Marcos pasa 4 horas al día frente al computador. No labora una media jornada, dedica la mitad de su tiempo a navegar en Internet, su preferencia, las redes sociales. Ha llegado a reconocer que su debilidad ante herramientas como el Facebook está fuera de control, al confesar en un grupo de amigos que hasta en el inodoro frecuenta su teléfono celular. Los demás comentan y consideran que es un chico actual, otorgan un grado de ciberactivismo, al punto de nombrarlo “experto en convocatoria” para eventos públicos.
Desde la silla que me sirve de escudo ante la espalda de Marcos, escucho la conversación, una parte de mi cerebro se inmiscuye en la tertulia que ya es pública con los melodiosos decibeles de voz que salen desde esa mesa. Ahora las carcajadas inundan el resto del local, hacen alusión a alguno de ellos que solo acude a las protestas para captar selfies.
A la luz de estos nuevos tiempos que no terminan de llamarse de una sola forma: “aldea global” (McLuhan, 1996), Sociedad de la Información (Bell, 1991 y 2001), Sociedad del conocimiento (Drucker, 1993), cultura virtual o cibercultura (Levy, 2001; Picistelli, 2002), surge el ciberactivismo como una propuesta de trasladar la acción política a las herramientas que nos brinda la tecnología como estrategia.
Es indudable la injerencia que tienen las Tecnologías de la Información y la Comunicación -TICS. Hoy es impensable convocar a una marcha sin publicar un banner virtual, y sea aquí o en el otro lado del mundo es posible movilizarnos por una misma causa, mover a cantidades sorprendentes de personas por una misma razón en diferentes latitudes ya no es imposible. Sin embargo, es preciso diferenciar elementos que aunque pueden conllevar una estrategia propia del ciberactivismo, no lo son en sí solos, tales como la protesta electrónica, que es puntual, el activismo digital que tiene acciones interesantes, pero mueren en lo trivial y, en gran parte carecen de sentidos reales y tangibles; se puede agregar también el hacktivismo, que es invasivo, y el gobierno electrónico, que es el uso de las TICS por parte de instituciones públicas, entre otros.
Lo que se difunda en y a través de las herramientas que permiten las TICS debe llegar a tener un componente donde se concrete en acciones puntuales en los espacios de la sociedad, debe tener el poder de salirse de ahí, en lo que genere virtual o presencialmente, cambios e incidencia, sino, solo serán actividades, exitosas, pero actividades, serán escritos buenos, dormidos en emociones de cuantos “me gusta” logren.
El ciberactivismo no nace en las redes, su origen es el contacto, la inquietud, la inconformidad. Puede tomar idea de algo que surge en las redes pero se transforma en colectivo y luego toma forma en el espacio virtual trascendiendo las emociones para concretar acciones. A mi modo de ver es un ciclo, donde se sirve de las TICS para los propósitos que necesiten los movimientos sociales en pro de desarrollar su proyecto emancipador.
Nuestra “sociedad virtual” requiere el respeto de todos los actores asumiendo la diversidad de accionares de un contexto, y en medio de este camino, surge la necesidad de preguntarnos: ¿estamos ante un virtual sedentarismo que lleva acciones de lo tradicional a lo virtual sin ninguna novedad más que informar? o ¿podemos migrar a estrategias políticas que logren participación ciudadana con consciencia ante su realidad?
Texto y foto de Sharon Pringle
Last modified: 27/05/2018