Después de décadas de neoliberalismo, de ir perdiendo la capacidad de decidir sobre nuestras vidas mientras las grandes transnacionales acumulan más y más poder, vuelve a aparecer la necesidad de articular una respuesta global. Una vez más es el movimiento feminista quien da el paso, reapropiándose de la huelga para salir a las calles en diferentes partes del mundo. Esta convocatoria no parte de cero, sino que sigue la estela de la huelga feminista del pasado 8 de marzo, que sacó a millones de mujeres a la calle en más de 70 países. Y se hace eco del grito #NiUnaMenos de las compañeras argentinas, latinoamericanas e italianas; de la lucha de las mujeres polacas por el derecho al aborto; de la Women’s March contra la misoginia y el autoritarismo de Trump, o de las movilizaciones que tumbaron al ministro Gallardón.
Empieza así, como explica Montserrat Vila, una nueva fase de articulación feminista global que busca romper la fragmentación que nos ha impuesto el capitalismo y el neoliberalismo. Se trata de un paso más en la apuesta internacionalista del movimiento feminista, que desde las sufragistas hasta el feminismo de los años 70 y más recientemente la Marcha Mundial, siempre ha tenido un importante carácter internacional. Se abre la posibilidad, por fin, de una huelga que supere fronteras y que mire más allá de los marcos estatales. Una mirada global imprescindible, si queremos enfrentar el marco de competencia entre pueblos que nos impone el capitalismo. Frente a unas empresas transnacionales que operan con facilidad en una lógica global-local, no podemos seguir pretendiendo defender nuestros derechos solamente desde lo local, siempre amenazadas con la deslocalización, con la falta de competitividad o con la mercantilización de todo lo rentable para el capital.
Pero además de las fronteras territoriales, esta huelga feminista supera una frontera aún más importante, la de la supuesta división entre el ámbito productivo y el reproductivo. Las feministas sabemos desde hace tiempo que sin todos los trabajos reproductivos invisibilizados, este sistema no funciona. Por ello la necesidad de reapropiarse de la estrategia de la huelga para desbordarla, para ir más allá de la huelga laboral y visibilizar todos los trabajos que realizamos las mujeres. Una visibilización aún más urgente en el caso de las empleadas de hogar y de las mujeres migrantes, que conforman una cadena global de cuidados, dejando a sus familiares a cargo de otras mujeres en su país para venir a cuidar aquí. Todo para que las empresas, y el sistema en general, se puedan seguir beneficiando de un trabajo reproductivo por el que no pagan nada.
Recuperamos así una estrategia de lucha que ha sido clave en la conquista de derechos –en el ámbito laboral pero también en otros ámbitos como el derecho al aborto, que llevó a las mujeres polacas a la huelga para impedir que se restringiera más este derecho–. Y damos un paso más para incluir la huelga de cuidados, estudiantil y de consumo. Poniendo en práctica, de esta forma, la perspectiva interseccional, reconociendo y visibilizando que estamos atravesadas por desigualdades y precariedades que nos sitúan en lugares muy diversos frente al heteropatriarcado, el racismo, el trabajo asalariado y los cuidados. Otro elemento importante en la definición de esta huelga es el llamado a que las mujeres tomen el protagonismo, entendiendo la categoría mujer en un sentido amplio que supere el binarismo de género y reconozca la diversidad.
Además, la elección de la huelga como estrategia de lucha llega en un momento clave para el feminismo. Se trata de una forma de demostrar que las que movemos el mundo tenemos la capacidad de pararlo, que sin nuestros trabajos las cuentas de beneficios de las grandes empresas no seguirían creciendo. Por ello nos posiciona estratégicamente en un momento en el que toca combatir el rearme misógino, autoritario y conservador del capitalismo, pero también visibilizar los hilos de continuidad entre los discursos de las derechas populistas y los supuestos discursos feministas o igualitarios destinados a legitimar el neoliberalismo. Ya que, como afirma Nancy Fraser en las últimas décadas se ha configurado un “neoliberalismo progresista, amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización”, que se ha servido para esconder las políticas neoliberales detrás de una imagen basada en los ideales de la diversidad y el empoderamiento.
Por tanto, podemos decir que tanto el neoliberalismo progresista y universalista como el populismo conservador, aunque se presenten como propuestas contrapuestas, profundizan la guerra del capital contra la vida. En un contexto de crisis sistémica y de rearticulación del proyecto hegemónico, en el que, como plantea Amaia Pérez, la violencia se sitúa en el centro de la disputa. Así vemos cómo no podemos aislar la lucha contra la violencia machista de la denuncia de un sistema que produce una ruptura del tejido social, una precarización de las vidas de las mujeres y una profundización del control sobre nuestros cuerpos. Además de tener en cuenta que en un contexto en el que se expande la “necropolítica”, es decir la gestión de la muerte y el miedo dentro del sistema capitalista global, los feminicidios se convierten en una pieza más de la expansión de la violencia patriarcal como caldo de cultivo para la violencia corporativa.
Más concretamente vemos como frente a la crisis, las grandes corporaciones buscan nuevos nichos de negocio, a través de una intensificación de los procesos de mercantilización de la vida que conlleva enormes costes sociales y ecológicos. Al mismo tiempo, como explica Miriam García-Torres, el avance del poder corporativo también genera una “masculinización de las tomas de decisión, la conformación de estructuras laborales patriarcales, la responsabilidad feminizada de sostener la vida ante la ruptura de los ciclos de reproducción o la intensificación del control social de los cuerpos de las mujeres”; además de una masculinización de los territorios en los que se implantan y un reforzamiento de la masculinidad hegemónica.
Por todo ello el feminismo se convierte en un actor clave en la construcción de estrategias contrahegemónicas frente al poder corporativo global. Y la convocatoria de huelgas feministas internacionales es un paso fundamental y estratégico para poder seguir tejiendo redes de solidaridad internacional, que fortalezcan las resistencias y alternativas. Y que visibilicen las luchas de las mujeres que desde diferentes partes del mundo se están enfrentando al avance del poder corporativo, mientras ponen en marcha estrategias de defensa del territorio y la sostenibilidad de la vida.
Por: Júlia Martí (Pikara Magazine, 6 de marzo de 2018)
Last modified: 08/03/2018