La Economía feminista (EF) se constituye como una crítica a la Economía mainstream, y es que se trata de un cuestionamiento que pretende develar ante la sociedad el sesgo androcentrista de la economía como ciencia, sesgo que define ampliamente lo económico.
Este es un cuestionamiento que va más allá de los procesos de mercado, que amplía su mirada y orienta su sentido hacia la sostenibilidad de la vida, teniendo como línea transversal el concepto de género.
Este concepto es aplicado a los estudios e investigaciones de las ciencias sociales en estos últimos años y, por supuesto, en la disciplina económica; este concepto se refiere en general a las diferencias construidas socialmente entre hombres y mujeres, diferencias que presentan como características propias, según los contextos culturales e históricos que se tengan como referencia.
Pero la Economía feminista, no se constituye como un cuerpo teórico lleno de ideas, sino que recoge elementos de las vertientes que integran a la economía, y que a su vez cuestionan aspectos centrales de los enfoques que dominan la disciplina.
Ni Adam Smith (Padre de la Economía moderna), ni quienes le siguen, consideran que el trabajo cotidiano y de hogar tenga un precio, y, por tanto, tampoco tiene para ellos un lugar en el mercado.
Sin embargo, es de justeza mencionar que dentro de las exposiciones de los clásicos, resalta para este enfoque Friedrich Engels, quien en su obra: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de forma asombrosa expone las consecuencias de la división de trabajo patriarcal establecida por el sistema económico capitalista, basado en las relaciones de poder y de género: “La emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras sigan siendo excluidas del trabajo productivo social y confinada, dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado”.
La Economía feminista presta principal atención a las actividades que han sido históricamente invisibilizadas y realizadas principalmente por las mujeres, como roles y tareas asignadas desde el género: Trabajo del hogar, trabajo del cuidado a niños, ancianos y enfermos, la maternidad; y es que la crítica no parte solo de las demostraciones numéricas que comprueban que las mujeres no somos pagadas de manera justa e igualitaria versus los hombres; el hecho de que el trabajo doméstico se muestre como atributo de la feminidad lo convierte en un trabajo que se hace por amor, tal como lo cuestiona Silvia Federeci (Filósofa, marxista y activista feminista) quien reclama un pago salarial para la ama de casa, propugna que esto no solo le permitiría a las mujeres tener una vida mucho más libre y pública sino que pondría a la esposa en pie de igualdad con el esposo: “El simple hecho de reclamar un salario para el trabajo doméstico significa rechazar este trabajo como expresión de nuestra naturaleza y, a partir de allí, rechazar el rol que el capital ha diseñado para nosotras”, explica Federeci.
El trabajo doméstico es una de las bases fundamentales para el funcionamiento del mundo en que vivimos hoy, eso de preparar la comida, tener platos, ollas y sartenes limpias, hacer las compras y que una mujer se ocupe de eso; trae como resultado que las mujeres tengan menos posibilidades de incorporarse al mercado laboral y cuando lo hagan podrían tener peores condiciones, salarios menores y con mayores irregularidades.
¡Hoy, más que nunca, nos urge feminizar la economía!
Por: Ileana Corea. Estudiante de la Maestría en Ciencias Sociales IDEN-SENACYT.
Last modified: 30/03/2020