisiera volver a esa época en la que se observaba cada vez más problemas de salud debido a la contaminación de las aguas dulces por aguas residuales, por los relaves de las empresas mineras, por la producción de alimentos agrícolas a gran escala con agroquímicos, por los residuos sólidos, etc.
Sabemos que es muy difícil imaginar que después de que pase la pandemia lleguemos a UNA NORMALIDAD que sea diferente a la tuvimos antes del problema. Todos tenemos que ser creativos e innovadores, porque que “no vamos a volver a lo de antes”, pues muchas cosas cambiarán partiendo de las nuevas políticas públicas que nos adecuarán a otros modos de vida distintos a lo anterior, estilos de vida que dependerán en gran medida de su precariedad y de su pobreza.
Por todo lo dicho y muchos motivos más que ya no mencionamos, sería bueno que no volviéramos a esa normalidad, porque con todo lo que ha ocurrido y lo que estamos pasando deberíamos reflexionar e identificar las falencias o debilidades de nuestras políticas públicas y de nuestras instituciones, y aprovecharlos como una gran oportunidad para cambiar nuestros enfoques y modos de vida, es decir UNA NORMALIDAD auténtica, totalmente diferente a la anterior, y en ese marco promover el desarrollo humano integral y sostenible para todos los peruanos y peruanas, pero para lograrlo necesitamos mucha voluntad política y mucha voluntad social, un gran compromiso de todos y todas para construir de manera participativa un nuevo rumbo que sea más humano y sostenible.
Es decir, lograr una vida distinta, una vida que garantice nuestra supervivencia de verdad, que ponga por delante el bienestar de las personas, que apueste por la conservación de la Naturaleza y no la destrucción de ésta.
Pues la NORMALIDAD por la que debemos apostar tiene que ser mejor que esa normalidad que vivíamos antes del coronavirus. Tendrán que cambiar muchas cosas, como por ejemplo nuestra relación entre personas, nuestra relación con el ambiente, con el consumo muchas veces exagerado e innecesario, con las comunicaciones, etc. Probablemente tengamos miedo del cambio que aún es incierto para muchos, pero espero y deseo NO VOLVER A ESA NORMALIDAD, sino a una NORMALIDAD diferente pero mucho mejor que la anterior.
Por: Ing° Félix A. Delgado Montenegro. Desarrollo y Medio Ambiente
Gráfico: Enrico Bertuccioli
Last modified: 02/06/2020