México. Los primeros cien días de AMLO

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Que sí, que no, que quién sabe, que así no, que casi, que así…

Después de un estira y afloja, propio de cualquier negociación, el Poder Legislativo aprobó la creación de la Guardia Nacional, la iniciativa del Poder Ejecutivo. Una de las primeras lecciones que ha recibido Andrés Manuel López Obrador, en el ejercicio del poder, es que una cosa es ser candidato o ser oposición y otra, muy distinta es ser presidente.

No era cosa fácil y simple que, luego de doce años de la llamada guerra contra las drogas, cuya estela de violencia ha dejado más de cien mil muertos y más de cuarenta mil desaparecidos, con las fuerzas armadas –Ejército y Marina— en las calles, haciendo funciones de policía, ellas regresasen a sus cuarteles.

Resulta claro que el Presidente tiene prisa. Arribó a Palacio Nacional al tercer intento, tiempo que le ha servido para recorrer el país de arriba abajo, conociendo sus necesidades y potencialidades. En el largo periodo de transición (cinco meses, de julio a noviembre) tuvo tiempo de afinar un programa de gobierno, que se antoja ambicioso, por todo lo que se debe de cambiar, si va en serio lo de la cuarta transformación(4T), ésta no violenta, a fin de  el país sea otro. Un sexenio parecería poco tiempo. Pero, habría que hacer un ejercicio de memoria histórica.

“Parecería un sueño pensar que un gobernante pueda transformar una urbe cosmopolita en cinco años; por increíble que parezca fue una hazaña que logró don Juan Vicente Güemes y Padilla, segundo conde de Revillagigedo, durante su desempeño como virrey, de 1789 a 1794. La Ciudad de México de esos años era insegura y sucia, los servicios públicos eran escasos y malos y existía una gran corrupción dentro y fuera del gobierno”. Así comienza una de sus sabrosas crónicas Ángeles González Gamio (La ciudad que me habita. Crónicas amorosas de la Ciudad de México. Miguel Ángel Porrúa. México. 2016); crónicas que publica semanalmente desde 1992 en el diario La Jornada, y que reúne en cuatro tomos.

“En materia de seguridad, (Revillagigedo) estableció el servicio de los ‘serenos’ que cuidaban los faroles por la noche y brindaban ayuda a los vecinos. También estableció cuerpos de guardias llamados ‘vivaques’ que auxiliaban a los ‘serenos’. En el día la ciudad era vigilada por patrullas de infantería y un grupo especializado conocido como ‘dragones’. Todo ello mejoró de manera notable la tranquilidad citadina”.

Así que démosle a AMLO el beneficio de la duda o, mejor dicho, un voto de confianza.

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Muera el mal gobierno…”. Así reza una pancarta en el campamento instalado fuera de Palacio Nacional. Sí. Pero se refiere al mal gobierno en el estado de Guerrero, en el sur del país.

Un Palacio Nacional que por muchos años estuvo cercado por vallas metálicas, para evitar pintas y otras manifestaciones de enojo (recuérdese el petardo que estalló en una de sus puertas). Por estos días, se hallan pequeñas carpas donde un grupo de campesinos protesta por promesas incumplidas: añejas, si tenemos en cuenta el lema de Tierra, Libertad y Justicia, que recuerda un legado centenario y siglos de agravios. En este año conmemorativo del asesinato, a traición, de Emiliano Zapata, el 10 de abril de 1919.

Y es, precisamente, en tierras de Zapata –la entidad morelense—, donde el pueblo se alebresta hoy contra el gobierno federal, tal como Zapata desconfió de Madero, hace poco más de un siglo, a partir de qué tan profunda debiera ser la revolución –la tercera transformación—: si sería sólo política, democrática, vía el sufragio efectivo, o llegaría a cambiar radicalmente la estructura económica y social.

En juego, como ayer, se encuentran los recursos naturales, a través del Programa Integral Morelos, de corte desarrollista, heredado de seis sexenios del modelo neoliberal –intocado—, y con que se pretende despojar a las comunidades en beneficio de unos cuantos. Proyecto que ya cobró la vida de Samir Flores, activista del Frente en Defensa de la Tierra y el Agua y comunicador de la radio comunitaria.

¿Con qué ánimos se recordará a Zapata?  

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Uno de los deseos más caros de Andrés Manuel López Obrador ha sido el de volver a hacer de Palacio Nacional la sede de la casa presidencial, siguiendo la tradición juarista: el Benemérito murió allí, luego de habitarla, cuando las circunstancias no lo obligaron a llevar a cuestas la República itinerante (con todo y Archivo de la Nación). Un Palacio Nacional por lo pasaron el mismo Zapata y Pancho Villa, cuando llegaron, en diciembre de 1914, a la ciudad de México, y en cuya silla presidencial, el jefe del Ejército Libertador del Sur, se negó a sentarse porque, dijo, que estaba embrujada, pues cambiaba a los hombres que la ocupaba.

López Obrador llega a sus primeros cien días como presidente, con su estilo personal de gobernar (Cosío Villegas dixit), en la destacan sus conferencias mañaneras, con lo que no sólo establece la agenda política diaria, sino también un peculiar estilo de comunicación: pausado pero no exento de contradicciones y con el riesgo de la sobreexposición, que lo lleve a un innecesario desgaste.

Son cien días, que la tradición política estadunidense denomina luna de miel. Periodo que, sin embargo, no ha estado exento de roces, que lo han enfrentado, sobre todo, con el sector empresarial por la cancelación del nuevo aeropuerto. Aunque se limaron asperezas, el caso escaló a las calificadoras internacionales de riesgos, cuya primera reacción oficial fue descalificarlas.

En el ínterin, se establecieron compromisos con el capital para crecer cuatro por ciento anual, el doble de lo que se observó en el periodo 1983-2018.  El objetivo sexenal es hacer de México un paraíso para la inversión.

¿Y la 4T? La cuarta transformación, digna de ese nombre, tendría que poner fin a la superexplotación del trabajo. Nada más. Nada menos.

Por: José Luis Avendaño C.

Last modified: 11/03/2019

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