(Jorge) Ana Cristina de Souza Gonçalves es una joven negra de unos 40 años, socióloga. Me dicen que es de caminar altivo, tataranieta de Marta, que fue esclava en una hacienda en el estado de Minas Gerais, Brasil; nacida y criada en Chapéu Mangueira, favela aledaña a la famosa Copacabana. Alguna vez Ana Cristina hizo unas declaraciones que leí en una hermosa antología dedicada a nuestro querido Eduardo Galeano tras su partida a la otra dimensión. Lo que dijo no se me olvida; y como todo lo bueno del camino, regresa para dar inicio ahora al baile de esta Luna Llena.
“Vivo la desigualdad que tiene que ver con la historia, pero sin quedarme pensando todo el tiempo en lo que hizo el racista. El racista tendrá que correr detrás de mí porque yo estoy andado. Y no voy a parar para prestarle atención. Voy a denunciar, pero él no me va a poner la agenda”.
Ana Cristina tiene un hijo, João.
“…No le voy a enseñar que su identidad tiene que ser construida a partir de la esclavitud. Es demasiado para la cabeza de un niño. Cuando él se encuentre con el tema, vamos a hablar: ´Tu tienes ese color de piel, esa herencia, nuestro origen esta conectado con África. Pero no tienes que estar siempre teniendo que dar prueba de algo´”.
Hay que prestar atención a esta mujer. Sus palabras encierran una verdad que mucho ayuda: hay que cuidarse de quedar viendo únicamente la mitad del vaso vacío, de andar caminando siempre sobre el reconcomio, dale que dale con lo que nos hicieron o nos dejaron de hacer. No estacionarse en la queja, que aleja. Es decir, Ana Cristina señala lo que está adelante y por crear (a mano y sin permiso, como dice la canción), y que para ello y por ello hay que cuidarse de no pasar la vida anclado en el lado oscuro de la luna…
(Cebaldo) Me encanta escuchar los cantos de nuestros saglamar – los Poetas Mayores – en la Onmaket Nega, la casa grande, la casa del congreso de cada comunidad. Y después escuchar a quienes los traducirán a un lenguaje más popular. Estos cantos sagrados, siempre llenos de historias, de fuerza y optimismo; incluso conllevan algo de humor. Estos cantos ceremoniales gunas que son toda una pedagogía de la vida, una escuela permanente, no solo narran hechos históricos y de tiempos complejos, de sangre y de dolor: no se quedan allí. Van contando también los tiempos de encuentros, de diálogos y de abrazos; incluso no únicamente entre la misma tribu, también con los vecinos. Miradas que se cruzan. Culturas encontrándose. Esto hace que nuestra memoria y nuestras cosmovisiones estén formadas de esos encuentros con otros. ¡Un tejido de muchos colores, de sangre propia y ajena, ahora unido en una sola tela!
(Jorge) Recuerdo al Dr. José Renán Esquivel cuando allá en su casa-finca de Bajo Mono, Boquete, y con todos los años de la sabiduría encima, nos insistía con vehemencia: “No se pre-ocupen muchachos: ocúpense”. A los problemas de la realidad mundial hay que darles la relevancia que merecen, sin duda: “…Voy a denunciar” dice Ana Cristina. Pero seguir actuando. El viejo Facundo Cabral, con esa sonrisa suya, decía que lo que pasaba era que las bombas hacían mucho ruido mientras los abrazos no; y que había mucha gente abrazándose en el mundo. Y el otro grande, Henry Thoreau, sentado en la terraza de su cabaña al borde del lago Walden, escribía: “Animarse, es ponerse en el alma las intenciones.”
(Cebaldo) Por eso entiendo a mi abuelita materna, Clementina, que nunca salió de la aldea y solo hablaba el dulegaya. Y su casa era un gran albergue por donde pasaban seres de tantas aldeas del mundo. Y creo que incluso sabiendo que muchos de estos peregrinos o aventureros llegaban desde las Europas, de donde dicen en los cantos y en la historia salieron los conquistadores, los colonizadores, muchos tragalunas, …a todos los recibía con cariño y alegría.
Mi abuela, quien con pocas palabras y con muchos de sus actos me enseñó que la aldea es el mundo, que peregrinos somos todos y que un abrazo, una sonrisa y un poco de pan y agua no se le niegan a nadie. Mi abuela; a quien como a María, la de la canción de Facundo Cabral, ¡le bastaba abrir los brazos para tener la medida de la ternura y el lazo que une la muerte y la vida!
(Jorge) “La colonización nos ha fregado a todos”, dijo en una entrevista la artista Kukulí Velarde. Ella es hija de Alfonsina Barrionuevo, aquella mujer que tanto ha hecho por difundir las culturas tradicionales andinas. “Los europeos nos impusieron su estética – continúa Kukulí – y eso nos ha hecho mucho daño. Me parece necesario encontrar nuevamente esa belleza nuestra y volver a ser el centro de nuestro universo.”
Cuando hace unos días observaba la hermosura de los bailes y de la música que trajeron consigo las delegaciones indígenas reunidas como cada año en el Solsticio, en el Inti Raymi del Cuzco; asombrado, fascinado también con la belleza de sus textiles llenos de significados, me preguntaba, ¿cómo no seguir creyendo en mis congéneres, en mi especie?
Son 60 millones de seres humanos los indígenas de América Latina. Y expresan 600 formas culturales distintas. Y 600 lenguas. Otras tantas maneras de decir “hijo”, “agua”, “montaña”… La palabra Cebaldito, esa poción mágica que tenemos los seres humanos.
“…fascinado también con la belleza de sus textiles llenos de significados.”
Trabajo de la Sra. Isabel, de la comunidad de Amaru, Cuzco
(Cebaldo) Sí, toda lengua es un sistema de cognición única y al perderla desaparece una creación humana de siglos o milenios. Pueblos indígenas, que presentan particulares formas de entender al mundo, a la naturaleza, y que lo manifiestan a través del lenguaje y otros gestos.
Uno más – especial él – de los seres que me enseñaron a soñar y ver el mundo con todos sus colores, y que trató que los miedos nunca nos ganaran el cuerpo y la memoria, fue mi tío Fred. Durante sus años juveniles (por pocos años en realidad), vivió la aventura de la migración a la ciudad. Trabajó en una base militar y era bilingüe: ¡hablaba en dulegaya y en inglés!
Fue un gran contador de historias; además le encantaba cantar blues y otros ritmos no gunas. A veces me imagino que mezclaba las aguas del Mississippi con las del Abudi, el rio frente a nuestra aldea, y de eso le nacía cada vez una nueva historia. Igual narraba historias del origen de la tierra, de los héroes de la tribu, o de barcos que llegaban cargando marineros y mercancías. Nos ofreció los mejores colores de nuestra infancia.
Muchas veces nuestros diálogos más serios y profundos los tenemos con quienes nos muestran otras maneras de pensar, ideas de mundos tan diferentes al nuestro. Dialogar con aquellos que nos presentan otra visión del mundo.. cuántas veces nos abre los ojos; incluso cuando esto a veces no es tan placentero. Creo que por eso regreso tantas veces a la memoria, a la escuela de mi infancia, de mi juventud; en la isla, donde las voces de los sabios, el ejemplo de mi abuelita y las historias de tío Fred, nos abrían caminos, nuevos sueños. Y nunca imponían barreras, ni mucho menos miedos.
(Jorge) Volviendo – y ya para terminar esta conversación hermano – a lo que queríamos argumentar con el titulo de esta Luna Llena …¿Por qué nos vamos a quedar sentados en el lado oscuro de la Luna? ¿Qué tal si prestamos más atención a tantas bondades que conforman y adornan a la vida y a nuestra especie, a pesar de los pesares? Porque es esa la actitud que nos eleva más y nos permite despegar…
Quizás es tan sencillo como lo explicación de aquella niñita: “Uno, abre los ojos, y se despierta”
—Jorge Ventocilla y Cebaldo Inawinapi
Last modified: 01/08/2019