Foto: Un grafiti del australiano Lushsux en el muro de separación, en Belén, Cisjordania, muestra al presidente estadounidense Donald Trump, ataviado con la kipá, diciéndole al muro: “Voy a construirte un hermano”, en alusión al muro que el republicano se propone erigir en la frontera mexicana. (Chloé Demoulin)
La escena es surrealista. Una pareja de jóvenes turistas coloca una escalera contra el muro de separación erigido en Belén, Cisjordania, por la que se turnan para subir unos metros y pintar con spray una plantilla con forma de pata de oso recortada por ellos.
Terminada la operación, piden a la mujer palestina que les vendió el material que les tome una foto bajo su obra. Son todo sonrisas.
“Conscientemente no cabe duda de que apoyan la causa palestina. Pero, inconscientemente, es una forma de dejar su huella y, tal vez, de sentirse menos culpables ante el sufrimiento de los palestinos”, comenta Ayed Arafah, un artista palestino que vive en Belén.
“Sonreían porque se divertieron pintando el muro. Dijeron que esperaban que, un día, uno oso pudiera destruirlo”, cuenta la mujer palestina que tomó la foto a la pareja y que regenta la tienda de enfrente, situada junto al Walled Off, el hotel construido delante del muro en Belén por Banksy, el célebre grafitero británico.
“Los turistas se toman su tiempo para elegir el motivo de su pintada en apoyo al pueblo palestino”, asegura, sin querer darnos su nombre. Los empleados del Walled Off tienen orden de no responder a los periodistas.
El Gobierno israelí ordenó la construcción del muro de separación, de unos 700 kilómetros de longitud y ocho metros de alto, para impedir las “intrusiones de terroristas palestinos” en el Estado hebreo. Su trazado, que en varios puntos invade el territorio palestino, está condenado por la comunidad internacional. Muchas organizaciones critican, además, su carácter inhumano.
Desde que comenzó a construirse en 2002, este símbolo de la ocupación israelí se ha convertido en un espacio de expresión. Son muchas las personas anónimas o los artistas extranjeros que, como Banksy, han dejado en él sus mensajes o sus obras, la mayoría políticas, algunas triviales.
Estas últimas semanas el grafitero australiano Lushsux ha pintado una serie de obras en las que aparecen diversas personalidades, como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o el propietario de Facebook, Mark Zuckerberg.
En una de ellas, el presidente estadounidense, ataviado con la kipá, le está diciendo al muro: “Voy a construirte un hermano…”, en alusión al muro que el republicano se propone construir en la frontera mexicana.
“El arte es algo con lo que todo el mundo conecta, llega a gente de Estados Unidos y del mundo entero. Puede llegar a tener influencia política”. Así quieren creerlo Jake y Kayla, los dos turistas estadounidenses llegados desde San Francisco para visitar la región.
Como “un cuadro bonito que contemplar”…
Estamos ante un fenómeno que se ha banalizado e impuesto a los palestinos sin que estos lo hayan promovido de hecho.
“A nuestro juicio, el muro debería de haber permanecido tal cual, no deberían de haberlo transformado en un cuadro bonito que contemplar”, opina Jamal Juma, coordinador del movimiento palestino Stop the Wall, que lucha por el desmantelamiento del muro y contra la colonización cisjordana.
“Pero no podemos impedir que la gente se exprese”, explica el militante palestino. “Seamos sinceros, los grafitis generan tanto negocio que no podemos oponernos a ellos”, añade Ayed Arafah.
Sin embargo, hay palestinos que acusan a los artistas profesionales como Lushsux de beneficiarse de la situación con fines personales. En Belén se han tapado recientemente varios murales de este artista con una inscripción en árabe en letras rojas que dice: “Palestina no es tu mesa de dibujo”.
“Hace 70 años que los palestinos luchan contra la ocupación. Los artistas se sirven de su causa en interés propio, para hacerse populares”, denuncia Soud Hefawi, realizador palestino residente en Belén.
Una empleada palestina del hotel Walled Off que pudimos entrevistar, fan de Lushsux, niega esta crítica: “¡Lushsux era ya célebre antes de venir aquí!”
En un post publicado en su blog, Soud Hefawi se interroga sobre la pertinencia de los mensajes de los grafitis del artista australiano, cuando utiliza, por ejemplo, imágenes tabú para la sociedad palestina.
El realizador hace referencia a uno de los murales del artista, en el que aparecen besándose Donald Trump y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahou, y que fue rápidamente borrado del muro, sin que sepamos si fue una intervención privada o municipal.
Entrevistado por la agencia de prensa Reuters, Lushsux se defiende explicando que “el muro es un mensaje en sí mismo” y por eso “no es necesario escribir sobre él ‘Free Palestine’ (Libertad para Palestina)”. En su opinión, un mensaje “demasiado directo” puede ser ignorado, mientras que su trabajo “tal vez tenga más probabilidades” de hacer mella en las conciencias.
En marzo de 2017, la inauguración del hotel Walled Off en Belén ya suscitó polémica. Para tener una habitación con vistas al muro, prepárense para desembolsar entre 225 y 965 dólares USD la noche (entre 190 y 814 euros). “Dicen que abrieron este hotel para que los turistas contribuyan a la economía palestina, pero hay numerosas tiendas y restaurantes locales que han perdido clientela”, lamenta Soud Hefawi.
“Creo que eso no es verdad”, objeta Ayed Arafah. “El hotel atrae a gente de distintos horizontes. Gracias a él vienen más turistas que antes y eso da trabajo a los taxis y las tiendas de los alrededores”. El artista recuerda, además, que los empleados del hotel son todos palestinos y ganan un salario muy superior a la media local.
Al explicarle las críticas de los palestinos, Kayla, la turista estadounidense con la que nos cruzamos, admite que si bien “los graffitis atraen la atención, no necesariamente ayudan a cambiar las cosas de forma concreta”.
De hecho, al caer el día, las buenas intenciones de los artistas y turistas extranjeros no pesan gran cosa frente a la realidad que padecen día día los palestinos. Para hacerse una idea, basta volver desde Belén a Jerusalén tomando el autobús 231.
A medio camino hay un control en el que todos los palestinos que se encuentran en el bus deben bajar y apiñarse entre las barreras de seguridad para mostrar su carné de identidad a un soldado israelí, antes de poder continuar su ruta.
Durante todo ese tiempo, los turistas permanecen tranquilamente en su sitio.
Por: Chloé Demoulin / Desinformémonos
Last modified: 06/12/2017